El final tras cuatro décadas
Gonzalo Martínez Corbalá
“Kadafi se desmorona”, dice la cabeza de El País del martes 23 de agosto. El día anterior había destacado en su primera plana que los rebeldes habían roto la defensa de Muammar Kadafi y entraban a Trípoli. Persiguen y capturan a dos de los hijos del dictador, y van dejando las calles llenas de muertos. Sus ya pocos partidarios caen allí, después de ejecuciones sumarias que Naciones Unidas acaba por exigir el fin de las represalias.
Los días de relumbrón del coronel, en los años 70, en los que soñaba encabezar a los no alineados, se ven ya cubiertos de polvo y deja ver su verdadera dimensión. Es un hombre perseguido con la furia desbocada de quienes, según él, todos, los viejos y los jóvenes de por lo menos tres generaciones del pueblo libio, debían vivir agradecidos por haber tenido el privilegio de ser gobernados por una suerte de papa laico, quien, a pesar de mostrarse religioso hasta el fanatismo, se consideró a sí mismo el único Dios que guió más de cuatro décadas a ese pueblo musulmán de cultura milenaria.
Kadafi está escondido en algún lugar del país y nadie lo ha visto después de estallada la revolución para derrocarlo, para poner fin a esas cuatro décadas durante las que gobernó bajo su propia inspiración, convencido de ser el Dios verdadero de los musulmanes, al que debían seguir ciegamente por los ásperos y difíciles caminos del desarrollo y del mejor aprovechamiento de su petróleo.
Libia fue un territorio desértico, poblado originalmente por los bereberes, y a partir de la conquista de los árabes se formó la población, que es producto de la mezcla de ambas etnias. Lo mismo puede decirse de este país de enorme territorio y una larga frontera con el mar Mediterráneo, donde vive la mayoría de la población. Incluso su capital, Trípoli, está ubicada precisamente en el extremo noroccidental. Está poblada por poco más de 5 millones de habitantes, con una densidad muy baja: tres habitantes por kilómetro cuadrado.
La gran mayoría de la población es árabe-bereber; 97 por ciento habla el idioma árabe y predomina fuertemente la religión islámica, la cual suponemos que se conservará y se radicalizará a la caída del aún gobernante Kadafi.
A partir del descubrimiento del petróleo, en 1959, Libia pasó a ser una de las naciones más ricas y el preciado energético les permitió desarrollar la industria y la agricultura, así como diversificar su economía. Fue entonces cuando la mayoría de los pequeños agricultores emigró hacia la costa, donde el clima es más benigno.
Fue en el siglo VII dC cuando los árabes musulmanes transformaron la cultura libia, su lenguaje y religión. Italia invadió ese país en 1911 durante la Primera Guerra Mundial. En la Segunda Guerra las fuerzas británicas y francesas ocuparon su territorio hasta que Naciones Unidas le dio la independencia en 1951, habiéndose transformado en monarquía, hasta que mediante un golpe de Estado Muammar Kadafi se convirtió en un gobernante que favoreció la unidad de los países árabes, así como la causa palestina, creando un gobierno nacionalista.
Desafortunadamente, el gobierno libio favoreció también en esos años la práctica del terrorismo, causa aparente del muy intenso bombardeo que llevó a cabo Estados Unidos en 1986.
De esta manera, el coronel Kadafi ejerció el poder centrado en su propia personalidad. Su apoyo al terrorismo internacional generó grandes dificultades a su largo gobierno, que ahora termina de manera brutal, repudiado por las nuevas generaciones de su pueblo. La Organización de Naciones Unidas le impuso algunas sanciones muy severas, motivada por su cercanía con grupos terroristas.
Kadafi tuvo también graves dificultades con el gobierno de Chad, vecino del sur del país, ya que tiene una larga frontera con Libia al oriente de Níger.
El conflicto con Chad fue desastroso para el coronel y fuente de muchos problemas para Libia. Aunque ese país estrictamente hablando quedaba fuera del trazo que delineó el presidente George W. Bush del casquete esférico tan desproporcionado, dentro del cual quedaron las naciones que el ex presidente estadunidense calificó de “fuerzas del mal”, incluyendo a China, India, Irán, Afganistán y Pakistán, junto con la mayoría de las naciones que forman el Cáucaso, región también enorme que ocupa la mayoría de los países que integran la OPEP, y entre los que está Libia.
Como es de suponerse, ésta fue una de las causas de la difícil relación que mantuvo Kadafi con el gobierno de Bush. No hay que soslayar el hecho de que la riqueza petrolera de Arabia Saudita lo dejó fuera de las acciones hostiles que se hicieron sentir en las naciones enlistadas desde los primeros días del gobierno de bush hasta el final del mismo.
Después de haber dado el golpe de Estado a la monarquía gobernante, en 1969, pudo hacer un gobierno democrático –pero dado el rango de coronel, según consigna la historia, esto suele ser imposible–, como lo fue en los primeros años en los que respaldó a los países árabes en relación con el aprovechamiento del petróleo, que acababa de ser descubierto por aquellos años para causas positivas como el desarrollo de la industria y la agricultura. Sin embargo, se pervirtió y transformó, dando inicio a un proceso de exaltación de la personalidad del coronel Muammar Kadafi.
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