Fueron suficientes dos días contínuas de fuertes lluvias para comprobar la ineficiencia del sistema hidráulico mexicano. La catástrofe es incalculable, miles de hectáreas de cultivo anegadas, miles y miles de personas han perdido sus viviendas, la infraestructura urbana de distintas ciudades de Michoacán, Estado de México y del Distrito Federal, ha quedado seriamente afectada.
Ahora toca quitar la mirada sobre Haití y posarla sobre la república mexicana y volcar la ayuda humanitaria hacia los compatriotas danmificados por la inundación.
La naturaleza se vuelve a ensañar sobre los más pobres e indefensos como siempre, lo paradójico de esta nueva tragedia, es que lo que ahoga a las víctimas son las aguas negras de los enormes desagues citadinos, a todos los cubre la mierda de todos.
Las pérdidas son totales, nadie salvó sus pertenencias escasas, no hubo tiempo para recuperar papeles importantes o bienes materiales, solo quedaba salvar la vida.
Hay muertos, pocos comparado con Haití, pero son millones de personas afectadas por la inundación, y hay que hacer algo urgentemente por parte de los gobiernos estatales y federal, porque las obras hidráulicas que tuvieron que construirse hace varias decenas de años, no se hicieron y ahí están las consecuencias de esa inoperancia gubernamental.
El diluvio se vino sobre pueblos y ciudades que no pudieron soportar la presión del agua, hasta terminar con ella en el cuello.
Ayudar al prójimo es lo que corresponde hacer ahora, y el prójimo es aquel hermano que nos queda más cerca, basta por ahora de ir ayudar a otros hermanos lejanos.
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