La resiliencia de Rajoy
El término resiliencia es un concepto de la psicología positiva que se refiere a la capacidad de los sujetos para sobreponerse a períodos de dolor emocional y traumas. En estas circunstancias, resistir y sobreponerse a los contratiempos puede dar como resultado salir fortalecido por estos.
La resiliencia en política no es solo
paciencia resignada. Es, sobre todo, capacidad para aguantar el castigo que, en
forma de opinión pública desfavorable o crítica política, pueda recibir un líder
político en el ejercicio de su responsabilidad y su función.
¿Es Rajoy un político resiliente? Si
valoramos su capacidad de sufrir y aguantar la desconfianza y el descrédito
general (interno y externo), sí que podríamos llegar a esta conclusión. Su
extraordinaria habilidad para hablar en base a frases hechas y a recursos
cotidianos de simplicidad extrema, y su extraña y peculiar coherencia política
que le permite pensar una cosa, decir otra y hacer la contraria, le permite
resistir. Resistir es condición necesaria para sobreponerse, aunque no lo
garantiza necesariamente.
Pero el liderazgo que necesita España
no puede basarse solo en la inmovilidad silente y la impermeabilidad a las
críticas. El Presidente ha mantenido una comunicación pretenciosa y distante,
primero; errática y confusa, después; y ausente y displicente, finalmente. Para
él, la
comunicación ha sido un suplicio, no una oportunidad. Refugiado en la
gestión, ha renunciado a la pedagogía, hundiendo su valoración personal y la
confianza política. Rajoy asegura que ha hecho lo que debía, al mismo tiempo
que ha reconocido que no era lo que prometía y para lo que fue elegido. Tanta
contorsión de la realidad le ha roto la cintura. Su credibilidad está por los suelos.
Es cierto, Rajoy ha superado la
prueba de la financiación de la deuda pública española, a un coste brutal, en
forma de intereses y en forma de recortes y ajustes. Ha evitado el rescate, aunque
seguimos con el agua al cuello. Es la teoría del ahogado. Nadie quiere tender
la mano por temor a verse arrastrado a causa de la desesperación de aquel que va a
ahogarse. De momento, no nos lanzan el salvavidas, sino un cabo para que
sigamos en el agua, cogidos –arrastrados- a la embarcación europea. Ha
conseguido “colocar” la deuda, pero ha colocado a España al borde de la ruptura
social de la que la crisis de los desahucios es una de las puntas de iceberg
más lacerante y desgarradora. A esto hay que añadir que las costuras de nuestra
sociedad empiezan a reventar (las costuras políticas, 15M y 25S, y
las sociales, 14N).
Su actitud le ha valido críticas
externas muy duras. The Economist,
recientemente, titulaba Rajoy
el misterioso a un artículo en el que le atribuye un silencio más propio
del que no sabe a dónde va que del que, sabiéndolo, no lo dice. Sus silencios
no han conseguido construir la imagen del astuto, sino la del inseguro e
indefinido. Esta vacilante y oscilante actitud ha alimentado la percepción
creciente de incapacidad.
Pero Rajoy, un año después, saca
pecho. Sobrevivir es la demostración de su fortaleza, cree, y no un síntoma de
debilidad. Es más, ayer llegó a decir al lado de la presidenta de Brasil, Dilma
Rousseff, que “lo
peor ya ha pasado”. Confunde la tregua de los mercados con la paz. Distorsiona
la realidad. También dijo, hace un año, “os
garantizo que salimos de esta. Os pido una victoria amplia, porque ese sería el
mejor mensaje que España puede dar a Europa, a los mercados y a los de la prima
de riesgo”. Pero el
año que viene será mucho peor. España debe financiar vencimientos de deuda
que son más del doble de los de 2012. ¿Cómo lo hará?
Rajoy cree que un año tras otro viene. Pero, aunque resiste, no avanza, desciende.
El consuelo de ver cómo, en la peor situación, su principal adversario todavía
sufre más es de un relativismo político suicida. Un mal consuelo. El liderazgo
político que necesita España en estos momentos no puede verse reflejado en quien
especula sobre la posibilidad de que la tormenta amaine. El tiempo,
lamentablemente, puede no jugar a su favor, sino destruir todavía más su
capital político. Está confiado en que existe una pasarela virtuosa entre la
situación económica y su valoración política. Pero estos esquematismos y
apriorismos pueden no funcionar ya en la sociedad española. Bien puede
sucederle a Rajoy que, en el caso de que su hipótesis fuera cierta, no coseche
lo que siembre. Que no reciba el aplauso, sino la despedida.
Su valoración como líder del gobierno no ha hecho más que bajar. Según el
barómetro del CIS, que realiza desde 1996, la valoración
de la gestión del gobierno es la peor que ha tenido cualquier gobierno en
España. El 35% piensa que su gestión es muy mala y un 31,4% piensa que es mala.
Solo el 6,4% de la población opina que la labor del gobierno es buena o muy
buena.
En octubre de 2011, la valoración de la gestión del gobierno Zapatero era
la peor hasta entonces, valorada por el 33,8% de la población como muy mala y
por un 32,5% como mala. En tan solo un año, el gobierno de Mariano Rajoy ha
superado los peores resultados del anterior gobierno socialista.
Le salva que la valoración de la gestión
de la oposición también es la peor de la historia, con un 28% de ciudadanos
que creen que es muy mala (la más alta desde 1996, según el CIS) y un 37% que
es mala (también la más alta registrada).
Sumando ambas valoraciones, España tiene un problema de representación y
de desafección con los dos principales partidos. Con uno, porque se considera
que gestiona mal y, con el otro, porque se considera que no puede gestionar.
Rajoy tiene resiliencia. Pero la paciencia social se ha agotado. Él aguanta,
pero los ciudadanos ya no. Esta es la ecuación principal. Y este es su balance.
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