jueves, 26 de julio de 2012

La violinista/ cuento corto.


La violinista



Juan José Lara.

  

  El fin justificaba mis miedos; temor al rechazo, al desaire, a la indiferencia, a la negativa. Pero como expresaba el mágico decir, escrita estaba la sentencia, de todas maneras iba a morir, moriría de desesperación si confesaba que me malquería, si callaba me asesinaría su silencio horadándome como hoja de acero, me mataría la catástrofe del júbilo al decirme que sí.

     El caso es que yo había ido a solazarme al restaurante donde se presentaba un grupo musical, con interpretaciones populares variadas. Tocaron intempestivamente la canción “El unicornio azul”,  y  me embelecé  al contoneo de las notas dulces, produciendo el efecto hipnótico de “El gran galope cromático” de Liszt en mí.

     De todo lo que soliviantó más mi quebrantado espíritu fue la actuación de una bella violinista cegadora como un ángel. Su rostro, óvalo moreno perfecto, lo bañaba el pelo castaño en libertad; tenía la nariz celestial de Carey Mulligan la “Daisy” de la nueva versión de “El Gran Gatsby”.

     Entonces de verdad el amor lo comprendí como el desequilibrio cósmico que dicen que es. Reverdecieron mis viejos miedos, los cuales consideraba desterrados desde algún tiempo. Recordé el desamparo experimentado cuando Miriam circunspecta me anunció que se iría al Triángulo Ixil con la insurgencia. Volvió la incertidumbre de encontrarme en la senda mustia que llevaba a la muerte.

     Me doté de valor y fui hasta el pasillo donde se encontraba la violinista, invitándola a tomar daikirís. El violín se adormeció,  y  mis tremendos miedos con él; escuché gratificado de sus labios el mejor fragmento de su vida, como quién arranca algunas páginas sepia de una novela triste de Balzac.

     Ella soñaba con el violín de una concertista rusa, al tiempo que yo con ser solista entre su seda. El aire tibio se enfriaba en mi garganta con la escarcha gélida de la bebida, mientras las palabras volaban inquietas como mariposas. Esa noche terminé abrazado a la estatua de Hemingway, y a la fragancia de nísperos de la violinista.

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