El código civil napoleónico había hecho de la esposa la subordinada del hombre: no tenía derecho a vender sus propiedades, viajar sola, trabajar o heredar sin la autorización del marido. Sin ir más lejos durante una estancia larga en Chile, me percaté que las mujeres no podían abrir una cuenta de cheques, sin el permiso de su pareja.
Bajo la presión de las feministas, la mayor parte de esas anticuadas trabas has desaparecido y las mujeres adquirieron una igualdad con los hombres, que por tanto perdieron su superioridad ancestral.
La lucha feminista en el mundo desde mediados del siglo XX, trajo consigo algo importante: una crisis de identidad de los hombres.
Frente al aumento de poder de las mujeres en la sociedad, algunos hombres ofrecen tenaz resistencia y los más tradicionales rechazan fuertemente la igualdad. Muchos de llos están preocupados, son conscientes de haber perdido poder y, frente a las mujeres liberadas a quienes ya no pueden dominar, temen no estar a la altura.
Antaño, los hombres buscaban su identidad en el ámbito profesional y en la seducción viril, pero actualmente ya no están tan seguros de ello: por una parte, nunca tienen garantías de conservar el empleo; por otra, en el hogar, cada vez controlan menos a sus hijos de cualquier edad, que se dejan guiar mejor por los valores qu trasmiten los medios de comunicación que por los consejos paternos. La emancipación de las mujeres los han enfrentado a su propia vulnerabilidad, y han tomado conciencia de su dependencia emocional frente a ellas.
Cuando una mujer aparenta ser fuerte y no tiene necesidad de ser protegida por el varón, suscita en ellos angustia: "¿para qué sirvo?" Dicen querer una mujer independiente, pero les cuesta trabajo soportar esa autonomía. Frente a una mujer hiperactiva, muchos hombres permanecen pasivos; cualquier cosa les da miedo: el compromiso, el cambio, la responsabilidad de los hijos.
Lo que reprocha un hombre a una mujer que lo ha abandonado siempre es la misma cantaleta: "Eres castradora, te has apoderado de los hijos, tienes poca disponibilidad sexual". Pero las mujeres ya están hartas de los hombres que son unos quejumbrosos.
La sociedad prepara siempre a los varones jóvenes para ocupar un papel dominante, para no dudar de su poder, pero la realidad se encarga pronto de mostrarles que esa postura ya es insostenible. Sin embargo, a los varones les cuesta trabajo aceptarlo, porque se critica mucho en ellos cualquier rasgo de debilidad, ya que eso se considera "femenino", y no suelen tener otro recurso que la ira y los celos, las únicas emociones que no han aprendido a controlar.
Nuestra sociedad actual sobrevalora la eficacia y el éxito, y las propias mujeres siguen esperando que un hombre se muestre agresivo en algunas determinadas circunstancias. En todo momento, tiene que ser el mejor, por los medios que sea. Estos estereotipos de hombres fuertes y poderosos resultan difíciles de asumir, y algunos hombres no encuentran otra manera de enmascarar sus debilidades que aplastando a quien el considera más débil, o sea a su mujer.
Algunos hombres se sienten inseguros y temen perder su masculinidad en relaciones más igualitarias. El cambio todavía no ha sido bien asimilado, y a muchos les resulta difícil de aceptar que su esposa tenga mayor éxito social, es decir tengsa mayores reconocimientos profesionales o gané más dinero que el.
En nuestra sociedad posmoderna es complicado plantearse la pregunta: ¿ Y cómo se hace un hombre? La cuestión de la identidad masculina es un tema que le da muchas vueltas en la cabeza a los padres.
Hace muchos años, cuando mi único hijo varón cumplió quince años, lo llevé a una ceremonia tradicional de los indios navajos de Estados Unidos, en la cual el niño se convertía en hombre mediante la quema de sus juguetes infantiles en una gran hoguera; además se tenía que quedar a dormir a la intemperie sólo, viendo el cielo estrellado para tomar consciencia de su infinita pequeñez del ser humano en el cosmos. Posteriormente, formando un gran círculo los padres de esos pequeños varones, colocaron a todos esos niños dentro de esa círculo, para escuchar los conceptos de esos varones adultos acerca de lo que significa ser hombre.
Escuché atentamente a mis pares expresar cosas acerca de la virilidad, con las que no estuve de acuerdo, porque finalmente estaban ellos reproduciendo el discurso del macho poderoso, que es el discurso que ha predominado a lo largo de los siglos. No alcanzo a comprender los alcances de esas palabras en las mentes de esos chicos, pero puedo imaginarme el reforzamiento de la ideología masculina frente a la mujer. Se insistía mucho en ese rito de iniciación masculina, que nunca en la vida mostraran signos de debilidad, que no se comportaran como mujeres, que había que ser fuerte y poderoso.
Hoy, mi hijo, es un joven de 22 años formado con otros valores alejados de los tradicionales roles del hombre antiguo: podría ser considerado un atípico chico sensible, que cree en la igualdad de los sexos.
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