viernes, 8 de abril de 2011

Los chistes de Berlusconi.

Por: Miguel Mora

El presidente del Consejo de Ministros italiano, Silvio Berlusconi, está acusado de prostitución de menores y abuso de poder en el Caso Ruby, el proceso nacido en las fiestas de su residencia de Arcore, elegantes veladas según él en las que, según los fiscales, 33 mujeres adultas y una menor, Karima el Mahroug, vendían sus cuerpos al jefe de Gobierno y pasaban las horas haciendo bunga bunga (expresión que remite a un rito sodomita africano, y que al parecer le enseñó Gadafi).

El juicio empezó de manera fugaz esta semana, nueve minutos de audiencia, y la próxima fecha quedó fijada para el 31 de mayo. Berlusconi, lejos de dimitir, ha intentado impedir la acción de los fiscales de MIlán forzando a la mayoría de centro derecha a votar una resolución parlamentaria que eleva un conflicto de competencias y entre poderes del Estado al Tribunal Constitucional.

El escándalo Ruby se destapó en diciembre y desde entonces los sondeos han reflejado una notable caída de la popularidad de B. Los italianos le consideran hoy solo el décimo líder del país, y una mayoría cercana al 60% cree que debe dimitir. La reprobación ha ido poco a poco suavizándose, a medida que pasaba el tiempo.

Ya se sabe que la familiaridad con el espanto acaba quitándole peso, que la costumbre y la repetición ayudan a veces a dar una pátina de lícito a lo ilícito. Pasa, o puede pasar, en los casos de violencia machista y acoso. Y pasó también a gigantesca escala en Alemania con el Holocausto, según contaron los supervivientes. Si uno asiste a las mayores monstruosidades durante el suficiente tiempo sin que nadie las evite, al final uno puede no solo convivir con ellas sino llegar a pensar que la normalidad es eso.

Salvando las distancias, esa es justamente la perversa estrategia comunicadora que Berlusconi, si no otra cosa un genial manipulador de masas, ha utilizado siempre. Cada vez que se equivoca, y cuando parece que esta vez el error será definitivo, se limita primero a negar la realidad, segundo a declararse un perseguido y esperar a que escampe la tormenta, tercero a bromear sobre su error. Quitarle hierro, decimos en español. Sdramatizzare, dicen los italianos.

Con el bunga bunga ha pasado lo mismo. Primero negó, luego juró por sus hijos y nietos, luego aguantó el chaparrón, y cuando la cosa estaba madura, finalmente empezó a bromear sobre ello.

Al principio ante auditorios entregados de antemano, como el de los tránsfugas que contrató en diciembre para superar la moción de censura; luego ante algunos jóvenes afines, tratando de convertir la miserable explotación que esconde el 'bunga bunga' en una cosa inocente, "un poco de baile y tomar unas copas".

En ambos casos sabía que las carcajadas eran seguras, aunque solo fuera por obediencia debida. Pero ahora ya se atreve a hacer el chiste en cualquier escenario y ante cualquier auditorio.

El viernes, mientras premiaba a algunos "jóvenes de excelencia" en la sede de la presidencia del Gobierno, les dijo a dos universitarias: "Sois tan buenas que me dan ganas de invitaros al bunga bunga". Berlusconi tuvo la suerte de que había un chico al lado de las chicas, que le debió decir si él no estaba invitado, con lo que añadió: "También tú eres bastante mono, podrías venir".

Lanzado, Berlusconi pasó cerca de una hora contando chistes. Nada raro en él. Lo hace desde jovencito. De judíos, de napolitanos, de alemanes, machistas, sobre los desaparecidos de la dictadura argentina. Ningún tema está vetado.

Siempre ha contado que trabajó una temporada cantando canciones en francés en un cabaré de París, donde vivía con una prostituta mientras estudiaba en La Sorbona, y que luego fue animador de cruceros modestos en el Adriático. Su amigo Fedele Confaloniere tocaba el piano, y él cantaba y contaba chistes a las señoras. Suele decir que se sabe más de 2 mil, y esta vez le creemos.

Los chistes son seguramente el arma más sólida y acaso el único legado duradero que Berlusconi dejará como político. Pero por supuesto forman parte de su sofisticada táctica de distracción de masa: contar chistes sirve para parecer simpático e inofensivo, buena gente, optimista. Sirve para poner en escena la política del entretenimiento. Y sobre todo sirve para hacerle parecer justo lo que no es: un italiano medio, corriente, del pueblo, un tipo del montón.

Uno de los secretos del éxito político de B. es fingirse un antipolítico, siendo en realidad un político y un politiquero consumado. Los chistes son la esencia del populismo según Berlusconi.

Le ayudan a no ser identificado con la odiada casta, le quitan peso institucional, y de paso cumplen una función deletérea política y socialmente: bajan la guardia del oyente, es decir del votante, rebajan el nível del debate a una charla de bar, esconden su evidente pulsión autoritaria, y apelan siempre a las tripas, a las vísceras (creando una ola de simpatía inmediata, porque en Italia los chistes arrasan) de los ciudadanos menos cultos, y por tanto más ingenuos y manipulables.

Se diría que los chistes de Berlusconi son el complemento perfecto a la tarea de desculturación del país (¿de los países?) acometida durante 30 años con sus televisiones privadas, donde todo es aparentemente banal y postizo, pero, en el fondo sirve para imponer un modelo social basado en la eliminación de la mente femenina.

Finalmente, los chistes, sobre todo cuando los hace alguien con tanto poder, son ideología de la peor especie: ayudan a afirmar los tópicos menos soportables, hacen tolerable lo intolerable (el machismo, la homofobia, el odio racial, las diferencias genéticas, nacionales o regionales...).

En algunos casos, los chistes son una forma liviana de perpetuar lo inane. En manos de la persona equivocada, funcionan como tramposa legitimación de lo infame. Quizá por eso, cuando algo nos asusta de verdad, decimos: "Eso no lo digas ni en broma".

De forma que ayer, ante una audiencia de rectores, profesores y universitarios, Berlusconi desplegó todo su repertorio de storielle y barzellette, y como el hombre ya se está haciendo viejo, pinchó en hueso. Contó un chiste muy machista sobre una conquista de una señora a la que bañan con champán para chuparla después, y fue recibido con hielo. Ni una sola risa.

Aunque no lo entiendan, porque además imita el acento alemán, pueden ver en este vídeo cómo el auditorio se queda completamente en silencio, lo cual por cierto no le arruga.

Tras el fracaso, B. reveló uno de sus secretos mejor guardados. "No he cometido en mi vida una sola gaffe, solo las he fingido", explicó. "Como aquella vez en España cuando hice la foto de los cuernos. Tenía frente a mí a un grupo de chavales que estaban poniendo los cuernos en una foto de grupo, y les estaba explicando que así no se hace".

Hoy, los jóvenes italianos saldrán a la calle en muchas ciudades del país para decirle a Berlusconi "tus chistes nos roban el futuro", y para pedirle que dimita "por robo agravado del presente y de la dignidad del país".

Para que vean que la historia viene de lejos, y que El Caimán es un eminente vendedor de alfombras, aquí les dejo este vídeo de 1995.

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