DÍA 31
CARLOS CAY
Y aquí está mi verdadera historia. Gracias a ella he descubierto que mi padre me quiere desde que me ve como un hijo de ficción, justo lo contrario de mi madre, que siempre soñó con un hijo real. Ella me llama de vez en cuando y me pregunta con tristeza cómo va todo. Es su modo de perdonarme a plazos porque no quiere o no puede perdonarme de golpe. Nunca habla de la posibilidad de que vuelva a su casa, pues ha decidido tener otro hijo (está ya de cuatro meses, un embarazo de "alto riesgo", he oído, por su edad) y piensa, aunque no lo dice, que yo sería una mala influencia para él.
Estoy a punto de echar la llave, todavía no sé si desde fuera o desde dentro
A Sara, la novia de mi padre, no solo no le importa que viva con ellos, sino que lo agradece, le gusta la ficción también. Cuando le dice a mi padre que soy "muy cómodo", él me mira con gratitud y perplejidad, preguntándose, supongo, cómo aquel idiota real que se meaba en la cama ha acabado en esta cosa imaginaria que se acuesta con chicas mutiladas. De vez en cuando aún me pregunta por Irene como el que pregunta por el argumento de una película y yo le digo que no salimos. Y él dice que por qué, como si me alentara a volver con ella, y yo le digo que nos hemos dado un tiempo para pensarlo, pues no estamos seguros de nuestros sentimientos. Y él dice que no diga eso de que no estamos seguros de nuestros sentimientos porque es un tópico de la peor especie. Dilo de otro modo, añade, como si la vida fuera un taller de escritura o de lectura. No sabe que Irene es la superviviente de una desgracia provocada por mí un día de mi infancia en el que iba a suicidarme porque él no me quería. Si lo sabe, hace como que no.
En todo caso se enterará cuando lea este relato al que estoy a punto de echar la llave, todavía no sé si desde fuera o desde dentro. Si me quedo dentro seré un hijo de ficción el resto de mis días. Si fuera, quizá pueda alcanzar todavía la condición de real. Luego está Irene, a la que, pese al tiempo transcurrido desde que la abandoné, quiero y desquiero cada día de la semana con idéntica violencia. Temo que acabaré llamándola y que me disculparé y que volveremos a estar juntos y que seremos felices, aunque se trate de una felicidad artificial, ortopédica. Quizá con el tiempo nos casemos y hasta tengamos hijos que yo preferiría que fueran reales, pero que a lo mejor me salen de ficción, porque siento que estoy condenado desde mi nacimiento a una suerte de irrealidad palpable.
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