domingo, 24 de abril de 2011

México: la maldita vecindad.

La maldita vecindad
Por Ortiz Tejeda


Dentro de las pequeñas libertades que se tomó don Joel Poinsett con los iniciales gobiernos mexicanos podemos anotar, primero: un permanente amago para que éstos le vendieran al gobierno estadunidense la mitad del territorio nacional, a cambio de su reconocimiento como país soberano. Segundo, el amplio apoyo que le proporcionó a Santa Anna que para conseguir la abdicación de Iturbide. Tercero, nulificar la elección del sucesor del presidente Victoria, ganada por Gómez Pedraza e imponer, como cualquier consejo empresarial de ese tiempo, al general Vicente Guerrero. Tercero, patrocinar al vicepresidente Anastasio Bustamante para derrocar al presidente Guerrero.

Una de cal por mil de arena: que frustración de Mr. Poinsett, cuando el emperador, al tiempo que se negaba a toda negociación con él, ratificaba, 2 meses antes de su abdicación, la concesión (4 mil 605 acres), otorgada por la corona española a Mosses Austin para colonizar Texas.

Informado Iturbide que llegaba a México un agente confidencial de Estados Unidos que había sido expulsado de Chile, por intrigante y entrometido, ordenó a Santa Anna le impidiera desembarcar. Éste no sólo desobedeció, sino que hizo a Mr. Poinsett, consejero áulico del Plan de Casa Mata, que culminó con la abdicación del emperador.

Ciertamente en el fondo del corazoncito del general Santa Anna había un profundo rencor, producto de un mal de amores que, como sabemos, son los piores. En la espléndida biografía: Santa Anna el dictador resplandeciente, de don Rafael F. Muñoz, se describe cómo Santa Anna pretendió darle un baje de hermana, (doña María Nicolasa), a su Alteza, que no tuvo que ser muy perspicaz para entender que se trataba, como vulgarmente se dice ahora, de un braguetazo imperial pues, aclara don Rafael: “doña María Nicolasa tiene sesenta años y es soltera. Santa Anna es soltero también, pero tiene veintiocho.” “Es bastante fea y los años se le notan.” El emperador usó rudeza innecesaria contra Santa Anna, pero Mr. Poinsett hizo una exitosa entrada por línea.

Sabemos que nuestro primer presidente fue don Miguel Ramón José Audacto y Félix. Sí, el de la ocurrencia de usar primer seudónimo en la historia. Cuando cambió su nombre, uno de sus compañeros lo embromó y dijo: ay, si tú, ¿Eres Guadalupe Victoria?, pues entonces desde ahora yo soy Américo Triunfo.

Dos siglos después, el licenciado Fox justificó la pretensión de constituirse, él y doña Marta, como “pareja presidencial”, en contra de lo señalado expresamente por el artículo 80 constitucional. ¿Qué no está permitido? ¿Y entonces, don Miguel Ramón y su señora Lupita Victoria? ¿Qué no fueron ellos la primera pareja presidencial?
Mr. Poinsett acosó al presidente Victoria desde el primer momento, y como éste rechazó sus ofertas (en la segunda ofreció 5 millones de dólares por Texas), recrudeció sus actividades sediciosas: fomentó de tal manera el odio contra los españoles que, aún en contra de la opinión de don Lucas Alamán, en 1827 se decretó su expulsión, sólo que con el pequeño inconveniente de que, entre sus bártulos, iban los cuantiosos capitales aquí acumulados.

La influencia y el activismo de Poinsett no tenían límites, por una parte promovía la invasión a Cuba y, por la otra, hacía todos los intentos posibles por dar al traste con el Congreso Hispanoamericano convocado por Simón Bolívar en 1826 y al que el presidente Victoria había entusiastamente contribuido.

Su última y vengativa maniobra fue la abierta intervención en la sucesión presidencial: la elección la ganó Manuel Gómez Pedraza, pero Poinsett, por medio de las logias masónicas yorquinas, alentó una rebelión a favor de don Vicente Guerrero, quien se quedó con la presidencia, aunque por muy poco tiempo. Polvos de aquellos lodos, originados cuando Victoria expulsó a los españoles, propiciaron el fallido intento de reconquista del general español Barradas. El vicepresidente Anastasio Bustamante lo derrotó sin problemas, pero se siguió de frente y derrocó al propio presidente Guerrero.

Joel R. Poinsett fue factor determinante para la caída del presidente Guerrero, pero como dicen las abuelas: en su mal lo hallaría. El golpista Anastasio Bustamante, al igual que el actual digno presidente (del Ecuador, por supuesto), ordenó su salida del país en las primera 48 horas de su gobierno.

Para nuestro infortunio la maldición ya estaba en el aire: las semillas de la división, la sedición, la intriga fructificaron en unos cuantos años: la separación de Texas, la intervención y pérdida de la mitad de nuestro territorio tienen un acendrado tufillo poinsettiano.

P.D. Don Vicente Guerrero estaba lejos de ser un hombre ilustrado como Hidalgo, Morelos y muchos insurgentes más. Él era claro ejemplo de la educación discriminatoria de la Colonia: llegó a la Presidencia sin saber leer. Dato que, por otra parte, viene a echar abajo la insidiosa leyenda urbana propagada por priístas, perredistas y sectores amplísimos de la sociedad civil, de que el licenciado Vicente Fox había sido el primer presidente analfabeta de nuestra historia. Fue el segundo.

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