Egipto, la novia deseada del nuevo Oriente Próximo
Las negociaciones sobre la tregua de Gaza encumbran a El Cairo como potencia regional
Ana Carbajosa /
Ricard González
Jerusalén
/
El Cairo
23 NOV 2012 - 18:39 CET49
La guerra de Gaza ha sido la puesta de largo del nuevo Oriente
Próximo, el posrevolucionario. Nuevos y viejos gobernantes han peleado
por forjar su nueva identidad durante las negociaciones que terminaron
por dar a luz un precario alto el fuego el pasado miércoles. Catar,
Turquía, Túnez, La liga Árabe, la Autoridad Palestina, Hamás… pero sobre
todo Egipto. Si algo ha quedado claro tras ocho días de guerra y otros
tanto de intensa diplomacia entre bambalinas es que, puede que el Egipto
islamista de Mohamed Morsi acumule problema internos, pero más allá de sus fronteras se ha convertido en una potencia diplomática de primer orden.
Estadounidenses, israelíes, islamistas del “eje de la resistencia”, los llamados “moderados”. Todos parecían necesitar las buenas artes de Morsi, el primer presidente egipcio capaz de trazar algunas líneas de la nueva arquitectura regional con legitimidad democrática a sus espaldas.
Palestinos e israelíes difieren acerca de las condiciones de la tregua. Pero el consenso es total a la hora de resaltar la mediación egipcia para lograr un acuerdo que ha salvado a la región, al menos de momento, de daños mayores. La secretaria de Estado de EE UU, Hillary Clinton dedicó buena parte del escueto anuncio de alto el fuego para indicar que “este es un momento crucial en la región y Egipto ha asumido la responsabilidad y el liderazgo”.
Morsi había demostrado horas antes ser el gran equilibrista, capaz de aparcar la ideología y de hacer gala de un pragmatismo que ha sorprendido a la Casa Blanca, según recogen los medios estadounidenses. Sus intervenciones desde el inicio de la ofensiva, fueron decididamente propalestinas. Morsi envió su primer ministro, Hisham Kandil, a Gaza, poco después de que empezaran a caer las bombas. Enterró la política de aislamiento político de Hamás y su gesto fue enseguida emulado por Túnez, Turquía y la Liga Árabe.
Israel temió perder influencia sobre Egipto, uno de los dos países árabes con los que tiene firmado un tratado de paz y en cuyo patio trasero, el Sinaí, reina una anarquía que les preocupa. Los israelíes son además conscientes de que el contexto regional ha cambiado, de que las dinámicas de la era Mubarak ya no casan con la nueva realidad. La presión de Washington terminó de convencerles.
El Cairo había salido al socorro de Hamás, su discípulo ideológico
por motivaciones político-humanitarias y porque así lo demanda su
opinión pública. Pero también por egoísmo político, porque a Egipto le
interesa que haya cierto orden en Gaza y evitar a toda costa terminar
haciéndose cargo de la Franja, como interpretan fuentes diplomáticas
israelíes.
La escalada bélica se agravó y Washington intervino ante el peligro de desbordamiento del conflicto. Morsi y Barack Obama enterraron recientes discrepancias y pilotaron la tregua a golpe de teléfono –hablaron hasta seis veces, según recoge The New York Times-. Luego llegó Clinton a El Cairo y el alto el fuego quedó sellado. Morsi había conseguido el reconocimiento de EE UU a su nuevo papel en Oriente Próximo. La Casa Blanca, se dio cuenta de, que en la nueva etapa va a tener que colaborar con los Hermanos Musulmanes, tender la mano al islam político.
Dentro del país, el papel de Egipto en la crisis ha colmado el ego nacional, pero su recuerdo puede esfumarse muy rápido en un contexto de crisis económica y política, que puede incluso terminar por eclipsar los logros externos. El decretazo con el que Morsi acapara poderes inéditos y que se produce horas después de que Clinton abandonara El Cairo, corre el riesgo de enfurecer a Washington. “Puede dar pábulo a las teorías conspirativas. Muchos egipcios pensarán que el decretazo estuvo coordinado con Washington”, explica por teléfono Michael Hanna de la Century Foundation. “El éxito de Egipto como potencia diplomática dependerá en última instancia en cómo se desarrolle la transición egipcia. Sin progreso político y económico, la proyección internacional no será posible”, añade.
Morsi de momento parece capaz de disociar sin demasiados problemas su cara interna y externa. El día después de la tregua, algún diario israelí adelantaba su próxima misión: lograr la unidad de Fatah y Hamás, las facciones rivales, con vistas a la creación de un Estado palestino.
Estadounidenses, israelíes, islamistas del “eje de la resistencia”, los llamados “moderados”. Todos parecían necesitar las buenas artes de Morsi, el primer presidente egipcio capaz de trazar algunas líneas de la nueva arquitectura regional con legitimidad democrática a sus espaldas.
Palestinos e israelíes difieren acerca de las condiciones de la tregua. Pero el consenso es total a la hora de resaltar la mediación egipcia para lograr un acuerdo que ha salvado a la región, al menos de momento, de daños mayores. La secretaria de Estado de EE UU, Hillary Clinton dedicó buena parte del escueto anuncio de alto el fuego para indicar que “este es un momento crucial en la región y Egipto ha asumido la responsabilidad y el liderazgo”.
Morsi había demostrado horas antes ser el gran equilibrista, capaz de aparcar la ideología y de hacer gala de un pragmatismo que ha sorprendido a la Casa Blanca, según recogen los medios estadounidenses. Sus intervenciones desde el inicio de la ofensiva, fueron decididamente propalestinas. Morsi envió su primer ministro, Hisham Kandil, a Gaza, poco después de que empezaran a caer las bombas. Enterró la política de aislamiento político de Hamás y su gesto fue enseguida emulado por Túnez, Turquía y la Liga Árabe.
Israel temió perder influencia sobre Egipto, uno de los dos países árabes con los que tiene firmado un tratado de paz y en cuyo patio trasero, el Sinaí, reina una anarquía que les preocupa. Los israelíes son además conscientes de que el contexto regional ha cambiado, de que las dinámicas de la era Mubarak ya no casan con la nueva realidad. La presión de Washington terminó de convencerles.
Morsi ha demostrado ser capaz de aparcar sus
premisas ideológicas y de hacer gala de un pragmatismo que ha dejado con
la boca abierta a la Casa Blanca
La escalada bélica se agravó y Washington intervino ante el peligro de desbordamiento del conflicto. Morsi y Barack Obama enterraron recientes discrepancias y pilotaron la tregua a golpe de teléfono –hablaron hasta seis veces, según recoge The New York Times-. Luego llegó Clinton a El Cairo y el alto el fuego quedó sellado. Morsi había conseguido el reconocimiento de EE UU a su nuevo papel en Oriente Próximo. La Casa Blanca, se dio cuenta de, que en la nueva etapa va a tener que colaborar con los Hermanos Musulmanes, tender la mano al islam político.
Dentro del país, el papel de Egipto en la crisis ha colmado el ego nacional, pero su recuerdo puede esfumarse muy rápido en un contexto de crisis económica y política, que puede incluso terminar por eclipsar los logros externos. El decretazo con el que Morsi acapara poderes inéditos y que se produce horas después de que Clinton abandonara El Cairo, corre el riesgo de enfurecer a Washington. “Puede dar pábulo a las teorías conspirativas. Muchos egipcios pensarán que el decretazo estuvo coordinado con Washington”, explica por teléfono Michael Hanna de la Century Foundation. “El éxito de Egipto como potencia diplomática dependerá en última instancia en cómo se desarrolle la transición egipcia. Sin progreso político y económico, la proyección internacional no será posible”, añade.
Morsi de momento parece capaz de disociar sin demasiados problemas su cara interna y externa. El día después de la tregua, algún diario israelí adelantaba su próxima misión: lograr la unidad de Fatah y Hamás, las facciones rivales, con vistas a la creación de un Estado palestino.
No hay comentarios:
Publicar un comentario