Matemática política: por qué el #132 debe convertirse en #99
Víctor M. Toledo
Pertenezco a la
generación del 68, la que levantó los adoquines del mundo para encontrar
el mar. En aquel año descubrimos el secreto de ser joven. Estábamos por
encima de la mayoría de los adultos por una sencilla razón: la verdad
estaba de nuestra parte, o más bien nosotros estábamos del lado de la
verdad, pues a diferencia de las generaciones anteriores no la habíamos
traicionado. A ello se agregaba que la imaginación había tomado el poder
de nuestras vidas y se había convertido en una arma enormemente
poderosa. Contra lo estipulado, las hormonas estaban bien orientadas:
hacer el amor o hacer la revolución era parte de lo mismo, una fiesta
descomunal, un carnaval interminable.
Hoy, casi cinco décadas después, estamos en lo mismo (2012 es un 68 reloaded), y
no lo estamos. La espiral avanza. Tres notables diferencias son: México
es ya parte indisoluble del planeta y viceversa; las fuerzas desbocadas
de la usura, las orgías del capital, han generado ya una profunda
crisis civilizatoria; y la amenaza ecológica representada por la crisis
climática está ya encima de nosotros. Nos acercamos lenta pero
inexorablemente a un simple problema de supervivencia. ¿Tiene ello
solución? Aquí sostenemos que sí y que para el caso mexicano la clave
está en los movimientos sociales. Para alcanzar sus objetivos el #132
debe ponerse en sintonía con el resto del mundo y, algo más sencillo,
con el resto del país. El #132 se debe convertir en un #99, es decir,
debe volcarse a construir y a fortalecer el poder ciudadano.En el amanecer del siglo XXI, el planeta Tierra presenta dos rasgos principales de carácter global: la especie humana se ha expandido por todos los rincones del orbe, provocando un severo impacto al ecosistema global, afectando los principales ciclos ecológicos. En paralelo, las sociedades humanas siguen siendo, con algunas honrosas excepciones, sociedades enormemente injustas, donde pequeños grupos dominan y explotan a la gran mayoría. Por ejemplo, hacia 2007 los mil multimillonarios más ricos del mundo poseían cada uno más de 3 mil millones de dólares, y sólo la riqueza de los 10 más ricos equivale al presupuesto de 87 países pobres. México no es excepción: el país repite con asombrosa exactitud lo señalado.
La explicación profunda de esta desgracia generalizada se encuentra en un fenómeno clave: el monopolio, definido como aquel mercado en donde solamente existe un vendedor, el cual decide la cantidad de lo que se produce y el precio al que se vende. Tras 30 años de neoliberalismo, bajo los gobiernos de PRI y PAN, México se ha convertido en uno de los más atractivos paraísos para los monopolios de todo tipo. Hoy, en 13 sectores claves de la economía mexicana, existen sendos monopolios: telecomunicaciones, cemento, televisión, tiendas comerciales, minería, electrónica, bebidas, pan, tortilla, banca, hospitales privados y tiendas departamentales. Es decir, todo, o casi todo. En ello participan corporativos nacionales y extranjeros. El resultado es que los mexicanos pagamos precios más altos por los principales bienes y servicios que en otras partes del mundo, mientras los salarios se encuentran en niveles bajos a muy bajos. Estos monopolios obtienen ganancias espectaculares, no solamente en razón de su dominio total y de los salarios bajos que pagan a trabajadores y empleados, sino porque además son los consentidos de los magos del gobierno: la Secretaría de Hacienda. Si todo trabajador, empleado, obrero, profesionista, paga al gobierno de 25 a 30 por ciento de su salario, las grandes empresas y corporaciones sólo pagan de 5 a 10 por ciento, y los ricos accionistas de la Bolsa de Valores, ¡nada! Este solo hecho debería generar una rebelión inmediata. Y todavía más, cada año las empresas obtienen sumas millonarios por impuestos diferidos.
Con este enorme poderío, en estos últimos 30 años la clase política fue siendo domeñada por la clase empresarial, en una sinergia que terminó por confundirlos. Hoy ya no se sabe si se trata de un político empresario o de un empresario político. Este fenómeno no es exclusivo del país, ha ocurrido puntualmente en todas las naciones del mundo moderno. La complicidad entre el poder económico y el poder político ha penetrado a todos los partidos y los ha convertido en mafias, pandillas o tribus. Entre todos, de una u otra manera, someten a la sociedad civil, a los ciudadanos. Nos someten. El axioma levantado por los indignados del mundo es correcto: el uno por ciento domina, explota, subyuga, oprime al restante 99 por ciento. De este contubernio entre corporativos y partidos se deriva la realidad que vivimos: un país arrasado, ecológicamente dilapidado y con una tiranía que se disfraza con lo que le conviene. El inaceptable fraude electoral, ejemplo para el mundo de la perversidad de las elites mexicanas, es solamente la punta del iceberg. El #132 debe avanzar hasta las últimas consecuencias y ello significa ir denunciando e informando la verdadera situación, e ir enarbolando las 10 o 12 demandas básicas de los ciudadanos oprimidos. Hoy hace falta sumar millones a un solo proyecto, el que acreciente el poder ciudadano, el de #Todossomosel99.
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