El regreso de Bachelet mantiene en vilo a la política chilena
La expresidenta, radicada en Estados Unidos, mantiene altos niveles de apoyo y, aunque guarda silencio sobre sus intenciones, parece claro que se postulará a las elecciones de 2013
Rocío Montes
Santiago de Chile
30 JUL 2012 - 17:57 CET19
No hay conversación política con integrantes del Gobierno de
Sebastián Piñera, del Parlamento y de los partidos políticos chilenos de
todas las tendencias que no confluya en una persona que hace casi dos
años no vive en el país y ha guardado un irrestricto silencio sobre los
vaivenes de la coyuntura local: la expresidente Michelle Bachelet,
radicada en Nueva York, actual directora ejecutiva de ONU Mujeres.
A 16 meses de las elecciones presidenciales de noviembre de 2013, la médico socialista mantiene índices de apoyo popular que sobrepasan de lejos a cualquiera de los otros diez candidatos. De acuerdo con un reciente estudio del Centro de Encuestas del periódico La Tercera, 42% votaría por Bachelet para la presidencia de la República. La sigue con un 15% el ministro de Obras Públicas, Laurence Golborne, rostro del exitoso rescate de los 33 mineros en octubre de 2010, la figura mejor posicionada del oficialismo para suceder a Piñera. En tercer lugar, con un 10%, Franco Parisi: un economista sin partido que alcanzó popularidad en programas de televisión y que apela al voto de los que no se sienten representados ni por la Concertación de centroizquierda ni por la Alianza de derecha, las dos principales coaliciones de partidos.
Pero la exmandataria es la única que hasta ahora no ha despejado la duda de si estará disponible para la carrera presidencial. En diciembre pasado, en uno de sus escasos viajes públicos a Chile, al ser consultada sobre la materia señaló escuetamente: “No ando con el traje de candidata”. El silencio de Bachelet, sin embargo, con el correr de los meses se ha transformado paradójicamente en una señal nítida, y tanto partidarios como detractores consideran un hecho probado que regresará al país como la abanderada de la Concertación. A medida que se acortan los plazos y su respaldo ciudadano se mantiene insumergible, explica uno de sus colaboradores cercanos, las posibilidades de que se niegue a presentarse son hoy en día prácticamente nulas.
Después de un Gobierno de cuatro años que no estuvo exento de graves
conflictos, Bachelet dejó la presidencia en marzo de 2010 con un 84% de
popularidad. Desde ese momento tomó la decisión de abstraerse de la
coyuntura política local, aceptó el nombramiento en ONU Mujeres y se
radicó sola en Nueva York, sin la compañía de su madre de 85 años ni de
sus tres hijos. Fue el hito con que arrancó un periodo de silencio
total: en Chile no se sabe prácticamente nada sobre su vida en Estados
Unidos, pese al interés generalizado que despierta su figura, ni su
diagnóstico político sobre la crisis de la Concertación tras la derrota
presidencial, el estallido social de 2011 y los problemas políticos de
la Administración de Piñera.
La consigna de Bachelet, la discreción absoluta, es respetada con fidelidad por el pequeño grupo de confianza que la expresidenta mantiene tanto en Norteamérica como en Chile y que defiende la idea de que se trabaja mejor si se guarda silencio. En Santiago se concentran en la fundación Dialoga, que la ex Jefa de Estado fundó tras salir de La Moneda para “apoyar el liderazgo progresista y, en particular, el de las mujeres y jóvenes”. Ni siquiera los dirigentes de centroizquierda, salvo un par de excepciones, puede acceder con facilidad a la directora de ONU Mujeres. En estos dos años, muchos políticos han intentado presumir de su cercanía tras lograr una audiencia privada, encontrársela en alguna recepción e intercambiar algún correo electrónico. El fenómeno ha sido bautizado por la prensa chilena como la procesión a Nueva York.
La reserva de la socialista, la primera mujer en llegar a La Moneda, irrita al oficialismo chileno. En diversas ocasiones, tanto parlamentarios de la derecha como miembros del Gobierno la han emplazado a que se pronuncie, por ejemplo, sobre el papel que cumplió la madrugada del 27 de febrero de 2010, cuando murieron 181 personas por la alerta fallida de maremoto. “Un presidente siempre debe asumir sus responsabilidades y nunca debe evadirlas”, dijo Piñera en mayo. Bachelet, en otra de sus escasas declaraciones, le recordó desde París que había entregado su testimonio a la Fiscalía e hizo un llamado a “no politizar” el caso y “dejar trabajar a la Justicia”.
El oficialismo advierte que la expresidenta es el gran impedimento para no gobernar durante un segundo período y su gran esperanza es lo que ocurra cuando regrese a Chile y deba entrar de lleno a la coyuntura. Pero el respaldo a Bachelet parece ser incombustible. El fenómeno se contrapone a la situación de Piñera, cuya popularidad sigue siendo baja, pese a que ha remontado desde las manifestaciones estudiantiles de 2011. De acuerdo con la última encuesta Adimark, obtuvo un 34% de apoyo en junio y un 58% de desaprobación. El jefe de Estado, que ya ha sobrepasado la mitad de su mandato, comienza además a sufrir el síndrome del pato cojo: tanto la derecha como la oposición están concentrados en las elecciones municipales de octubre próximo, que se convertirán en la primera gran prueba electoral del Gobierno.
Chile cambió abruptamente el año pasado cuando el descontento de la población tomó forma de protestas, huelgas y marchas ciudadanas. Las instituciones democráticas perdieron respaldo y tanto el Parlamento como los partidos encabezaron la lista del desprestigio. Apenas un 26% dice sentirse representado por la Alianza y un 19% por la Concertación, cuyo único pasaporte para regresar al poder es Bachelet, que es incólume al descrédito político general. Según un dirigente de la coalición, que gobernó por 20 años tras derrocar a Pinochet, los cuatro partidos habrían tomado caminos separados si no existiera la opción de regresar a La Moneda de la mano de la expresidente.
Actualmente, el conglomerado enfrenta una de sus peores crisis internas, ya que hay quienes propugnan la idea de fortalecer la izquierda por sobre el centro político, y juntar fuerzas para influir ante Bachelet. En su círculo, sin embargo, aclaran que independientemente de los vaivenes de los partidos, será la Concertación la que deberá adecuarse al modelo de la eventual candidata.
La gran pregunta respecto a Bachelet no es si se animará a presentarse, sino qué tipo de Gobierno llevaría adelante en el caso de ganar, tras medirse en una primaria con los precandidatos de la oposición. Es una de las cuestiones sobre las que ha reflexionado desde Nueva York. De acuerdo con quienes han conversado con la expresidenta, ha llegado al convencimiento de que tendrá que hacer una Administración diferente que responda a otro ciclo de la política chilena, cuyo eje será la superación de la desigualdad. Es la razón por la que debería llevar adelante el paquete de reformas profundas que la Concertación no realizó durante 20 años, como el cambio al sistema tributario y el modelo electoral binominal. En cualquier caso, explica un dirigente de su círculo, no haría un Gobierno de izquierda ni revolucionario, sino anclado en la centroizquierda.
Tampoco está claro si este nuevo discurso contará con el respaldo de los movimientos sociales emergentes, cuyo impacto electoral todavía es una incógnita. “Bachelet hoy representa un tapón de contención a la construcción de una alternativa de izquierda que deberemos superar”, escribió en Twitter hace unos días el presidente de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile, Gabriel Boric. De cualquier forma, con la nueva ley de inscripción automática y voto voluntario, en las próximas elecciones se incorporarán casi cinco millones de electores. En este segmento, compuesto mayoritariamente por jóvenes, Bachelet también corre con una amplia ventaja.
A 16 meses de las elecciones presidenciales de noviembre de 2013, la médico socialista mantiene índices de apoyo popular que sobrepasan de lejos a cualquiera de los otros diez candidatos. De acuerdo con un reciente estudio del Centro de Encuestas del periódico La Tercera, 42% votaría por Bachelet para la presidencia de la República. La sigue con un 15% el ministro de Obras Públicas, Laurence Golborne, rostro del exitoso rescate de los 33 mineros en octubre de 2010, la figura mejor posicionada del oficialismo para suceder a Piñera. En tercer lugar, con un 10%, Franco Parisi: un economista sin partido que alcanzó popularidad en programas de televisión y que apela al voto de los que no se sienten representados ni por la Concertación de centroizquierda ni por la Alianza de derecha, las dos principales coaliciones de partidos.
Pero la exmandataria es la única que hasta ahora no ha despejado la duda de si estará disponible para la carrera presidencial. En diciembre pasado, en uno de sus escasos viajes públicos a Chile, al ser consultada sobre la materia señaló escuetamente: “No ando con el traje de candidata”. El silencio de Bachelet, sin embargo, con el correr de los meses se ha transformado paradójicamente en una señal nítida, y tanto partidarios como detractores consideran un hecho probado que regresará al país como la abanderada de la Concertación. A medida que se acortan los plazos y su respaldo ciudadano se mantiene insumergible, explica uno de sus colaboradores cercanos, las posibilidades de que se niegue a presentarse son hoy en día prácticamente nulas.
En Chile no se sabe prácticamente nada sobre su vida en Estados Unidos, pese al interés generalizado que despierta su figura
La consigna de Bachelet, la discreción absoluta, es respetada con fidelidad por el pequeño grupo de confianza que la expresidenta mantiene tanto en Norteamérica como en Chile y que defiende la idea de que se trabaja mejor si se guarda silencio. En Santiago se concentran en la fundación Dialoga, que la ex Jefa de Estado fundó tras salir de La Moneda para “apoyar el liderazgo progresista y, en particular, el de las mujeres y jóvenes”. Ni siquiera los dirigentes de centroizquierda, salvo un par de excepciones, puede acceder con facilidad a la directora de ONU Mujeres. En estos dos años, muchos políticos han intentado presumir de su cercanía tras lograr una audiencia privada, encontrársela en alguna recepción e intercambiar algún correo electrónico. El fenómeno ha sido bautizado por la prensa chilena como la procesión a Nueva York.
La gran pregunta respecto a Bachelet no es si se animará a
presentarse, sino qué tipo de Gobierno llevaría adelante en el caso de
ganar
El silencio de la expresidenta, que en parte se explica por su rango
de funcionaria internacional, ha generado que en Chile se reciba con
expectación cada dato suyo que trasciende a los medios de comunicación:
su residencia en Queens, los viajes reservados que realiza a Chile
durante las vacaciones, los personajes que supuestamente comienzan a
formar parte de su círculo en vista de un eventual futuro Gobierno.La reserva de la socialista, la primera mujer en llegar a La Moneda, irrita al oficialismo chileno. En diversas ocasiones, tanto parlamentarios de la derecha como miembros del Gobierno la han emplazado a que se pronuncie, por ejemplo, sobre el papel que cumplió la madrugada del 27 de febrero de 2010, cuando murieron 181 personas por la alerta fallida de maremoto. “Un presidente siempre debe asumir sus responsabilidades y nunca debe evadirlas”, dijo Piñera en mayo. Bachelet, en otra de sus escasas declaraciones, le recordó desde París que había entregado su testimonio a la Fiscalía e hizo un llamado a “no politizar” el caso y “dejar trabajar a la Justicia”.
El oficialismo advierte que la expresidenta es el gran impedimento para no gobernar durante un segundo período y su gran esperanza es lo que ocurra cuando regrese a Chile y deba entrar de lleno a la coyuntura. Pero el respaldo a Bachelet parece ser incombustible. El fenómeno se contrapone a la situación de Piñera, cuya popularidad sigue siendo baja, pese a que ha remontado desde las manifestaciones estudiantiles de 2011. De acuerdo con la última encuesta Adimark, obtuvo un 34% de apoyo en junio y un 58% de desaprobación. El jefe de Estado, que ya ha sobrepasado la mitad de su mandato, comienza además a sufrir el síndrome del pato cojo: tanto la derecha como la oposición están concentrados en las elecciones municipales de octubre próximo, que se convertirán en la primera gran prueba electoral del Gobierno.
Chile cambió abruptamente el año pasado cuando el descontento de la población tomó forma de protestas, huelgas y marchas ciudadanas. Las instituciones democráticas perdieron respaldo y tanto el Parlamento como los partidos encabezaron la lista del desprestigio. Apenas un 26% dice sentirse representado por la Alianza y un 19% por la Concertación, cuyo único pasaporte para regresar al poder es Bachelet, que es incólume al descrédito político general. Según un dirigente de la coalición, que gobernó por 20 años tras derrocar a Pinochet, los cuatro partidos habrían tomado caminos separados si no existiera la opción de regresar a La Moneda de la mano de la expresidente.
Actualmente, el conglomerado enfrenta una de sus peores crisis internas, ya que hay quienes propugnan la idea de fortalecer la izquierda por sobre el centro político, y juntar fuerzas para influir ante Bachelet. En su círculo, sin embargo, aclaran que independientemente de los vaivenes de los partidos, será la Concertación la que deberá adecuarse al modelo de la eventual candidata.
La gran pregunta respecto a Bachelet no es si se animará a presentarse, sino qué tipo de Gobierno llevaría adelante en el caso de ganar, tras medirse en una primaria con los precandidatos de la oposición. Es una de las cuestiones sobre las que ha reflexionado desde Nueva York. De acuerdo con quienes han conversado con la expresidenta, ha llegado al convencimiento de que tendrá que hacer una Administración diferente que responda a otro ciclo de la política chilena, cuyo eje será la superación de la desigualdad. Es la razón por la que debería llevar adelante el paquete de reformas profundas que la Concertación no realizó durante 20 años, como el cambio al sistema tributario y el modelo electoral binominal. En cualquier caso, explica un dirigente de su círculo, no haría un Gobierno de izquierda ni revolucionario, sino anclado en la centroizquierda.
Tampoco está claro si este nuevo discurso contará con el respaldo de los movimientos sociales emergentes, cuyo impacto electoral todavía es una incógnita. “Bachelet hoy representa un tapón de contención a la construcción de una alternativa de izquierda que deberemos superar”, escribió en Twitter hace unos días el presidente de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile, Gabriel Boric. De cualquier forma, con la nueva ley de inscripción automática y voto voluntario, en las próximas elecciones se incorporarán casi cinco millones de electores. En este segmento, compuesto mayoritariamente por jóvenes, Bachelet también corre con una amplia ventaja.
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