lunes, 25 de abril de 2011

Roberto Gavaldón, un artesano del cine.

Cuando llegaba al set de filmación “todos guardaban silencio. Hasta una mosca se podía escuchar”. Le decían El ogro, pero en él “había una dicotomía: en lo profesional era de un rigor bárbaro, pero en casa, aunque no puedes cambiar tu carácter explosivo, era bastante manga ancha: siempre lleno de amigos, siempre cocinando (la cocina era uno de sus lugares favoritos, donde tenía todo muy bien organizado) y en la jardinería”, comentó Roberto Gavaldón Arbide, hijo de uno de los cineastas más importantes del cine nacional, cuya obra se exhibe en la Cinemateca de París, uno de los recintos del séptimo arte con uno de los archivos y centros de documentación más destacados en el orbe.

Retrospectiva Roberto Gavaldón es un ciclo cuya exhibición en la capital francesa será clausurada el próximo 30 de mayo. Está conformado por 16 películas, algunas de las más representativas de este referente del cine mexicano. “Aunque las temáticas sean diversas, unas rurales, otras citadinas, las mismas obsesiones están en todas sus cintas: la traición, el arribismo, el fracaso... temas fundamentales de su obra presentes en esta retrospectiva”, señaló Roberto hijo, quien acepta que esas obsesiones en el plano personal fueron detonante para la creación estética del realizador.

Con sus 48 largometrajes, Gavaldón es uno de los cineastas más prolíficos del cine mexicano. Dirigió a figuras de la actuación como Dolores del Río, María Félix, Arturo de Córdova, Pedro Armendáriz e Ignacio López Tarso. Era originario del estado de Chihuahua, pero emigró a finales de la década de los años 20 a Los Ángeles, Estados Unidos.

Su abuelo, contó Gavaldón Arbide, fue abogado y contador en Chihuahua, durante el régimen de Porfirio Díaz, pero cuando estalló la Revolución Mexicana cambió de residencia con su familia.

Acercamiento al séptimo arte

Roberto Gavaldón “no tenía una vocación definida; se inventó lo de estudiar mecánica dental, pero como era un hombre muy guapo se acercó al cine en Hollywood, donde pidió trabajo de extra. Allá conoció a gente como Chano Ureta –su gran amigo–, Emilio Fernández, Alfonso Sánchez Tello y Gabriel Soria, con quien codirigió varias cintas”, señaló el hijo del cineasta.

En 1932 regresó a México para participar como extra en algunos de los primeros filmes sonoros. No obstante, descubrió pronto que lo suyo era la realización y comenzó desde cero: fue utilero, tramoyista, anotador, asistente de dirección y codirector en más de 50 películas, trabajando al lado de directores como Arcady Boytler, Joaquín Pardavé y Gabriel Soria. “Conocía a la perfección todos los oficios del cine, pero creo que algo que ayudó a mi padre a ser prolífico fue que era un lector compulsivo. Siempre lo vi leyendo, esa imagen de él es contundente en mi memoria. Leía libros y periódicos en español e inglés”, afirmó el primogénito de Roberto Gavaldón. Expresó que el cine de su padre despierta interés en las nuevas generaciones de cineastas y del público porque tiene vigencia.
Programa en la sede francesa

La muestra en Francia reúne cintas como La barraca (1944), opera prima basada en un texto de Vicente Blasco Ibáñez, por la que recibió el Ariel, primer director mexicano galardonado con ese premio. También se exhibe La diosa arrodillada (1947), basada en una cuento de Ladislao Fodor, protagonizada por María Félix y Arturo de Córdova; En la palma de tu mano (1950), melodrama sicológico basado en un argumento de Luis Spota, con una actuación excelsa del actor mencionado y Carmen Montejo; El rebozo de Soledad (1952); Camelia (1953), y Macario (1959), postulada al Óscar en la categoría de mejor película extranjera.

Se trata de filmes que comparten el interés del realizador por retratar personajes complejos, inmersos en una atmósfera en la que los contrastes desempeñan un papel esencial, con imágenes captadas por Gabriel Figueroa y Álex Phillips, sus fotógrafos de cabecera.

Completan la programación Rayando el sol (1945), La casa chica (1949), Aquí está Heraclio Bernal (1957), La Rosa Blanca (1961), Días de otoño (1962), El gallo de oro (1964), Rosauro Castro (1950), La noche avanza (1951) y El hombre de los hongos (1975).

“La seleción es buena salvo El hombre de los hongos, que no sé a qué criterio curatorial obedece, pues creo que brinca de todas las demás. Es una de las cintas malas de mi padre. No me gusta, porque es una historia que hizo de un cuento mágico de Sergio Galindo, muy bonito, pero mi papá nunca probó los hongos ni tuvo experiencias sicodélicas y es difícil trasmitir algo si no tienes la experiencia, pero gracias a su oficio está bien narrada y estructurada”, sostiene Gavaldón Arbide.

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