domingo, 5 de febrero de 2012

Nueva York está acabada.

"Nueva York está acabada"
El escritor certifica en sus ensayos la defunción de la ciudad de la que ha sido cronista






Luc Sante (1954) tenía cinco años cuando sus padres emigraron a Estados Unidos, procedentes de Verviers (Lieja, Bélgica). Instalado en Nueva York, durante las décadas que siguieron a su llegada, fue testigo directo del proceso de erosión que fue minando poco a poco el carácter de la ciudad, fenómeno del que dio cuenta en su primer libro, Low Life (1991). En su crónica de la muerte de Manhattan, Sante pone de relieve que no se trató de un mero proceso de destrucción física, sino de la aniquilación del alma misma de la ciudad hasta quedar despojada del aura que había hecho de ella la metrópoli por antonomasia de la modernidad.

En esencia, la técnica de desvelamiento que Sante despliega en Low Life es la misma de la que se sirve para ahondar en los aspectos más diversos de la cultura norteamericana, una cultura en ruinas. La capacidad de penetración de una visión así sólo es posible en alguien que pese a llevar muchos años instalado en el corazón de la realidad que observa, conserva la capacidad de lanzar sobre la misma una mirada distante y descarnada. De Luc Sante cabría decir lo que dijo Hawthorne de Thoreau: “Se ha propuesto vivir como un indio entre nosotros”. Acaba de publicarse Mata a tus ídolos, recopilación que pone por primera vez a disposición del lector en español una antología de los escritos de uno de los comentaristas más incisivos de la cultura estadounidense actual. El mundo de los pioneros de la fotografía, los orígenes del blues, historias legendarias de jazz, el cine, la pintura, la poesía, la enfermiza relación de los americanos con el hábito de fumar, crónicas urbanas, evocaciones de Tintín o de Magritte... los ensayos de Luc Sante son un prisma en el que se refractan haces de luz que a veces proceden de Europa, pero cuyo epicentro es Estados Unidos. Actualmente, Luc Sante vive refugiado en Kingston, la antigua capital del estado de Nueva York, a orillas del río Hudson, que el día de la entrevista amaneció helado.

“Jamás pensé que pudiera acabar en un lugar así, pero lo cierto es que no existe ningún lugar que sienta como mío. Nueva York es una ciudad acabada”.

—¿Se trata de un proceso irreversible?

El Nueva York de aquel entonces era una mezcla irrepetible de cosmopolitismo y abandono

Luc Sante
—Imposible recuperar aquel mundo. Entonces, pese a la existencia de núcleos de poder como Wall Street, Nueva York era una ciudad del Tercer Mundo. Había una actividad cultural desaforada pero se podía vivir por muy poco dinero. La ciudad era un imán que atraía talentos artísticos de todas partes. El Nueva York de aquel entonces era una mezcla irrepetible de cosmopolitismo y abandono. En el Lower East Side por las noches se vivía al resplandor de los incendios que provocaban los dueños de los edificios. Por supuesto, aquello no podía durar. La idea de un Nueva York pobre era insostenible. El capitalismo no se iba a cruzar de brazos ante semejante desperdicio.

Sante evoca sus años de estudiante, las clases de poesía que impartía Kenneth Koch en Columbia Universiy, su amistad con Jim Jarmusch, con quien compartió piso, los antros en los que tocaba una jovencísima Patti Smith y a la que seguía de concierto en concierto, los primeros pasos de Robert Mapplethorpe, el Village de Dylan, los encuentros con su vecino, el poeta Allen Gingsberg. “Estábamos todos muy unidos, incluso los famosos eran gente muy cercana. Hoy eso sería imposible de reproducir”.

Habla con admiración de los escritos de Joseph Mitchell, el cronista del New Yorker, a quien llegó a tratar. Sus autores predilectos no son los que se suelen citar normalmente: “Una de mis novelas favoritas es The Lost Week End (1945), de Charles Jackson, una oscura historia de alcoholismo que Billy Wilder llevó a la pantalla. Me fascinan las novelas sobre Harlem de Chester Himes. La mejor es Un ciego con una pistola (1969). Los ensayos sobre Nueva York de otro escritor negro, James Baldwin, son soberbios."

Hay en los escritores que evoca una mezcla de magia y disidencia que también se da en los ensayos que integran Mata a tus ídolos. En ellos se evoca a pioneros de la fotografía, como Eugène Atget, Walker Evans, Robert Frank, o Pierre Mac Orlan. A propósito del último, Sante puntualiza: “Era amigo de Apollinaire. En un ensayo de 1929 habla de las cualidades ocultas de la fotografía, de la capacidad de este medio para hacer converger en el marco de un instante emociones visuales muy profundas. El fotógrafo no cuenta, el genio es la fotografía misma”. Ilustra sus palabras señalando dos poderosas instantáneas que hay en un rincón de su casa, una inundación y un incendio. “Son anónimas”, dice, sonriendo.

Woodstock se ha convertido en el lugar del mundo donde más caro es el vacío

Luc Sante
Hablando de blues y de jazz se le acumulan las anécdotas. Su bluesman favorito es Charlie Patton (1891-1934), “cuya persona encarna violentamente todas las contradicciones del género. Era un hombre elegantísimo, ministro evangélico, nómada y mujeriego. Tuvo cientos de amantes, y estuvo a punto de perder la vida a manos de un marido celoso. No ha habido nadie que toque el blues como lo hacía él”.

A unos pocos kilómetros de Kingston se encuentra la emblemática localidad de Woodstock, a la que Sante dedica uno de los ensayos del libro. Le pregunto qué ha quedado de todo aquello. “Woodstock no nació con el festival. Hace un siglo ya era un importante centro de cultura bohemia. Antes de la Primera Guerra Mundial había allí varias editoriales independientes. Hay muchos momentos interesantes en la historia del lugar. Byrdcliff, la colonia de artistas sigue viva, igual que el Maverick Concert Hall, donde John Cage estrenó su célebre pieza 4’33”. Escuchada allí, se comprende que no tiene nada que ver con el silencio. Hoy Woodstock se ha convertido en el lugar del mundo donde más caro es el vacío.

Está lleno de millonarios budistas que viven en espacios gigantescos en los que sólo hay una alfombra que cuesta una fortuna y un Buda del siglo XI. En cuanto al festival que congregó a medio millón de jóvenes rebeldes, representa el momento en que la sociedad de consumo le dio la puntilla al sueño de la revolución. Muchos acabaron al volante de un BMW”.

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