Llamar guerra a la política de seguridad en México es un error garrafal”
Considerado el mejor policía del mundo, Naranjo quiere erradicar la palabra guerra disminución de la violencia y la protección de los ciudadanos
Los suaves modales del general colombiano Óscar Naranjo (Bogotá,
1956) contrastan con lo que se pude esperar de un hombre con su hoja de
servicios: más de 30 años trabajando en la seguridad de su país
combatiendo al narcotráfico y a la guerrilla. Considerado el mejor
policía del mundo –la detención del capo Pablo Escobar y el
descabezamiento de las FARC se cuentan entre sus méritos- se retiró hace
unos meses y cambió de empleo. El presidente electo de México, Enrique
Peña Nieto, del Partido Revolucionario Institucional (PRI), lo contrató como asesor de seguridad para hacer frente al problema de la violencia.
Su fichaje ha sido acogido con recelo por parte de la opinión pública mexicana, desde sectores militares a las organizaciones de víctimas pasando por la izquierda, que desconfía de un asesor extranjero que goza de la plena confianza de EE UU. El general acepta la polémica pero no admite que le acusen de ser un agente de los gringos y al tiempo de tener vínculos con el narcotráfico. Ni que le culpen de la muerte de tres estudiantes mexicanos durante el bombardeo del campamento del líder de las FARC, Raúl Reyes, en Ecuador en 2008. “Yo estaba ahí, pero fue una operación de Estado, que no dirigí, contra el segundo hombre más buscado en Colombia por terrorismo”, afirma.
Naranjo propone una nueva política de seguridad para México donde estará erradicada la palabra guerra y tendrá por objetivo la disminución de la violencia y la protección de los ciudadanos
P. ¿Cuál es su diagnóstico de la violencia en México y qué diferencias tiene con la de Colombia?
R. Soy contrario a establecer paralelismos. En el caso de México la violencia no está atravesada por 50 años de estructuras guerrilleras o terroristas como en Colombia. Creo que en México en los últimos años ha tratado de explicarse la violencia a través de una sola causa, la del narcotráfico, lo que es un error. Pero hay tres elementos que debieran generar optimismo: no es una violencia generalizada en el país; las tasas de homicidios por 100.000 habitantes no llegan a ser comparables con las que tuvo Colombia, tiene Honduras o El Salvador… Y hay una especial sensibilidad por las víctimas entre la ciudadanía, que me parece fundamental. No sucedió en Colombia ni en Centroamérica, donde la violencia pasó un poco desapercibida hasta que casi colapsa esos Estados.
P. La gente está hasta la madre de la palabra guerra aplicada al crimen organizado…
R. Instalar la palabra guerra en el marco
de una política de seguridad pública es un error garrafal. Por varias
razones, la primera es que desconoce un principio elemental de un Estado
de derecho donde el delincuente no es un enemigo a aniquilar; el
delincuente es alguien al que el Estado debe someter a la ley y
resocializar. Segundo, es un tema que polariza alrededor de la seguridad
y la propia palabra no aparece como un valor, sino como un problema. Y
tercero, es generar en la mentalidad criminal un estado de certidumbre:
mientras me matan, yo mato. Por tanto, la gran oportunidad que hay hoy, y
lo he discutido con el presidente Peña, es que buena parte de la
política de seguridad debería legitimarse no a partir de la lucha contra
el delito sino a partir de la sensibilidad por las víctimas. La
seguridad no es un fin en sí mismo; es un camino para generar
convivencia y asegurar derechos y libertades.
P. Ha mencionado a las víctimas pero el Movimiento por la Paz que lidera Javier Sicilia no vio con buenos ojos su nombramiento, ¿qué mensaje les envía?
R. Esa actitud es consecuencia de un valor que está en crisis en México: la confianza. Todo está bajo sospecha, nadie cree en nadie. El mensaje que yo lanzaría a los mexicanos, y particularmente a las víctimas, es que pueden tener la certeza de que llegamos aquí con una convicción, pero también con resultados, y es que mi obsesión durante los últimos años fue disminuir la violencia y en buena parte lo hemos logrado. Hace años, la tasa de homicidios (en Colombia) era de 78,80 por 100.000 habitantes, todavía estamos lejos de una cifra razonable, pero la dejamos en 32 por 100.000. Les diría a las víctimas que las entiendo y sé de su frustración y de su tragedia, pero que hay que abrir un espacio para escuchar y para confiar.
P. ¿Por dónde empezar a disminuir la violencia?
R. Hay dos dimensiones: la primera es que las políticas de seguridad deben ser de Estado y no de partido, para que se genere un consenso nacional. También es necesaria una nueva narrativa que signifique que más importante que combatir el delito, es proteger la vida, derechos y libertades de la gente. En términos prácticos, es imperativo tener estrategias diferenciadas contra el crimen, que no pueden ser simplemente un conjunto de acciones para vencer al narco.
P. ¿Está a favor de que los militares libren esta guerra?
R. Creo que con instituciones como las nuestras, tan débiles ante un desafío como el crimen trasnacional, resulta justificable que se emplee la fuerza militar. Pero uno debería usar la fuerza militar en misiones que le sean connaturales como el control fronterizo, la interceptación aérea o marítima, y también, en algunos casos, para hacer inteligencia territorial sobre unos fenómenos. Es un error que un problema que es típicamente delincuencial se ataque con un instrumento típicamente militar. En Ciudad Juárez hubo un despliegue de soldados que para nada impactó en el número de homicidios; salieron esos efectivos de allá y los homicidios empezaron a caer.
P. ¿Cree que la estrategia del presidente Felipe Calderón generó parte de la violencia?
R. No. La dinámica de la delincuencia organizada se mueve como en tres o cuatro fases: la primera es una fase de irrupción en la sociedad en el marco de una zona de confort. Llega el narcotraficante, empieza a comprar propiedades, a generar incluso empleo, a repartir unas migajas de su opulencia económica y la sociedad se asombra un poco de la llegada de ese señor, pero lo tolera. Eso se vuelve tan atractivo que empiezan a participar otros actores criminales lo que les lleva a enfrentarse entre ellos. Tercera etapa: uno de esos actores tiene la fuerza para someter al resto y ya, como el Estado ha tenido que intervenir, ese señor transita a un terrorismo selectivo. Y lo primero que hace es tratar de aniquilar periodistas para silenciar esa realidad y luego mata a fiscales, policías y jueces. Y después, no conforme con eso, se lanza a un terrorismo indiscriminado, que es la etapa que vivió Colombia con Pablo Escobar. Creo que en México estamos en una fase intermedia entre el enfrentamiento entre organizaciones y un afán de esas organizaciones por silenciar a sectores de la sociedad mexicana. Eso hubiese pasado con o sin intervención del presidente Calderón. En Honduras y Guatemala no hubo nunca declaraciones de guerra contra el narcotráfico.
P. Sin embargo, los discursos de guerra se han mantenido en otros espacios, como los spots de televisión, y eso perpetúa la dinámica de enfrentamiento y aniquilamiento…
R. Los funcionarios tenemos unas tentaciones muy grandes de mostrar resultados para obtener prestigio y muchas veces su presentación lejos de crear confianza, genera miedo. Es un poco lo que veo en México. Además, aquí cada resultado lo muestra la fuerza institucional que lo logra, el Ejército, la Marina, la Policía Federal… Cuando realmente debería ser el éxito de un Gobierno, de un Estado contra el crimen.
P. ¿Implica necesariamente el negocio de la droga tanta violencia?
R. En el caso latinoamericano enfrentarse el narcotráfico más que una decisión por disminuir la oferta y la demanda es una decisión por defender principios democráticos. Porque en Latinoamérica, a diferencia de otros lugares, la acumulación de dinero del narcotráfico sí está en capacidad de comprar un Estado. Entonces, aquí enfrentarse al narcotráfico significa contener la posibilidad de tener más narcoestados. Cuando me preguntan cuál es mi evaluación del Plan Colombia, digo que hoy en Colombia hay una democracia, con todos sus defectos, vigorosa.
P. ¿Hace falta por tanto más colaboración con EE UU?
R. Sería un error que México se resistiese a tener aliados internacionales que lo respalden políticamente. Frente a un fenómeno trasnacional, lo lógico es tener alianzas. Si uno actúa sobre la lógica de que es más importante el respaldo político que el apoyo material, creo que se hará un gran avance. Por mi experiencia, avanzar contra el crimen en un mundo globalizado implica relaciones globalizadas. Y estas incluyen a EE UU.
P. ¿Va Peña Nieto entonces a incrementar la cooperación con EE UU?
R. México tiene una tradición política que sido muy celosa de no permitir operaciones por parte de extranjeros en su territorio. Pero eso no implica que México rechace la cooperación, en un mundo globalizado, donde la inteligencia, el tratamiento de la información, es el factor más preventivo contra la violencia. Creo que aquí hay que abrir mucho más el espectro de colaboración para que la información se procese a tiempo y no nos sorprendan los fenómenos criminales. En el presidente veo una persona totalmente abierta a una modernización institucional y de mentalidad en estos temas.
P. Se dice que el cansancio ante la violencia llevó a muchos mexicanos a elegir a Peña Nieto para que pacte con los criminales.
R. Primero, yo me he vinculado como su asesor externo sobre una convicción que él me transmitió: que no habría pacto con el narcotráfico. Segundo, estoy convencido de que lo que se acumuló en los últimos seis años deja abonado un terreno para producir una inflexión en esta dinámica criminal. El presidente Peña no parte de cero; aquí hubo unos cambios, de fortalecimiento institucional que han implicado el desgaste de esas organizaciones violentas. Tercero, me he vinculado también sobre la certeza de una nueva visión política cuyo primer objetivo es disminuir la violencia.
P. ¿La imagen internacional de México es peor que la realidad?
R. Creo que el talante mexicano -la gente está cansada pero no ha claudicado- ha sido un blindaje para el prestigio de México en el exterior y lo prueba el alza en la inversión extranjera. Es verdad que ha habido algunos pequeños descensos de visitas de turistas, pero en general, a diferencia de lo que pasó en Colombia, la gente no duda de que México es un país pujante, que tiene la fortaleza para superar el problema. Eso no quiere decir que la comunidad internacional no esté un poco impresionada por lo salvaje y bárbaro de las modalidades delictivas en México.
P. ¿Cuál es el truco para acabar con esta psicosis?
R. Creo que en el imaginario de América Latina quedó la idea de que seguridad es igual a autoritarismo y que es problema de jueces y delincuentes. El mérito colombiano de los últimos años es que volvimos a lo fundamental, a que sin seguridad no hay libertad ni prosperidad. Hay algo que me preocupa más que como policía, como simple ciudadano: ¿Hasta dónde el hecho de mostrar la muerte tan repetidamente la instala en la cotidianeidad y hace que parezca normal que maten? Una narrativa que eleve la voz de las víctimas y ahogue la voz del victimario es crucial.
P. ¿Es posible hacer ese cambio de política sin los medios?
R. Veo en México una cosa muy importante con los medios, perdón que me meta en una cosa tan doméstica. Creo que el drama que está viviendo la prensa local no es acompañado solidariamente por el conjunto de la sociedad, incluyendo los medios. Me parece grave. Pero por otro lado, la pluralidad de las empresas periodísticas es tan alta que hay libertad para opinar, visibilizar y mantener vivo el problema; eso no pasa en otras sociedades latinoamericanas. El solo hecho de que aquí informen es ya una gran ayuda.
P. ¿Es partidario de emplear unidades especiales contra el crimen organizado?
R. Cuando uno tiene un panorama institucional como el de México, hacia el que hay una desconfianza general, habría que emprender dos caminos: uno a medio y largo plazo para producir reformas estructurales que transformen esas instituciones, y otro para responder de manera inmediata al problema. Y la verdad es que los grupos de élite, que no son necesariamente comandos de choque, son necesarios. Por ejemplo, imagino en los próximos meses un grupo de élite de contadores e ingenieros financieros reconstruyendo el mapa de las finanzas del narcotráfico para que el Estado mexicano lo confisque.
P. ¿Y grupos de élite para atrapar a los jefes de los carteles?
R. Sí. Creo que aquí se imponen operaciones quirúrgicas contra la delincuencia, se trata de actuar con inteligencia con operaciones muy puntuales.
P. ¿Puede prometer que no habrá una profundización de la guerra?
R. Habrá una política de seguridad que tiene por fundamento la reducción de la violencia. Atacará a los grupos criminales, pero no se trata de tener una política contra el narcotráfico a toda costa sino de avanzar en lo fundamental que es proteger la vida, la libertad y los derechos de la gente.
Su fichaje ha sido acogido con recelo por parte de la opinión pública mexicana, desde sectores militares a las organizaciones de víctimas pasando por la izquierda, que desconfía de un asesor extranjero que goza de la plena confianza de EE UU. El general acepta la polémica pero no admite que le acusen de ser un agente de los gringos y al tiempo de tener vínculos con el narcotráfico. Ni que le culpen de la muerte de tres estudiantes mexicanos durante el bombardeo del campamento del líder de las FARC, Raúl Reyes, en Ecuador en 2008. “Yo estaba ahí, pero fue una operación de Estado, que no dirigí, contra el segundo hombre más buscado en Colombia por terrorismo”, afirma.
Naranjo propone una nueva política de seguridad para México donde estará erradicada la palabra guerra y tendrá por objetivo la disminución de la violencia y la protección de los ciudadanos
P. ¿Cuál es su diagnóstico de la violencia en México y qué diferencias tiene con la de Colombia?
R. Soy contrario a establecer paralelismos. En el caso de México la violencia no está atravesada por 50 años de estructuras guerrilleras o terroristas como en Colombia. Creo que en México en los últimos años ha tratado de explicarse la violencia a través de una sola causa, la del narcotráfico, lo que es un error. Pero hay tres elementos que debieran generar optimismo: no es una violencia generalizada en el país; las tasas de homicidios por 100.000 habitantes no llegan a ser comparables con las que tuvo Colombia, tiene Honduras o El Salvador… Y hay una especial sensibilidad por las víctimas entre la ciudadanía, que me parece fundamental. No sucedió en Colombia ni en Centroamérica, donde la violencia pasó un poco desapercibida hasta que casi colapsa esos Estados.
P. La gente está hasta la madre de la palabra guerra aplicada al crimen organizado…
En México estamos en una fase intermedia entre el enfrentamiento entre organizaciones y un afán de esas organizaciones por silenciar a la sociedad
P. Ha mencionado a las víctimas pero el Movimiento por la Paz que lidera Javier Sicilia no vio con buenos ojos su nombramiento, ¿qué mensaje les envía?
R. Esa actitud es consecuencia de un valor que está en crisis en México: la confianza. Todo está bajo sospecha, nadie cree en nadie. El mensaje que yo lanzaría a los mexicanos, y particularmente a las víctimas, es que pueden tener la certeza de que llegamos aquí con una convicción, pero también con resultados, y es que mi obsesión durante los últimos años fue disminuir la violencia y en buena parte lo hemos logrado. Hace años, la tasa de homicidios (en Colombia) era de 78,80 por 100.000 habitantes, todavía estamos lejos de una cifra razonable, pero la dejamos en 32 por 100.000. Les diría a las víctimas que las entiendo y sé de su frustración y de su tragedia, pero que hay que abrir un espacio para escuchar y para confiar.
P. ¿Por dónde empezar a disminuir la violencia?
R. Hay dos dimensiones: la primera es que las políticas de seguridad deben ser de Estado y no de partido, para que se genere un consenso nacional. También es necesaria una nueva narrativa que signifique que más importante que combatir el delito, es proteger la vida, derechos y libertades de la gente. En términos prácticos, es imperativo tener estrategias diferenciadas contra el crimen, que no pueden ser simplemente un conjunto de acciones para vencer al narco.
P. ¿Está a favor de que los militares libren esta guerra?
R. Creo que con instituciones como las nuestras, tan débiles ante un desafío como el crimen trasnacional, resulta justificable que se emplee la fuerza militar. Pero uno debería usar la fuerza militar en misiones que le sean connaturales como el control fronterizo, la interceptación aérea o marítima, y también, en algunos casos, para hacer inteligencia territorial sobre unos fenómenos. Es un error que un problema que es típicamente delincuencial se ataque con un instrumento típicamente militar. En Ciudad Juárez hubo un despliegue de soldados que para nada impactó en el número de homicidios; salieron esos efectivos de allá y los homicidios empezaron a caer.
P. ¿Cree que la estrategia del presidente Felipe Calderón generó parte de la violencia?
R. No. La dinámica de la delincuencia organizada se mueve como en tres o cuatro fases: la primera es una fase de irrupción en la sociedad en el marco de una zona de confort. Llega el narcotraficante, empieza a comprar propiedades, a generar incluso empleo, a repartir unas migajas de su opulencia económica y la sociedad se asombra un poco de la llegada de ese señor, pero lo tolera. Eso se vuelve tan atractivo que empiezan a participar otros actores criminales lo que les lleva a enfrentarse entre ellos. Tercera etapa: uno de esos actores tiene la fuerza para someter al resto y ya, como el Estado ha tenido que intervenir, ese señor transita a un terrorismo selectivo. Y lo primero que hace es tratar de aniquilar periodistas para silenciar esa realidad y luego mata a fiscales, policías y jueces. Y después, no conforme con eso, se lanza a un terrorismo indiscriminado, que es la etapa que vivió Colombia con Pablo Escobar. Creo que en México estamos en una fase intermedia entre el enfrentamiento entre organizaciones y un afán de esas organizaciones por silenciar a sectores de la sociedad mexicana. Eso hubiese pasado con o sin intervención del presidente Calderón. En Honduras y Guatemala no hubo nunca declaraciones de guerra contra el narcotráfico.
P. Sin embargo, los discursos de guerra se han mantenido en otros espacios, como los spots de televisión, y eso perpetúa la dinámica de enfrentamiento y aniquilamiento…
R. Los funcionarios tenemos unas tentaciones muy grandes de mostrar resultados para obtener prestigio y muchas veces su presentación lejos de crear confianza, genera miedo. Es un poco lo que veo en México. Además, aquí cada resultado lo muestra la fuerza institucional que lo logra, el Ejército, la Marina, la Policía Federal… Cuando realmente debería ser el éxito de un Gobierno, de un Estado contra el crimen.
P. ¿Implica necesariamente el negocio de la droga tanta violencia?
R. En el caso latinoamericano enfrentarse el narcotráfico más que una decisión por disminuir la oferta y la demanda es una decisión por defender principios democráticos. Porque en Latinoamérica, a diferencia de otros lugares, la acumulación de dinero del narcotráfico sí está en capacidad de comprar un Estado. Entonces, aquí enfrentarse al narcotráfico significa contener la posibilidad de tener más narcoestados. Cuando me preguntan cuál es mi evaluación del Plan Colombia, digo que hoy en Colombia hay una democracia, con todos sus defectos, vigorosa.
P. ¿Hace falta por tanto más colaboración con EE UU?
R. Sería un error que México se resistiese a tener aliados internacionales que lo respalden políticamente. Frente a un fenómeno trasnacional, lo lógico es tener alianzas. Si uno actúa sobre la lógica de que es más importante el respaldo político que el apoyo material, creo que se hará un gran avance. Por mi experiencia, avanzar contra el crimen en un mundo globalizado implica relaciones globalizadas. Y estas incluyen a EE UU.
P. ¿Va Peña Nieto entonces a incrementar la cooperación con EE UU?
R. México tiene una tradición política que sido muy celosa de no permitir operaciones por parte de extranjeros en su territorio. Pero eso no implica que México rechace la cooperación, en un mundo globalizado, donde la inteligencia, el tratamiento de la información, es el factor más preventivo contra la violencia. Creo que aquí hay que abrir mucho más el espectro de colaboración para que la información se procese a tiempo y no nos sorprendan los fenómenos criminales. En el presidente veo una persona totalmente abierta a una modernización institucional y de mentalidad en estos temas.
P. Se dice que el cansancio ante la violencia llevó a muchos mexicanos a elegir a Peña Nieto para que pacte con los criminales.
R. Primero, yo me he vinculado como su asesor externo sobre una convicción que él me transmitió: que no habría pacto con el narcotráfico. Segundo, estoy convencido de que lo que se acumuló en los últimos seis años deja abonado un terreno para producir una inflexión en esta dinámica criminal. El presidente Peña no parte de cero; aquí hubo unos cambios, de fortalecimiento institucional que han implicado el desgaste de esas organizaciones violentas. Tercero, me he vinculado también sobre la certeza de una nueva visión política cuyo primer objetivo es disminuir la violencia.
P. ¿La imagen internacional de México es peor que la realidad?
R. Creo que el talante mexicano -la gente está cansada pero no ha claudicado- ha sido un blindaje para el prestigio de México en el exterior y lo prueba el alza en la inversión extranjera. Es verdad que ha habido algunos pequeños descensos de visitas de turistas, pero en general, a diferencia de lo que pasó en Colombia, la gente no duda de que México es un país pujante, que tiene la fortaleza para superar el problema. Eso no quiere decir que la comunidad internacional no esté un poco impresionada por lo salvaje y bárbaro de las modalidades delictivas en México.
P. ¿Cuál es el truco para acabar con esta psicosis?
R. Creo que en el imaginario de América Latina quedó la idea de que seguridad es igual a autoritarismo y que es problema de jueces y delincuentes. El mérito colombiano de los últimos años es que volvimos a lo fundamental, a que sin seguridad no hay libertad ni prosperidad. Hay algo que me preocupa más que como policía, como simple ciudadano: ¿Hasta dónde el hecho de mostrar la muerte tan repetidamente la instala en la cotidianeidad y hace que parezca normal que maten? Una narrativa que eleve la voz de las víctimas y ahogue la voz del victimario es crucial.
P. ¿Es posible hacer ese cambio de política sin los medios?
R. Veo en México una cosa muy importante con los medios, perdón que me meta en una cosa tan doméstica. Creo que el drama que está viviendo la prensa local no es acompañado solidariamente por el conjunto de la sociedad, incluyendo los medios. Me parece grave. Pero por otro lado, la pluralidad de las empresas periodísticas es tan alta que hay libertad para opinar, visibilizar y mantener vivo el problema; eso no pasa en otras sociedades latinoamericanas. El solo hecho de que aquí informen es ya una gran ayuda.
P. ¿Es partidario de emplear unidades especiales contra el crimen organizado?
R. Cuando uno tiene un panorama institucional como el de México, hacia el que hay una desconfianza general, habría que emprender dos caminos: uno a medio y largo plazo para producir reformas estructurales que transformen esas instituciones, y otro para responder de manera inmediata al problema. Y la verdad es que los grupos de élite, que no son necesariamente comandos de choque, son necesarios. Por ejemplo, imagino en los próximos meses un grupo de élite de contadores e ingenieros financieros reconstruyendo el mapa de las finanzas del narcotráfico para que el Estado mexicano lo confisque.
P. ¿Y grupos de élite para atrapar a los jefes de los carteles?
R. Sí. Creo que aquí se imponen operaciones quirúrgicas contra la delincuencia, se trata de actuar con inteligencia con operaciones muy puntuales.
P. ¿Puede prometer que no habrá una profundización de la guerra?
R. Habrá una política de seguridad que tiene por fundamento la reducción de la violencia. Atacará a los grupos criminales, pero no se trata de tener una política contra el narcotráfico a toda costa sino de avanzar en lo fundamental que es proteger la vida, la libertad y los derechos de la gente.
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