Por Paloma Saiz
A toda hora oímos en la tele, radio, prensa, declaraciones de lo bueno que es leer, promovidas por el Consejo de la Comunicación; vemos y oímos a personajes de los medios recomendándonos leer, sin que ofrezcan sensación de confianza. Daría la impresión de que lo único que leen habitualmente es el guión que les ponen enfrente. No hay mayores emociones, no hay mayor sensación de credibilidad, no hay mayor concreción en sus propuestas.
No son los únicos que hacen demagogia so pretexto del fomento a la lectura.
Les cuento: hace unos días se publicó la noticia de que los secretarios de Educación y Cultura del Distrito Federal, Mario Delgado y Elena Cepeda, respectivamente, anunciaban que se crearían 1740 libroclubes, uno en cada comité vecinal. Los libro-clubes son pequeñas bibliotecas de lectura diseminadas por la ciudad creados en su día por iniciativa de Alejandro Aura, y contaban originalmente con 500 libros cada uno como acervo base e iban acompañados, siempre, de un taller de formación para quien se hiciera cargo del mismo. La propuesta Delgado-Cepeda pareciera ser maravillosa de no tratarse de demagogia pura. Hagamos cuentas: 500 libros, con un costo promedio (muy bajo) de 60 pesos, en mil 740 comités vecinales significaría una inversión de más de 52 millones de pesos.
¿Y cuánto tienen presupuestado las secretarías de Educación o de Cultura para ese proyecto? Nada. Esto sin contar que tendrían que organizarse con monitores, que los pocos que quedan en la Secretaría de Cultura el año pasado empezaron a cobrar en noviembre y este año aún no han cobrado nada, y que tendrían que dar 60 talleres de formación en los espacios, en los comités vecinales, y suponiendo que ellos se hagan cargo de los libreros (aunque sean improvisados con tablas y ladrillos).
Sin embargo, la declaración pasó sin análisis en los medios. No sólo no hay voluntad de hacerlo, no sólo no hay viabilidad presupuestaria ni garantía de ser funcional, además se tendría que encontrar en cada comité vecinal a alguien que estuviera interesado en fomentar la lectura, que le dedicara tiempo a promover los libros y que dispusiera de tiempo para tomar un taller.
no obstante, la Secretaría de Cultura tenía nueve programas de fomento a la lectura en 2009, que estaban funcionando a todo vapor y dando sorprendentes resultados. En el último año, estos programas han sido llevados a su mínima expresión o están absolutamente parados por ineficiencia o falta de recursos.
La responsabilidad es de Eduardo Clavé, flamante director de Fomento a la Lectura (y autor de la purga del grupo que venía trabajando en años anteriores en el proyecto) y de Elena Cepeda de León. El desastre es total: no hay financiamiento para los programas, este año sólo le han adjudicado 3 millones 197 mil pesos, que su enorme mayoría se destinan al pago de la burocracia, y por tanto no tienen dinero para operarlos. En 2009, existían además un poco más de 5 millones de pesos (solamente para operación) otorgados por la Cámara de Diputados para apoyo a los programas de Fomento a la Lectura; este recurso no se pidió o se retiquetó o vaya usted a saber.
“Para leer de boleto en el Metro” ha estado durante dos años detenido y ahora anuncian su reanudación. Este programa reconocido, no sólo en México, sino también en varias partes del mundo, y que ha sido copiado en varios países; que beneficiaba a un público potencial de 850 mil viajeros que diariamente usan la línea tres del Metro, funcionaba con una estructura muy precisa de préstamo con antologías de 250 mil ejemplares. Hoy, la secretaría anuncia su reanudación con una nueva antología de solamente 12 mil 500 ejemplares (y eso que coedita con el Círculo Editorial Azteca, del grupo televisivo Salinas), abandona la lógica de préstamo y se anuncia como de canje, de tal manera que los que quieran un libro tendrán que entregar a cambio otra de las antologías editadas previamente. No resulta difícil saber que el programa va a fracasar, que lo que en su día representó una enorme facilidad para que la gente tomara un libro y lo leyera en el trayecto o se lo llevara a su casa y luego lo devolviera, será ahora una pobre simulación.
Y todavía Eduardo Clavé declara en una de sus mayores joyas verbales que “ya no confiamos en la gente”, que el viejo programa fomentaba el robo de un libro. Sin embargo, cuando empezó el programa logramos tener una devolución de 72 por ciento, que para México es altísimo. No obstante, este no era el propósito fundamental, sino que los libros circularan durante tres meses para que la mayor parte de la gente tuviera oportunidad de leerlo, mientras salía la siguiente antología, y queríamos que los ejemplares restantes se los llevaran a sus casas, donde muy probablemente fuera el primer libro de su biblioteca.
El programa “Letras de Luz”, dedicado a invidentes y débiles visuales, ha sido suspendido. Los tianguis se han convertido en unos pocos al año, con apenas oferta de libros, y cuando la hay abunda la autosuperación y el libro chatarra, porque nadie se preocupa de los contenidos; sin programación de conferencias ni presentaciones de libros y desde luego sin público.
El programa “Letras en Guardia” destinado a los policías, que dirigió en su día Juan Hernández Luna, está prácticamente en su mínima expresión, a tal grado que los mismos policías nos han llamado para que la brigada cultural Para leer en Libertad se haga cargo de él. Y el programa con los bomberos, abandonado totalmente, al grado que los bomberos que lo habían impulsado, cuando les informaron que se iba a dejar de lado por razones presupuestales, pues a los monitores que hacían lectura en voz alta no les pagaban, se ofrecieron a hacer una cooperacha para que continuara y ni así lo permitieron.
“Letras en rebeldía” fue cerrado de un día para otro, a pesar de que en su momento atendía a las 16 preparatorias del gobierno del Distrito Federal, y no hubo un solo funcionario en la secretaría que preguntara las consecuencias de tal acto, si servía el programa y a cuántos jóvenes beneficiaba. Por último, gracias al interés de las autoridades de la Secretaría de Salud y en particular del doctor Ahued, el programa “Sana, sana… leyendo una plana” sigue adelante, con financiamiento.
Si en los tres años anteriores se hicieron 33 antologías para fomentar estas propuestas, ahora y desde hace más de un año y medio solamente se produjo una para todos los programas. Sin embargo, no tienen empacho en anunciar que harán libro-clubes por toda la ciudad.
Es sorprendente que la puesta en marcha de Para leer en libertad haya podido hacer, sin presupuesto, todo esto: 23 libros con un tiraje de 55 mil ejemplares que hemos regalado, formar 15 bibliotecas comunitarias, ofrecer más de 500 conferencias, cientos de actividades artísticas, dos remates de libros, 45 tianguis, dos ferias internacionales y elaborado varios programas de fomento en algunas delegaciones.
Y esta es la razón por la cual la Secretaría de Cultura, en un alarde de simulación, intentó llevarse ante los medios parte del crédito de la feria Internacional de Azcapotzalco. Les cuento: la feria pretendía sacar a la periferia de la ciudad de México, fuera del circuito cultural centro-sur, una propuesta que incluía una buena oferta de libros, una magnífica representación de autores nacionales, tanto del Distrito Federal como del interior de la República y algunos que vinieron del extranjero. Duraría nueve días y había sido organizada conjuntamente por la delegación Azcapotzalco y la brigada Para leer en libertad; además, contaba con la participación de más de 100 editoriales con libros a precios muy bajos, accesibles a una población de bajos recursos.
La oferta cultural contaba con la presencia de más de 80 novelistas, poetas, periodistas y autores de ensayo, entre ellos Juan Gelman, Gerardo de la Torre, Óscar de la Borbolla, Mónica Lavín, David Martín del Campo, Enrique González Rojo, Ignacio Solares, Cuauhtémoc Cárdenas, Sanjuana Martínez, Diego Osorno, Luis Humberto Crosthwaite, Eduardo Matos Moctezuma, Ángel de la Calle, Patricia Galeana, Mario Mendoza y varios más. Se harían tertulias sobre temas que la sociedad está deseosa de que se ventilen en la calle como el No más Sangre, que El Fisgón, Helguera y Hernández llevaron a discusión, o la guerra absurda contra el narco. Hubo además gran oferta de música con Tania Libertad, la marimba de Nandayapa, Los Mercys, Arraigo Domiciliario y otros grupos, además de teatro, lecturas en voz alta y talleres.
El sábado 26 de marzo durante la inauguración, para nuestra sorpresa y para sorpresa del delegado de Azcapotzalco, en el momento de la inauguración se hicieron presentes Eduardo Clavé y María Cortina (nueva directora de la Feria del Zócalo) de la Secretaría de Cultura del Distrito Federal, con el pretexto de darle al delegado un reconocimiento por su labor en el ámbito cultural. La Secretaría de Cultura, que no había colaborado para nada en el acto, se subía al escenario para salir en la foto.
Y sí, la Secretaría de Cultura necesita montarse en el trabajo de los demás ante la pobreza del suyo. Es esa Secretaría de Cultura la que en un alarde demagógico ofrece que se gastará 52 millones de pesos en poner un libro-club en cada comité vecinal. Esta ciudad no se merece funcionarios de cultura que sólo se dediquen a la simulación o a promoverse y promover a sus cercanos.
Impulsar a una población ansiosa de leer es un acto noble y absolutamente necesario en los tiempos oscuros que vive nuestra sociedad; hacer demagogia con ello, es una canallada.
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