viernes, 22 de abril de 2011

El exilio dorado/cuento corto.

En México se congregaron los exiliados latinoamericanos, que fueron siendo expulsados de sus países, por espacio de casi tres décadas. Había chilenos, argentinos, uruguayos, brasileños, guatemaltecos, nicaraguenses, salvadoreños.

Entre esas riadas de hombres y mujeres que para salvar el pellejo huyeron dejando atrás todo: hogares, parientes, amigos y demás. Llegó una joven argentina, cuya familia entera había sido desaparecida por el gobierno militar; venía desecha moralmente.

Esa chica argentina, de unos veintidos años, se llamaba Nora Ferreira, nunca supe si era su pseudónimo de la guerrilla o su nombre verdadero; el caso es que ella y yo entablamos una gran amistad solidaria. En esa época mi nombre ficticio era Luis, y ella después supo el mio, el real, porque nos pusimos a vivir juntos para consolar nuestras respectivas penas.

Sus heridas morales eran profundas, fue la única sobreviviente de una familia de guerrilleros Montoneros argentinos, que fueron secuestrados por los militares una noche cualquiera.

La vida en pareja con Nora era complicada, solamente yo tenía trabajo, porque ella decidió seguir estudiando antropología. Los ingresos eran insuficientes, aunque de vez en cuando la solidaridad de los exiliados se manifestaba llevándonos víveres a casa. El amor y la camaradería entre nosotros, entre ella y yo, fue maravilloso.

Nora era nieta de exiliados españoles que se refugiaron en la Argentina en los años cuarentas. Ella era una típica madrileña en lo físico, blanca de cabello negro, llenita pero con un rostro precioso; salerosa y vital. Aunque de pronto la atacaba la nostalgia y el dolor de la desaparición de sus padres y hermanos mayores. El contraste físico entre nosotros era notable, yo soy descendiente de gente negra venida del Caribe. Eramos como café con leche.

Nora, después de un año de convivencia conmigo, decidió una noche que se iba a España a buscar a unos parientes de sus padres, tenía pasaporte ibérico y argentino.
Al poco tiempo nos despedimos, bañados en llanto, prometiéndonos volver a juntarnos en otro sitio del mundo. Nos amábamos tanto pero la separación fue irremediable.

Cuando pude me fui a España a buscarla y las direcciones de sus familiares resultaron equivocadas, le perdí el rastro allá. Me quedé a vivir un tiempo largo en Madrid y me parecía que muchas mujeres que me encontraba en las calles podía ser ella. De hecho abordé a varias mujeres y les preguntaba de golpe: ¿tú eres Nora? Me miraban con desconfianza y seguían su camino sin responder a mi interrogante.

Muchos años después Nora me encontró de nuevo en México, era más fácil saber de mi en ese país donde viví muchos años, demasiados.

Nora venía con sus tres hijos y su esposo, me los presentó y compartimos algunas momentos alegres.

Me dolió verla con su familia hecha, pero era lo que ella necesitaba, yo padecía su ausencia y su abandono todo el tiempo. Hoy treinta años después, desearía saber qué pasó con Nora...La he recordado y no sé porqué, quizá porque voy de nuevo a España por otros motivos en un corto plazo.

Ojalá la encontrara de nuevo y le diría lo mucho que la quise, aunque ella siempre lo supo pero fueron palabras ahogadas en mi garganta.

No hay comentarios:

Publicar un comentario