Becarios, y encima quejicas
En ‘Dejad de lloriquear’, Meredith Haaf invita sus coetáneos a olvidar sus problemas “superfluos”
La joven alemana pide a los veinte y treintañeros que empiecen a cambiar las cosas de verdad
Nunca jamás. Con los ojos ardiendo, un zumbido en los oídos, y una
resaca tan brutal que le impide dejar su sofá, Meredith Haaf no concibe
cómo se pueda volver a beber en la vida. Y seguro que, por mucho que lo
nieguen ante sus padres, varios coetáneos de esta escritora alemana
(Múnich, 1983) han compartido alguna vez la escena con la que empieza su
libro. Pero lo que veinte y treintañeros quizás compartan menos es el
mensaje que el ensayo, publicado recientemente en España por Alpha
Decay, intenta lanzarles ya desde su titular: Dejad de lloriquear. Sobre una generación y sus problemas superfluos.
“Éramos niños cuando terminó la guerra fría y murieron las ideologías. Tenemos en común la afición por las redes sociales e Internet, y una falta de solidaridad que lleva a competir con los demás todo el tiempo”, aclara lo que entiende por generación Haaf. Una audiencia ciertamente amplia. Tal vez demasiado. Pero Haaf niega que su intento de reunir miles de jóvenes bajo un mismo techo sea arrogante: “Es legítimo. Me baso en estudios y análisis sociológicos. Y aunque no haya nadie que sea exactamente como digo yo, una buena mayoría encontrará cosas que son ciertas de ellos o de sus amigos”.
A todos ellos Haaf pide rabia y valor, en vez de lágrimas. No basta con que sean la generación perdida. Ni con acabar suplicando un trabajo precario pese a un CV repleto de másteres e idiomas. “Algunos de sus problemas son reales. Pero muchos pueden ser etiquetados como lujosos”, afirma la autora alemana. De hecho, el libro ofrece una larga recopilación de los miedos más o menos superfluos de esa generación. De ”ser becario toda la vida” a “intentarlo y fracasar”, pasando por “ser un pijo”, el catálogo es lo suficientemente amplio como para agradar a los fans de la alemana e irritar a sus críticos.
Muy real y nada lujoso es, en cambio, el contexto económico. Y una tasa de paro juvenil que, al menos en España, quita el sueño hasta al soberano. Haaf se muestra consciente de ello pero propone un discurso de kennedyana memoria: “Mucha gente está agobiada por demasiada responsabilidad y tan poco poder. Me gustaría que empezaran a pensar en cómo quieren que sea la sociedad, en qué tipo de Gobierno quieren. Y trabajar en ello”.
Otras cuestiones ocupan sin embargo la mente de sus coetáneos, según la alemana. “A mi generación le basta con declarar en Facebook que está hasta las narices y eso porque, con que un par de personas cliquen ‘Me gusta’, todo queda arreglado”, escribe Haaf en Dejad de lloriquear. ¿Generalización? ¿Realidad? “La mayoría escoge las opciones más inmediatas y fáciles que nos ofrecen, como las redes sociales o el consumo”, responde la autora.
Igualmente fácil, para Haaf, es echarle la culpa de todo lo malo de la UE a Alemania. La autora no votó por Angela Merkel (se define “muy crítica con ella”) pero tampoco acepta el deporte últimamente más en alza en el Mediterráneo: “España, Grecia e Italia decidieron endeudarse y dejarles espacio a los bancos; no fue una política alemana. Entiendo que se creen enemigos, pero decir que somos el titiritero de Europa es ridículo”. Salvo, claro está, para los títeres.
“Éramos niños cuando terminó la guerra fría y murieron las ideologías. Tenemos en común la afición por las redes sociales e Internet, y una falta de solidaridad que lleva a competir con los demás todo el tiempo”, aclara lo que entiende por generación Haaf. Una audiencia ciertamente amplia. Tal vez demasiado. Pero Haaf niega que su intento de reunir miles de jóvenes bajo un mismo techo sea arrogante: “Es legítimo. Me baso en estudios y análisis sociológicos. Y aunque no haya nadie que sea exactamente como digo yo, una buena mayoría encontrará cosas que son ciertas de ellos o de sus amigos”.
A todos ellos Haaf pide rabia y valor, en vez de lágrimas. No basta con que sean la generación perdida. Ni con acabar suplicando un trabajo precario pese a un CV repleto de másteres e idiomas. “Algunos de sus problemas son reales. Pero muchos pueden ser etiquetados como lujosos”, afirma la autora alemana. De hecho, el libro ofrece una larga recopilación de los miedos más o menos superfluos de esa generación. De ”ser becario toda la vida” a “intentarlo y fracasar”, pasando por “ser un pijo”, el catálogo es lo suficientemente amplio como para agradar a los fans de la alemana e irritar a sus críticos.
Muy real y nada lujoso es, en cambio, el contexto económico. Y una tasa de paro juvenil que, al menos en España, quita el sueño hasta al soberano. Haaf se muestra consciente de ello pero propone un discurso de kennedyana memoria: “Mucha gente está agobiada por demasiada responsabilidad y tan poco poder. Me gustaría que empezaran a pensar en cómo quieren que sea la sociedad, en qué tipo de Gobierno quieren. Y trabajar en ello”.
Otras cuestiones ocupan sin embargo la mente de sus coetáneos, según la alemana. “A mi generación le basta con declarar en Facebook que está hasta las narices y eso porque, con que un par de personas cliquen ‘Me gusta’, todo queda arreglado”, escribe Haaf en Dejad de lloriquear. ¿Generalización? ¿Realidad? “La mayoría escoge las opciones más inmediatas y fáciles que nos ofrecen, como las redes sociales o el consumo”, responde la autora.
Igualmente fácil, para Haaf, es echarle la culpa de todo lo malo de la UE a Alemania. La autora no votó por Angela Merkel (se define “muy crítica con ella”) pero tampoco acepta el deporte últimamente más en alza en el Mediterráneo: “España, Grecia e Italia decidieron endeudarse y dejarles espacio a los bancos; no fue una política alemana. Entiendo que se creen enemigos, pero decir que somos el titiritero de Europa es ridículo”. Salvo, claro está, para los títeres.
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