domingo, 24 de abril de 2011

Edipo el verdugo/ Cine.

Edipo el verdugo


Incendies (La mujer que cantaba). Dirección: Denis Villeneuve. Guión: Denis Villeneuve basada en una obra de Wajdi Moijawad. Música: Grégoire Hetzel y Radiohead. Fotografía: André Turpin. Con: Lubna Azabal, Melissa dé Sormeaux Poulin y Abdelfhafour Elaaziz. Canadá, 2010. Foto: Stephenlan.com Incendies estuvo nominada como mejor película extranjera en la pasada emisión del Oscar y hoy es parte de la programación del 31 Foro Internacional de la Cineteca.

Durante la primera secuencia, la cámara se desliza hacia el interior de un orfanato. Viene acompañada por música inquietante. En poco tiempo reconocemos a Radiohead. Adentro del orfanato, unos soldados están rapando niños y la caída del pelo sirve de pretexto al director para enfocar los pies desnudos de un muchacho que tiene en su tobillo una marca, un tatuaje. La cámara se concentra entonces en la mirada del niño. Intuimos que estamos viendo una película excepcional.

En Incendies, el director retoma algunos de los mitos más recurrentes en el imaginario humano: un bebé que, como Moisés, es puesto en un río; unos gemelos que simbolizan la irrupción del caos, la marca de reconocimiento en un héroe que no es lo que parece y un entierro que no puede ser consumado. Todos estos elementos remiten al género más estudiado en la narrativa: la tragedia. Incendies confirma que el pathos griego vive en el cine; es una obra de perfección aristotélica que purifica el alma con base en los miedos que Freud usó para su teoría sobre el inconsciente: el terror al padre, el amor erótico a la madre. Para exorcizarlos se inventó la tragedia, se inventaron los misterios de Eleusis.

Pero el mayor logro de Villeneuve está en que, a pesar de su profundidad, cuenta una historia que transita a muchos niveles de lectura. Incendies puede ser leída sólo como una entretenida investigación familiar llena de giros inesperados. La historia gira en torno a un encuentro entre hermanos. Algunos de ellos son fruto del amor; otros fruto de la violencia. Pero ser engendrados en el amor no erradica el sadismo. Tampoco los hijos de la violencia dejan de sentir amor. La clave está en que todos somos como estos gemelos que, más allá de sus circunstancias, tienen que adueñarse de la verdad de su pasado para liberarse por fin del resentimiento, de la crueldad; del sadismo, el horror.

Lo que pareciera un exceso de corrección política hacia el inicio de la película, comienza a adquirir sentido poco a poco. Finalmente entendemos que no es necesario profundizar en las guerras de Líbano y en el enfrentamiento entre cristianos, judíos y musulmanes (esos hermanos siempre peleando), para contar esta historia. Entendemos que aquí lo que realmente importa no es el complejo escenario político en el que se sitúa la película. Hacia el final entenderemos que de lo que habla Incendies trasciende incluso el horror de la guerra libanesa porque va hasta los orígenes del tabú, hasta el origen del mal en nosotros mismos.

La magnífica puesta en escena, la actuación de una protagonista que recuerda a Juliette Binoche en sus mejores momentos y todos esos detalles que hablan de un verdadero trabajo poético en la construcción de una historia, me han convencido de que Incendies es una obra maestra del cine contemporáneo.

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