sábado, 10 de noviembre de 2012

Sarkozy, un ídolo pop

La ‘sarkomanía’ hace del expresidente un ídolo pop

Mientras baja la popularidad de Hollande, Sarkozy ejerce de "jubilado más activo de Francia"

El creciente culto popular hacia su figura le dota de un halo de superestrella y refuerza sus sueños de reconquistar el Elíseo

Una instalación satírica con un Nicolas Sarkozy congelado, en el Palais de Tokyo, de París, el pasado 6 de octubre. / KENZO TRIBOUILLARD (AFP)

Cual Napoleón en la isla de Elba, Nicolas Sarkozy rumia este otoño la idea de su retorno. Político bonapartista –más próximo al Petit Napoleón, el tercero, que al primero–, Sarkozy digiere mal su Waterloo de las elecciones presidenciales del pasado mayo. Cree que los franceses fueron injustos con él; que su sucesor, el socialista François Hollande, se va a estrellar, se está estrellando ya; y que, quién sabe, la vida da muchas vueltas, igual puede volver a presentarse en 2017. Su esposa, Carla Bruni, declaradamente harta de la política y la prensa política, le anima a que emprenda una nueva vida, a que disfrute de la estupenda villa de ella en Cap Nègre, en la Costa Azul, salga con los amigos comunes del mundo de la moda y el espectáculo, disfrute de los deportes que a él le gustan, gane dinero con otras cosas.
Todo esto es un secreto a voces en París. Sarkozy sufre un síndrome de abstinencia del poder común a los políticos que lo han dejado, sobre todo si ha sido a causa de una derrota electoral. Lo singular de su caso es que las fantasías que abriga encuentran amplio eco en la derecha francesa. Los dos aspirantes a su sucesión al frente del partido Unión por un Movimiento Popular (UMP), Jean-François Copé y François Fillon, compiten por demostrar cuál es más fiel al expresidente; a Sarkozy le vitorean cuando va a cenar a un restaurante chic, corre por el parque Monceau o sale en bicicleta por los alrededores de Cap Nègre, y hasta ha surgido una industria de memorabilia que estampa su afilado rostro en bolsos, camisetas y tazas de café.
El fenómeno ha adquirido tal dimensión que, resucitando el título de una comedia de 2007 del chansonnier Michel Guidoni, revistas como Les Echos y Le Nouvel Observateur hablan de “sarkomanía”. En la última edición parisiense de La Nuit Blanche, el sábado 6 de octubre, triunfó la marioneta de Sarkozy exhibida en el Palais de Tokyo. Era la del popular programa Les guignols de l’info y le representaba en estado de congelación. ¿Una metáfora para aludir a que, igual que eso que la leyenda urbana afirma de Walt Disney, Sarkozy no está muerto, en este caso políticamente, sino tan solo hibernado y esperando la resurrección?
Tiene hasta su propio bolso, Nicolas reviens! (vuelve Nicolás), diseñado por la mujer de un exministro suyo, que en verano arrasó en la costa azul
“El expresidente se calla, pero está en todas partes”, escribe Cécile Cornudet en Les Echos. “En los quioscos, en los libros, en los debates por la presidencia de la UMP, en las cabezas. La musiquilla de su regreso suena cada vez más fuerte: entre sus próximos, que lo desean; entre sus adversarios, que lo temen”. Y en Le Nouvel Observateur, Carole Barjon constata: “La elección presidencial ha sido seguida, en efecto, por un estado de gracia… el de Nicolas Sarkozy. El expresidente no ha sido nunca tan popular como desde su derrota, al menos entre la derecha, donde sus más fervientes seguidores le consagran un auténtico culto”.
Comparándolo con Johnny Hallyday, el semanario fundado por Jean Daniel informa de que Sarkozy tiene sus fans y sus productos. Entre ellos, el bolso Nicolas Reviens! (¡Vuelve Nicolas!), diseñado por Marie-Caroline Ferry, esposa de un exministro de Educación de Sarkozy, que se vende en boutiques de París y en Internet al precio de 57 euros. Según Paris Match, esos bolsos arrasaron el pasado verano en Port Grimaud y Saint Tropez.
La cuenta en Facebook del expresidente alcanza casi 800.000 amigos, una cifra superior a la de su época en el Elíseo. En la web de la Asociación Nacional de Amigos de Nicolas Sarkozy (ANANS) pueden encontrarse, en texto y vídeo, los discursos del expresidente. Existe una tienda en Internet consagrada a artículos –camisetas, caretas, alfombrillas para ratón, fondos de escritorio para el ordenador, tazas– con la efigie del político que mordió el polvo frente a Hollande. Y en otros lugares, como Zazzle y eBay, también se pueden comprar online las mercancías de la sarkomanía.
En gran medida, Sarkozy fue derrotado por el rechazo que suscitaba su mismísima persona. A una mayoría de franceses, y no solo de izquierdas, les resultaban insoportables su hiperactividad, el exhibicionismo de sus amistades con los millonarios, su adicción a estar siempre en la tele, su chulería barriobajera y esa incapacidad para separar la vida pública de la privada que le convirtió en el primer presidente people de la República Francesa, alguien que salía tanto en las revistas del corazón como en la prensa política.
“Pero los franceses olvidan rápidamente”, le ha dicho el viejo cronista y escritor derechista Jean d’Ormesson, según cuenta Carole Barjon. ¡Y tanto! Mientras la popularidad de Hollande y los suyos se erosiona, Sarkozy, tras un verano estupendo con Carla Bruni en Marraquech, Canadá y Cap Nègre, se ha convertido en “el jubilado más activo de Francia”. No para de recibir visitas de políticos, empresarios, artistas y deportistas en el despacho privado que ha estrenado en la Rue de Miromesnil. Cuentan que no hace la menor autocrítica, está al corriente de todo, telefonea a los directores de los periódicos para conocer de antemano los sondeos, no se pronuncia en público sobre su sucesor, pero saborea en privado sus problemas.
Ilustres visitantes extranjeros de París quieren cenar con él y su esposa; lo hizo, entre otros, Robert De Niro. Y, según informa Cécile Cornudet, dirigentes extranjeros como Obama, Merkel, Putin, Van Rompuy y Aznar le llaman con frecuencia.
Sarkozy tiene 57 años de edad, ahora va con barba de tres o cuatro días para dar una imagen más informal y hasta canalla, y con su habitual jactancia proclama: “Soy el hombre más demandado del mundo”. Oficialmente, ha dejado la política, pero, claro, si los franceses quieren que vuelva, pues no tendrá más remedio que volver. En realidad, dicen los que le conocen, “il ne pense qu’à ça”, solo piensa en eso.

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