Pobreza crónica
Los necesitados que acuden a Cáritas se han multiplicado por tres y son cada vez más pobres
Muchos de los que acuden a Cáritas han agotado los ahorros de que disponían, ya no tienen colchón familiar al que recurrir y tampoco reciben prestaciones sociales suficientes. La mayoría de ellos son parados de larga duración que ya no encuentran modo de sustento ni en la economía sumergida. Las parejas jóvenes con niños pequeños y las familias monoparentales son las más vulnerables. Este es el rostro más amargo de la crisis. El problema es que mientras la pobreza crece y se cronifica, el sistema de asistencia social que debería hacerle frente no para de encogerse. El “repliegue progresivo”, según Cáritas, de la red pública de servicios sociales está dejando a la intemperie a cada vez más gente. Y además, con los recortes, se está volviendo menos eficiente. Para tener una primera cita con los servicios de valoración se ha de esperar una media de 24 días y para recibir la primera ayuda, dos meses más. Estos retrasos tienen consecuencias graves. Hay que tener en cuenta que una parte creciente de las demandas son de ayuda médica para inmigrantes en situación irregular.
Además de tener un raquítico presupuesto para la inserción social, las subvenciones que se conceden llegan cada vez con mayor retraso. Si antes de la crisis tardaban un promedio de tres meses, ahora tardan seis. En una situación como esta, los poderes públicos deberían preocuparse de que su falta de diligencia no agrave más la situación de quienes han caído en el pozo de la miseria. Cuando más necesidad hay de un buen sistema de ayuda social, más precario, lento y farragoso se vuelve.
Cuando la exclusión social se cronifica como ahora está ocurriendo, se convierte en un camino sin retorno, incluso cuando mejora la situación económica general. Los poderes públicos deberían hacer lo posible para evitar que eso ocurra.
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