viernes, 22 de abril de 2011

El impacto del nombre propio/cuento corto..

Como solía hacer todas las mañanas, me ubicaba en la terraza del Café El Toscano, frente al parque México, para esperar varias horas el arribo de mis amigos, alumnos y ex-pacientes, e iniciar la tertulia del día.

Los meseros del lugar ya sabían lo que yo acostumbraba a tomar, varios cafés americanos cargados, fuertes. Así que bastaba con estar sentado en la mesa número siete cuando ya tenía frente a mi la humeante taza de café, y las subsiguientes...

En aquel lejano mes de mayo del 2004, me percaté que todos los días pasaba frente a mi mesa del café, una bella mujer madura, como de unos cincuenta años, bajita, blanca y de ojos claros, tipo española; bien vestida y arreglado su cabello en el salón de belleza ubicado junto al café el Toscano. Obviamente también se cuidaba las manos, el manicure era obligado para ella.

Observaba su paso cadencioso cuando se encaminaba al parque México, a veces acompañada con un par de niños pequeños, a los que entretenía varias horas en los juegos infantiles.

Cuando pasaba a mi lado ella sonreía coquetamente y yo le respondía gozoso, y así pasaron los días y yo sin decidirme todavía a platicar con ella, porque me encontraba enfrascado en las amenas charlas cotidianas que yo impulsaba con ese grupo de contertulios cotidianos. Hasta que un buen día me hice el esfuerzo de suspender abruptamente la discusión con mis amigos y me encaminé al parque México, en su búsqueda y abordaje.

Yo le había escuchado un acento caribeño, pensé que bien podía ser puertorriqueña, colombiana o venezolana. Cuando salía del salón de belleza contiguo al café, se despedía en voz alta de las empleadas, y yo la miraba languidamente y me embelesaba su belleza tan española.

El día que me atreví a buscarla y conversar ya con ella, fue un jueves de mayo, con todas las jacarandas floreando encima de nosotros. No se me puede olvidar porque ella ese día cumplía años, era el tres de mayo, día de la Santa Cruz, por eso ella llevaba el nombre de Marycruz. Para romper el hielo y poder iniciar la conversación le pregunté por los niños, y me respondió que eran sus sobrinos-nietos, y agregó: soy venezolana.

De inmediato supe que esa era la oportunidad única de tocar su corazón, le ofrecí invitarla a cenar esa misma noche, con motivo de su cumpleaños. Ella aceptó de inmediato mi propuesta atrevida. Una mujer, lejos de casa, con un cumpleaños sin perspectivas de pasarsela bien y sola, ofrecía todas las ventajas para este hombre enamorado de su belleza.

Le dije: mira Marycruz lo que es la vida, yo llevo el nombre del mayor héroe de tu país y de tu historia. ¿No te parece que es una coincidencia maravillosa? Ella se emocionó y yo también, y yo me incliné hacia ella y le dí un beso en la mejilla, ella solo alcanzó a sonrojarse un momento y nos despedimos: -Hasta la noche, pues.

Volví a la mesa del café el Toscano y me incorporé a la discusión con mis amigos, previo una suerte de chascarrillos a mis costillas por mi osadía de abordar a la bella venezolana.

En broma me decía ella que se sentía en esos momentos de la cena, la Manuelita Saez, la amante famosa del libertador. Y yo muy complacido, le ofrecí vino blanco, ensaladas diversas, quesos franceses y deliciosos postres. El restaurante se llamaba Matisse, y sus especialidades eran de la cocina francesa. Cosa extraña esa noche había varios músicos tocando los violines y música romántica, eso fue el marco adecuado para una conquista de esa magnitud.

Conversamos tomados de las manos varias horas hasta que cerraron el restaurante. Ella me dijo: - ¿es seguro que paseemos ahora por el parque México? Le respondí, que si estaba acompañada por mi, nada le pasaría. Era la una de la mañana, y nadie en las calles de la colonia Condesa. En esa soledad urbano nos encaminamos abrazados hacia el parque, dimos un par de vueltas por el circuito exterior y al final del trayecto le ofrecí:-Marycruz, ¿te gusta mucho este parque? Pues te lo regalo, es tuyo. La emoción de ella me contagió demasiado, nos abrazamos y nos dimos un beso largo y amoroso.

Yo sabía que ella estaba a punto de volver a Venezuela, pero ignoraba qué día, no lo quería ella decir para no herir mi sensibilidad de poeta...Eso opinaba ella, solo porque le escribí algunos poemas con loca pasión.

Un día, simplemente ella desapareció de mi vida. Me dejó en el café el Toscano una carta de despedida. Esa carta aun la conservó entre mis pertenencias más apreciadas. Me juraba en ella amor eterno y su deseo de que me fuera bien en la vida, ella desconocía que ya el cáncer empezaba a molestar mi existencia con dolores y con incomodidades sin parar. No quise explicarle mis problemas de salud, era enturbiar nuestra romance.

En otro sobre más grande, escribió: "para el Libertador de América." Y en ese sobre gigante encontré dos millones de bolívares, la moneda venezolana, tanto en billetes como en monedas. Me hizo rico por un instante porque en realidad eran unos cuantos dólares el equivalente de esos dos millones. El gesto de ella fue hermoso y yo le correspondí yendo a verla Venezuela en la navidad siguiente, sin avisarle.

El esfuerzo físico que tuve que hacer fue grandioso, el cáncer había avanzado mucho más en mi organismo, así que volví a México de inmediato y me interné en el hospital los siguientes dos años. Ella nunca lo supo, hasta la fecha.

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