Los zapatos nuevos
Por Juan José Lara
Beverly pudo observar que igual a una moneda
de poco valor, con el tiempo la pasión de su esposo perdió brillo. Se durmió el amor
y se despertó la costumbre.
Las animadas
conversaciones de sobremesa, las flores fragantes, las invitaciones sorpresivas
y hasta el sexo se volvió esporádico.
El comenzó a
llegar tarde, a ausentarse inesperadamente, lo cuál le hizo percibir sin ser
audaz, alguna infidelidad.
Chapoteando en el
abismo de la desesperación, en un esfuerzo de recuperar su ego se compró
vestidos, zapatos y abalorios de moda. Necesitaba resurgir, porque las
extenuantes jornadas de la oficina, la atención del hogar y ahora el desinterés
de su esposo la deprimían.
Su jefe reparó
inmediatamente en el cambio experimentado, observándola con desparpajo, dándole
más de una sonrisa de aprobación. No se resistía a mirarle con una dedicación
perturbadora los pies.
Finalmente
después del trabajo cuando todos se habían marchado en medio de los recovecos de
la conversación, la sujetó con pasión y
la besó; ella se dejó llevar entre la excitación y el asombro de que perdiera
su compostura, él, que siempre había
sido tan serio y recatado.
Prácticamente le
arrancó la ropa hasta llegar a sus zapatos, en los cuáles se detuvo una
eternidad mientras ella se derretía como copo de nieve.
Estuvo pletórica de placer, conducida a un mundo que ya
extrañaba, con una única prenda insignia
que era su calzado.
Después de
aquella ocasión su jefe le obsequiaba con frecuencia vistosos zapatos; que halagada lucía quedándose en la oficina al terminar el
trabajo. Se sentía como Imelda Marcos la
filipina que coleccionaba zapatos o talvez, la cenicienta del cuento de
hadas.
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