Cuando un hombres se divorcia o se separa, normalmente se convierte en un inválido emocional, no sabe qué hacer con su vida y de inmediato empieza la búsqueda de una nueva pareja para que lo salve de su desgracia.
El hombre pierde autonomía, no sabe lavar la ropa o cocinar, menos poner la casa limpia. No saben vivir solos. Estos mismos hombres débiles en la intimidad pueden parecer seguros en la sociedad, y es este desfase lo que les reprochan las mujeres.
Los hombres temen demasiado al posible abandono de sus parejas, por ello algunos crean lazos de fusión, no se dejan espacio para respirar o distancia para retroceder, son parejas simbióticas, sin huella de la individualidad, los dos se convierten en uno. Esperan que su mujer, como esperaban de su madre, les entregue amor, atención y tiempo; les gustaría que llenara sus carencias, que estuvieran disponibles para ellos, y sólo para ellos.
Mientras cada vez son más las mujeres que luchan por alcanzar una independencia, muchos hombres siguen buscando la dependencia, lo que para ellos significa acomodar su miedo a la intimidad. De un modo general, los hombres viven solos con menos frecuencia, se trata menos de una elección que de una imposición. Tras una separación, los hombres se vuelven a emparejar con mucha rapidez. E incluso algunos se anticipan, cuando entran en crisis matrimonial ya existe la dama de repuesto.
Sin embargo, a pesar de su necesidad de fusión con la pareja, a menudo temen sentirse atrapados, como lo estaban con sus padres, en una relación que los pondría a merced de la influencia de una mujer a la que imaginan todopoderosa. Por eso, para eludir el problema, se engañan entregándose de forma desmedida al trabajo o al deporte.
Las mujeres, según los últimos estudios sobre divorcio y separación, se mantienen mucho más tiempo solas sin querer tener nuevamente una pareja, se organizan la vida de solteras con mayor soltura que los hombres, a quienes la depresión les afecta el doble que a las mujeres estadísticamente hablando.
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