La inmigración china
Jorge Durand
El lector habrá percibido que en los últimos años el número de restaurantes chinos se ha multiplicado de manera notable. En efecto, en la calle Madero, principal avenida peatonal del Centro Histórico hay un par de restaurantes nuevos, que no son del tradicional modelo capitalino conocido como el café de chinos”.
En muchos barrios y colonias del DF han empezado a emerger restaurantes chinos que ofrecen un servicio de buffet a precios bastante asequibles. Por 50 o 60 pesos se puede comer bien y, sobre todo, abundante, lo que para tiempos de crisis no está mal. Este costo equivale a tres tacos de bistec bien servidos y un refresco en la taquería más famosa de Tlalpan, los Tacos Express, de la avenida San Fernando.
La inmigración china es de dos tipos: trabajadores y comerciantes. Los trabajadores son muchas veces manejados con el sistema de trata y tienen que trabajar muchos años para pagar la deuda contraída por haber emigrado. En el caso de Estados Unidos, un inmigrante trabajador chino debe pagar entre 40 mil y 50 mil dólares por el viaje y el servicio completo. La deuda la tienen que abonar con trabajo semiesclavo a lo largo de una década.
En México ha empezado a suceder lo mismo. Hace un año se denunció al chino estadunidense Edward Chien Chi Chien, propietario de la fábrica de sandalias Noteplastic, en Escobedo, Nuevo León, por tener retenidas a seis personas de nacionalidad china que trabajaban y vivían en su fábrica sin pagarles salario. Les había quitado el pasaporte y la visa FM3 que él mismo les había tramitado.
Las estadísticas del Intituto Nacional de Migración (INM) confirman que la población china ha crecido últimamente. En 2000 eran mil 718, y en 2010 se reporta a 10 mil 247, lo que da cuenta que ha aumentado seis veces en la última década. No obstante, tener a 10 mil ciudadanos de la segunda potencia mundial sigue siendo una cantidad ínfima, que sólo representa a uno por ciento de los extranjeros radicados en el país.
En México los chinos entran por la vía legal, pero también por medio de rutas informales en tránsito hacia Estados Unidos. El ingreso subrepticio se facilitaba en el aeropuerto capitalino, cuando era posible pasar de la sala internacional a la nacional sin mayor problema. Iban escoltados por agentes que los guiaban y, obviamente, los extorsionaban. Ahora esa ruta, que estaba a la vista de todos, ha sido cancelada. Pero obviamente, debe haber otras.
Por la vía legal, los chinos utilizan todos los medios posibles para ingresar a México. El método más socorrido es el de entrar con la categoría de profesionales, y la profesión más señalada en los archivos de inmigración es la de chef, asunto fácil de comprobar: todos los chinos saben cocinar.
En muchos casos, los inmigrantes chinos utilizan abogados especializados en asuntos de inmigración que les llevan sus expedientes. Una vez instalados en México, algunos optan por casarse y con este motivo traer a sus familiares, recurso también establecido en el marco legal.
Hay restaurantes de todo tipo y tamaño. Pero los grandes y bien ubicados requieren de una inversión inicial muy importante que no puede recaer en los hombros de un inmigrante recién llegado. En estos casos, se trata de empresarios chinos de alto nivel que tienen efectivo como para pagar rentas muy caras y montar un restaurante con buenas instalaciones. En muchos casos, al lado del restaurante se instala una tienda de chinerías, de productos baratos y típicos como parasoles, paraguas, sandalias, abanicos, adornos y la famosa pomada Tigre, ideal para quitar la comezón de los piquetes de mosquito.
Por lo general, en la cocina trabajan sólo chinos y en la caja suele estar un muchacho joven que ya aprendió español en la escuela. El modelo de buffet evita el contacto directo con el cliente y, de este modo, los inmigrantes, que no tienen conocimiento del idioma, se pueden dedicar a lo suyo: a trabajar. Los chinos suelen ir de compras a los grandes mercados mayoristas y seleccionan muy bien sus productos. Suelen tocar los alimentos, especialmente el pollo y el pescado, asunto que no gusta mucho a los marchantes.
La inmigración china no es un asunto capitalino, en realidad esa población se ha desperdigado por todo el país. En Guadalajara, por ejemplo, hace un par de décadas sólo recordamos dos restaurantes chinos, actualmente hay más de 100 de diferentes tipos y tamaños. Tampoco es un asunto que concierna únicamente a restaurantes, hay grandes inversiones chinas en México en la industria petrolera, de comunicaciones y otras tantas. Además de un comercio con una balanza bastante favorable.
Lejos de alarmarnos y preocuparnos por la inmigración china, habría que pensar en diferentes estrategias para aprovechar esta gran oportunidad y sacarle el mejor partido. México, como muchos países de América Latina, tiene un enorme potencial para incorporar a la población inmigrante y hacerla partícipe de su propia cultura. Los jóvenes chinos que llegaron a estudiar a las escuelas mexicanas, y los hijos de segunda generación, se pueden quedar a trabajar en el restaurante o pueden entrar a las universidades y luego ser profesionales.
En un par de décadas podemos tener un amplio contingente de chino-mexicanos que pueden ser el eslabón que nos falta para vincularnos de manera más efectiva con esta potencia mundial.
La emigración proveniente de ese país asiático es un fenómeno prioritariamente regional. Los mayores contingentes se concentran en Indonesia, Malasia, Tailandia, Japón y Singapur. Pero también hay un proceso creciente de dispersión en África, Europa y América Latina. Sin duda, la dispersión de su población y la constitución de una diáspora global es parte de una estrategia política que beneficiará a China en el presente y en el futuro. Pero también van a beneficiarse las naciones receptoras.
México es un país tradicionalmente cerrado a la inmigración y que tuvo una historia reprobable y vergonzosa de persecución y discriminación hacia los chinos. Tenemos ahora otra oportunidad.
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