El mejor año de Soraya Sáenz de Santamaría
La vicepresidenta ha aprendido a blindar su vida privada y a sortear la polémica
Afronta su aniversario como madre y portavoz con una imagen reforzada en el Gobierno
La hemos visto mandar, mucho, tan solo con el
gesto de dar el turno, cada viernes, a los periodistas en la rueda de
prensa del Consejo de Ministros. La hemos visto zafarse dialécticamente
de la oposición en las duras sesiones de control al Gobierno en el
Congreso. Ha dado ruedas de prensa y ha pronunciado discursos mostrando
la capacidad para dirigir e imponerse. Pero apenas hemos visto la faceta
más personal de la vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría, de 41 años. Esa en la que, de puertas adentro de su casa, se convierte en la madre del pequeño Iván, que cumple mañana un año.
Cuando su hijo sople las velas de su primer
cumpleaños, Santamaría habrá culminado el que será probablemente el año
más importante de su vida. No solo porque se convirtió en madre y vivió
la que probablemente es la experiencia que más modifica la vida de una
persona, sino porque en ese mismo tiempo ha alcanzado los hitos más
destacados de su trayectoria profesional. Y ambas experiencias se han
interconectado estrechamente en su día a día.
Santamaría estrenó su maternidad hace un año como protagonista de una formidable polémica,
al decidir cumplir apenas dos semanas de la cuarentena para
incorporarse al trabajo. Con aquella decisión, personal, dejó claro que
llevaba años preparándose para estar en el Gobierno y no iba a renunciar
a ese sueño. Por eso, tras la victoria del PP en las elecciones
generales del 20-N, en las que concurría como número dos de la
candidatura por Madrid, no dudó en asumir el primer encargo que recibió
del presidente Mariano Rajoy: coordinar el traspaso de poderes entre el
PP y el Gobierno saliente del socialista José Luis Rodríguez Zapatero.
Apenas un mes después llegaría su nombramiento
como la mujer con más poder de la historia de la democracia española.
Es vicepresidenta primera, portavoz del Gobierno y titular de
Presidencia, pero también tiene el control del Centro Nacional de
Inteligencia (CNI).
Y es, sobre todo, la cara más visible del
Gobierno. Coordina un Consejo de Ministros que tiene el dudoso honor de
haber perdido más de ocho puntos en intención de voto, según el
barómetro de octubre del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS),
antes incluso de haber cumplido su primer aniversario. Santamaría ha
tenido que informar a los españoles de los recortes más duros
que ha sufrido el Estado de bienestar. Dar la cara por el presidente
ante algunos de los momentos de inestabilidad política, como los ataques
a la deuda española y el rescate bancario, el auge del independentismo
catalán, la tensión con Argentina por la expropiación de YPF-Repsol, el
batacazo en las elecciones andaluzas, el adelanto electoral en Galicia y
País Vasco o el ascenso brutal del desempleo hasta el 25%. Y, sin
embargo, en este año ella no ha dado los pasos atrás que se presuponen
para tamaña exposición pública como portavoz del Gobierno.
Santamaría no ha protagonizado ningún desliz
destacado, como sí ha ocurrido con otros colegas del Gobierno. Desde el
polémico ministro de Educación, Cultura y Deporte, José Ignacio Wert
–que ha pisado callos por doquier–, hasta el responsable de Justicia,
Alberto Ruiz-Gallardón –inmerso en un viaje hacia el ala más dura del
partido–, o la titular de Empleo, Fátima Báñez. Todos los ministros
suspenden en valoración, según el último sondeo del CIS,
pero ella se mantiene en el cuarteto en cabeza, por detrás de
Gallardón, 3,54 de nota; de Miguel Arias Cañete (Agricultura), con un
3,32, e igualada con Ana Pastor (Fomento) en un 3,28.
Superó en marzo también otra polémica
referente a su familia, cuando su esposo, el entonces abogado del Estado
Iván Rosa, fue fichado por Telefónica para trabajar en su gabinete
jurídico. Poco antes había solicitado una excedencia, para evitar
incompatibilidades por el cargo de la vicepresidenta y el suyo propio en
el Ministerio de Economía y Hacienda.
La salida laboral que se buscó Rosa en una
empresa privada pretendía marcar una línea muy clara de distancia
respecto de la polémica suscitada una semana antes por el fichaje de
Ignacio López del Hierro, el marido de María Dolores de Cospedal,
secretaria general del PP, como consejero de Red Eléctrica Española,
compañía cotizada pero controlada mayoritariamente por el Estado a
través de la Sociedad Estatal de Participaciones Industriales (SEPI). El
revuelo que provocó este nombramiento hizo que López del Hierro
renunciara horas después de hacerse público. Muchos hablaron de presiones desde La Moncloa, el centro de poder de Santamaría.
Fue un paso más en el enfrentamiento soterrado
que mantiene la vicepresidenta con la secretaria general del partido. Y
en esta batalla interna del partido, Santamaría también ha ganado,
según cuentan desde el PP. Enfrentada por el control de las filas
populares a Cospedal, con la que según algunas fuentes ya ni siquiera se
habla, ha salido más que airosa. “No hay color”, señalan en el partido
sobre la ascendencia política de la vicepresidenta en relación con la de
su rival.
Cospedal no solo no ha logrado entrar en el
Gobierno como sí ha hecho Santamaría, sino que además ha salido
perdiendo en la batalla mediática. Porque, pese a todo, los ciudadanos
identifican más a la presidenta castellano-manchega con los recortes y
ajustes que a Santamaría, responsable directa en el Ejecutivo.
En el plano personal, la vicepresidenta ha optado por alejar a su
familia de cualquier exposición pública. De su vida privada solo ha
trascendido que procura estar con su pequeño siempre que sus
obligaciones se lo permiten. Y que, incluso en esos momentos, vive
permanentemente conectada a través del móvil a sus responsabilidades.
Santamaría rechaza todas las peticiones de los medios para hablar de su
vida privada, incluso las que acentuarían su lado más amable. Ha optado
por cerrar a cal y canto esa puerta, aunque pudiera servirle para
mejorar su valoración como vicepresidenta.
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