Después de ver dos días seguidos el famoso Carnaval de Río de Janeiro, queda una sensación de hastío en el espectador. Todo está debidamente planificado: el desfile en el "sambódromo", las coreografías de las escuelas de Samba, los vestuarios estrafalarios, la música monótona de las percusiones, etcétera. No hay nada improvisado, la alegría que muestran los participantes de las famosas escuelas de Samba de Brasil, no son más que muecas vacías en los rostros morenos.
El Carnaval de Río de Janeiro, dura varios días, en una tediosa repetición de bailes y disfraces. Nadie lleva un antifaz o una máscara, que es el distintivo de los carnavales de todo el mundo. Se trata de romper las reglas sociales por unos días, con la anuencia de la Ley. Todo es pulcro, inodoro, incoloro e insípido en Brasil, esta potencia que quiere mostrarle al mundo "lo bien portados que son", ahora que han ganado las sedes de las próximas Olimpiadas y del Campeonato Mundial de Fútbol.
La "gran transgresión" permitida en este dichoso Carnaval, es la presencia de esculturales mulatas semidesnudas al frente de cada Escuela de Samba participante. Alegría con Sacarina, júbilo descafeínado, música baja en grasas, etcétera.
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