Durante el congreso de antropólogos de América Latina, él se impresionó con la delegación brasileña, era un mosaico de razas: asiatícas, europeas y africanas. En uno de los seminarios sobre la negritud en este continente, él presentó un modesto trabajo sobre los negros de la Costa Chica de Guerrero, México. En ese seminario estuvieron los antropólogos interesados en la negritud, dominado la escena los brasileños.
Miranda era la jefa de la delegación brasileña, era una negra con un cuerpo escultural, tendría unos 35 años y hacía gala de una sensualidad exquisita.
Después del banquete de despedida a todas las delegaciones latinoamericanas y caribeñas, luego de una gran comilona, taquiza mexicana con mucho picante, y abundante tequila y cerveza Tecate, el asunto era seguir la fiesta en otro lado.
El que era abstemio estaba absolutamente consciente de lo que hacía y deseaba.. Se le antojaba estar a solas con la negra Miranda. Ella accedió de inmediato a la invitación para caminar por el Centro Histórico de México, del brazo del antropólogo mexicano.
El pequeño inconveniente es que él no traía suficiente dinero en los bolsillos para hacer planes mayores. con ella. Pero en el camino al centro se le ocurrió invitarla a subir al edificio más alto de la ciudad: La Torre Latinoamericana, situada en el cruce de las importantes avenidas Madero y Eje Central Lázaro Cárdenas.
El antropólogo recordó que en el piso 45 había un pequeño restaurante con la vista panorámica de la gran ciudad de México. Y se imaginó que no sería nada caro, y se animó a subir con ella hasta la cúspide de la torre. Ella iba algo mareada por el tequila que bebió en exceso hacía varias horas. Y no paraba de reír y hablar en portugués, hasta que comprendió que era mejor hablar "portuñol" para compartir las emociones y viviencias del día.
En el restaurante de la torre bebieron unas cervezas Corona y comieron quesadillas con picante abundante.
Le pedió a Miranda que subieran unos pisos más para ver por los telescopios toda la ciudad. Y así lo hicieron. En la cúspide el asunto era casi al aire libre, el espacio estaba rodeado de una malla metálica pero que no impedía la vista majestuosa de la gran urbe.
Ahí, en ese sitio alto, casi nadie sube por la noche, así que era ideal para estar solos y disfrutando la vista iluminada del valle de México.
A Miranda le pidió el antropólogo que se colocara frente a uno de los telescopios, ella aceptó gustosa y divertida. El antropólogo mexicano se colocó atrás de ella y juntó su cuerpo con el suyo, y ella comprendió el deseo de él, era evidente.
Miranda, deseosa también, se fascinó con la idea de hacer el amor a esa altura y con vista a la ciudad iluminada. Sin tapujos ni excusas morales de ninguna especie Mirando y el antropólogo gozaron de un encuentro cuerpo a cuerpo en lo más alto, cerca del cielo.
Días después el antropólogo recibió una postal de Río de Janeiro, en la cual Miranda agradecía todas las atenciones recibidas, pero en particular el haberla llevado a la cima del éxtasis y el placer.
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