Experimentos con humanos
Por José Steinsleger /II
Las ideologías y doctrinas sustentadas en bases seudocientíficas (biologismo, eugenesia, darwinismo social) no sólo cautivaron (¿cautivan?) a filósofos, médicos y sociólogos. En asuntos de derecho penal, los delitos sociales también suelen ser vistos como enfermedades”.
En El delito: sus causas y remedios (1902), el italiano Cesare Lombroso (1835-1909) creía que las causas de la criminalidad son “genéticas” (innatas) y dependen de las formas físicas y biológicas: basta con observar y medir ciertas partes del rostro (“fisiognomía”), la cabeza (“frenología”), o personalidad (“personología”), para obtener conclusiones “científicas” sobre equis delito. Por injusto e incoherente, la criminología moderna desestimó el “método lombrosiano”. Sin embargo, sus contenidos clasistas y raciales perduran hasta nuestros días. Expresiones como “mano dura” o “tolerancia cero” revelan un espíritu lombrosiano. Y ni se diga cuando el “aspecto” de un acusado es blanco, elegante, pudiente, “civilizado”. De antemano, contará con la benévola y lombrosiana actitud de fiscales, jueces y jurado.
En 1920, en Leipzig, Kart Binding y Alfred Hoche publicaron un texto de nombre inquietante: Autorización para aniquilar vidas indignas de ser vividas. Hoche estaba convencido de que “la eliminación de estos seres totalmente carentes de alma (en instituciones para idiotas)… no significa delito alguno, ninguna manipulación inmoral, ninguna bajeza insensible, sino que es un acto útil y lícito”.
Durante la república de Weimar (1918-30) surgió una intensa polémica sobre la posibilidad de esterilizar a pacientes de enfermedades hereditarias y eliminar a los indeseables. En 1925, el radiólogo Hans Schinz y el médico B. Slotopolsky publicaron el artículo “Diagnóstico testicular de los criminales sexuales”, donde plantearon en qué medida la hiperactividad de las glándulas reproductivas estimula “los instintos de los delincuentes sociales y de los anormales sexuales, con el fin de poder solucionar dichas tendencias criminales mediante la castración”.
En 1933 se decretó una ley para prevenir la procreación de seres afectados por enfermedades hereditarias (que preveía la esterilización obligatoria de estas personas), debilidad mental congénita, esquizofrenia, locura maniacodepresiva, epilepsia hereditaria, sordera hereditaria, malformaciones físicas hereditarias o alcoholismo grave. Los principales encauzados son quienes se muestran reticentes al trabajo, los asociales, los minusválidos, los sicópatas. Luego entró en vigor la ley de castración a los delincuentes que atentan contra las buenas costumbres.
La comisión permanente para cuestiones eugenésicas de la Iglesia evangélica aprueba expresamente la ley de esterilización, aunque le parecen excesivas determinadas disposiciones. Esta ley fue sustituida en 1935 por una “ley para la protección de la sangre alemana y del honor alemán”. Entre 1934 y 1944 se esteriliza en todo el Reich a entre 300 mil y 400 mil personas. En los campos de concentración se realizaron incontables experimentos con prisioneros. Se trataba, sobre todo, de pruebas de presión y refrigeración, experimentos con vacunas y con mellizos.
En Buchenwald se experimenta por primera vez la llamada prueba de la vacuna contra el tifus exantemático (1942). Como la vacuna convencional, producida en el propio instituto del ejército, no ha dado el resultado esperado, es necesario reaunudar los experimentos en personas con nuevas vacunas y sueros.
A partir de 1942, el médico de la Luftwaffe y oficial de asalto de las SS Sigmund Rascher realiza con los internos del campo de Dachau ensayos de vuelos a gran altura. Se trata de probar cómo reacciona el organismo humano ante un súbito descenso de presión y oxígeno en un avión a 12 mil metros de altura. En una cámara de baja presión se prueba a 200 prisioneros; entre 70 y 80 mueren en el acto tras el experimento.
Rascher realiza pruebas sobre el subenfriamiento de larga duración. En una serie de ensayos, las personas se ven obligadas a permanecer hasta tres horas en un recipiente lleno de agua helada, o bien estar al aire libre desnudas durante muchas horas con temperaturas próximas al punto de congelación.
Carl Clauberg (1898-1957), uno de los pioneros de la endocrinología, ensayó métodos de esterilización sin intervención quirúrgica en el campo de Auschwitz, inyectando soluciones de formalina en el útero.
Joseph Mengele practicó la infección con bacterias de tifus en gemelos univitelinos de origen judío y gitano.
La dermatóloga de Ravensbrunk, Herta Oberheuser (1911-78), dependiente de Kart Gebhardt (1897-1948), médico de Himmler, empieza trabajando en el Instituto de Higiene Racial, supervisado por Eduard Wirths.
En 1935, el jefe de las SS, Heinrich Himmler, funda la asociación Lebensborn para fomentar el nacimiento y educación de niños de alto valor racial, en especial hijos de madres solteras. A los recién nacidos se les registra con un nombre en la “comunidad de estirpe de las SS”. La Lebensborn trabaja en Munich, en secreto. Por la orden de eutanasia infantil escrita por Hitler en octubre de 1939, fueron asesinados 5 mil niños. Siguió la llamada acción T4 (Tiergarten 4, calle de Berlín) que acabó con la vida de 70 mil personas entre 1940 y 1941. Estaba previsto aniquilar 30 mil más, cuando los asesinatos en masa fueron oficialmente suspendidos por las protestas del sector eclesiástico.
Genocidio de enfermos en los territorios ocupados. Minusválidos. Participa el director de la clínica pediátrica de Leipzig, Werner Catel, uno de los tres peritos que sin ver siquiera a los niños afectados deciden si han de vivir o morir. Hasta finales de la guerra se crean unos 30 departamentos en los que se mata a niños con sobredosis de medicamentos, para simular una muerte natural.
A ello se debe que el departamento de investigaciones siquiátricas de Heidelberg-Wiseloch, mantenga una estrecha relación con el departamento infantil de Eichberg. Algunos casos especiales son enviados a Eichberg sólo para poder obtener sus cerebros. En una carta del 23 de agosto de 1944, el doctor Julio Deusen escribe: “De acuerdo con lo convenido les remitimos cuatro niños idiotas… Por desgracia, y debido a dificultades inesperadas que se han presentado a última hora, no puede realizarse un transporte mayor”.
El traslado de estos niños se hace, a menudo, sin conocimiento de los padres, o después de prometerles un mejor tratamiento. Una parte de las víctimas son sacrificadas con fines científicos. Completamente desesperada, la madre de uno de los niños se dirige el 6 de septiembre de 1943 a una de las directoras de las barracas en los siguientes términos: “Usted, directora, deberá pagar por ello con su salud, padecerá en su lecho de muerte, el juez divino la sentenciará, se lo pediré con las manos en alto, pues el alma grita a Dios todopoderoso”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario