lunes, 23 de julio de 2012

No hay salida digna para España.

Verano de 2012

El eslabón más débil de la cadena es ahora el Tesoro Público: no hay dinero

Archivado en:o el vigilante de la caja del Estado, Cristóbal Montoro, dice en el Parlamento que no va a haber dinero para pagar a los funcionarios, recuerda idénticas declaraciones de sus colegas griego o portugués en los momentos previos a la intervención de sus economías (“tenemos fondos para dos meses…”). Hay poco novedoso en el sufrimiento español: si uno repasa las hemerotecas de hace dos años encuentra la misma tozuda resistencia de los Gobiernos de los países intervenidos para evitar el rescate forzado de sus finanzas y parecida presión de los especuladores en contra de los intereses de esos países. La cuestión es qué ha aprendido Europa en este tiempo de agonía.

Superado el rescate de la banca mediante una póliza de crédito de hasta 100.000 millones, ahora el eslabón más débil de la economía española es la liquidez de su Tesoro (manifestada en la subasta de la semana pasada). La solvencia exterior es insostenible al precio de la prima de riesgo, lo que se concreta en la cifra que aparecerá en los próximos Presupuestos en concepto de pagos de la deuda pública: 38.000 millones (cerca del 4% del PIB), la mayor partida de gasto corriente.
En aquellos escenarios griego o portugués (el irlandés es un poco distinto) la alternativa era cuádruple: la suspensión de pagos del país en cuestión (el default); la intervención plena de la economía por “los hombres de negro” (de nuevo Montoro); la extensión del contagio a otras economías de tamaño superior; y, en el peor de los casos, la ruptura desordenada de la zona euro tal como la hemos conocido, lo que da idea del volumen del problema: el euro, la segunda moneda mundial, al borde del precipicio.
Se repite, paso a paso, la misma hoja de ruta que con Grecia o Portugal
No tiene por qué ser así, pero podría ser así.
Las responsabilidades españolas en el asunto son compartidas: una terrible herencia económica recibida por el Gobierno del PP y la acentuación de los problemas durante sus primeros siete de gestión. Uno podía intuir lo que pensaba hacer Rajoy en cuanto llegase a La Moncloa, tan distinto de lo que prometió, pero la sorpresa ha sido observar lo malos gestores que son algunos de sus ministros. Los ciudadanos opinan en los sondeos que la derecha es más eficaz que la izquierda en la administración de la economía, pero ello no está avalado por la práctica: todos los indicadores, los reales y los de confianza, han empeorado con el PP. Esta doble responsabilidad de los principales partidos genera una tremenda desconfianza sobre la capacidad de los políticos en la resolución de los problemas comunes y públicos. Más en general, una desconfianza en sus élites que, como sabemos, amplía el papel del populismo. Algunos de los eslóganes coreados en las multitudinarias manifestaciones de protesta del pasado jueves pertenecen a esa índole de reacciones.
La última bala que queda para superar esta coyuntura es la actuación del Banco Central Europeo (BCE), aunque no son muy estimulantes las declaraciones de su gobernador, Mario Draghi (“Nuestro mandato no es resolver los problemas financieros de los Estados, sino asegurar la estabilidad de precios y contribuir a la estabilidad del sistema financiero con independencia”), del mismo modo que en muchos momentos de las crisis griega, irlandesa o portuguesa fue tan decepcionante la actuación de su predecesor Jean-Claude Trichet.
Recuperando el programa de hace un año de compra de deuda pública en el mercado secundario, asegurando la liquidez de los bancos y, en última instancia, respaldando a los países que aplican la política económica que les impone Bruselas, al menos mientras no exista en la arquitectura de la UE otra instancia que lo haga. Una política económica, por otra parte, de la que se sabe que no va a facilitar el crecimiento económico y el empleo —problema diferencial de España—, pero que es obligatoria (por impuesta) si se quiere evitar la quiebra del país.
Si el BCE no actúa se multiplicarán las opiniones de quienes piensan que si de lo que se trata es de que nuestro país recupere competitividad mediante la austeridad, será mejor hacerlo fuera de la disciplina del euro que dentro de la misma, porque el camino, en este último caso, será más largo y difícil.
No hay salida airosa.

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