martes, 24 de julio de 2012

Homenaje a Peces-Barba.

Un humanista, un amigo, un intelectual

Gregorio Peces-Barba, a la derecha, junto a Alfonso Guerra, Felipe González y Rafael Escuredo, conversa con el entonces presidente del Congreso Fernando Álvarez de Miranda (UCD) en un pleno del Congreso en
Él era el mayor del grupo. Cursaba quinto de Derecho y era profesor ayudante de Joaquín Ruiz-Giménez en la cátedra de Derecho Natural. Ignacio Camuñas, Javier Rupérez, Julio Rodríguez Aramberri y yo mismo componíamos el quinteto (cada uno, y por este orden, estudiante de un curso inferior al del otro). Congregantes de María Inmaculada, mezclábamos religión y política con las salidas al cine, o a las revistas del Martín, los viajes al extranjero a estudiar Derecho Comparado, y las pequeñas conspiraciones universitarias. Un día Gregorio llegó al piso donde nos reuníamos cada tarde para estudiar y nos propuso incorporarnos a un proyecto que estaba fraguando Joaquín Ruiz-Giménez. Se trataba de fundar una revista intelectual y política hecha tanto por profesores como por alumnos de la Complutense. Una plataforma para debatir sobre el futuro de España y contribuir a imaginar el posfranquismo. Corría el año 1963 y así nació Cuadernos para el Diálogo, que acabó siendo el principal órgano de oposición a la dictadura de cuantos se publicaban en el interior del país.
Se comportó como un socialdemócrata fiel al humanismo cristiano
Los del quinteto nos veíamos de continuo. Lo hacíamos todo juntos: estudiar, viajar, divertirnos, rezar… Con Gregorio y un cura salesiano organizamos una especie de cursillos de cristiandad para gentes demócratas y de izquierdas. En el Viacrucis pronunciábamos agresivas jaculatorias: “Putas y ateos [meretrices y gentiles] nos precederán en el reino de los cielos”. El padre de Gregorio había sido fiscal durante la República, condenado a muerte por la dictadura e indultado después. Era un abogado respetado y eficaz, especializado en propiedad inmobiliaria. El mío era por entonces director de Arriba, y todavía se enfundaba en el uniforme falangista cuando iba a visitar al Caudillo. Sin embargo, la reconciliación entre vencedores y vencidos funcionaba ya, sin estridencias ni condiciones, entre nuestras familias. Gregorio era como un miembro más de la mía, y yo andaba, junto con el grupo, muchos fines de semana al chalecito de los Peces-Barba en Colmenarejo, donde cimentamos una extraña afición al juego del scalextric, al tiempo que comentábamos la actualidad política y discutíamos de religión y de literatura. En aquellos interminables debates entre adolescentes tardíos él nos ilustraba sobre el personalismo y las doctrinas de Mounier. De modo que acabamos todos siendo de una forma u otra demócratas cristianos. Una vez que así lo consiguió, Gregorio se apuntó al Partido Socialista, junto con Pedro Altares.
Durante mucho tiempo fue para mí como un hermano mayor. Luego, la vida nos separó y unió cantidad de veces. Su etapa como político activo, en la Comisión Constitucional y de presidente del Congreso, nos valió multitud de encuentros y desencuentros. Los normales entre quien dirigía un periódico, como era mi caso, y quien ostentaba responsabilidades de Estado. Su incorporación a la Universidad, como primer rector de la Carlos III, le recuperó de forma definitiva para el universo intelectual y selló también el retorno a nuestra vieja amistad.
Ha sido un ejemplo de honestidad y de dedicación al Estado
Fue un político brillante aunque a él le gustaba que le juzgaran, sobre todo, por su relevancia como jurista. Su intachable conducta ética, su dedicación intelectual, su vocación universitaria y su generosidad innata le hacían insustituible entre aquel grupo de jóvenes amigos que acompañamos a Ruiz-Giménez en su definitiva ruptura con el régimen de Franco. Gregorio había sido un poco el maestro de todos nosotros y el amigo siempre dispuesto a echar una mano. Desde el punto de vista ideológico, se comportó como un socialdemócrata tranquilo siempre fiel, aun sin confesarlo, al ideario del humanismo cristiano que tanto le marcó en la juventud. La Transición política en España hubiera sido diferente y peor sin su concurso. La democracia le debe mucho más de lo que le ha reconocido. En momentos en los que la clase política es denostada, de manera indiscriminada y muchas veces injusta, su ejemplo de honestidad, dedicación al Estado y servicio a los demás puede y debe contribuir a devolvernos la fe en quienes dedican su vida al servicio público sin corromperse, sin aturdirse, sin abandonos ni rendiciones. Como Gregorio Peces- Barba.

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