Vivimos entre el desaliento y el temor"
El exmandatario mexicano acusa a algunos intelectuales de "emborronar la Historia" de México
Es el gran villano de política mexicana actual, la figura que despierta mayor ira entre sus ciudadanos, pero no hay conversación con políticos y analistas de este país donde no surjan las frases “eso empezó con Salinas” o “eso cambió con Salinas”. Al expresidente (1988-1994) parece divertirle ese papel y en su libro más reciente, ¿Qué hacer? La alternativa ciudadana, que le ha devuelto a la actualidad, no deja títere con cabeza en el establishment, empezando por sus intelectuales más prestigiosos como Enrique Krauze, Jorge Castañeda o Sergio Aguayo, entre otros, a los que acusa de “emborronar la Historia con sus simplificaciones”.
Salinas de Gortari (México, 1948) recibe a EL PAÍS en su casa de una lujosa colonia del sur de la capital mexicana. En su magnífica biblioteca desmiente a las encuestas que señalan que sigue teniendo gran influencia política y que está detrás de la candidatura de Enrique Peña Nieto, el joven político del PRI que va en cabeza en los sondeos preelectorales. Ve en el PRI que puede regresar al poder “una nueva generación de espíritu reformista”, pero no quiere ni oír hablar de acabar con el tabú de la no reelección de congresistas y alcaldes, una reforma política que su partido frena en las Cámaras. Cordial y sarcástico, defiende su gestión y pasa revista a los males de su país.
Pregunta: Salinas de Gortari, uno de los presidentes más poderosos de México, defiende ahora el poder ciudadano. ¿Se ha convertido en un indignado más?
La violencia más
severa y cotidiana
que padecemos
es la de la pobreza,
porque afecta a la
mitad de la población
Respuesta: Si hacemos una lectura más cuidadosa de qué pasó, entonces observarán que promovimos reformas que redujeron el poder presidencial. Por ejemplo, se creó un banco central autónomo, se terminó con que el presidente de la República siguiera siendo la autoridad en cada uno de los 27.000 ejidos del país, creamos la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) y dimos autonomía al órgano electoral con la creación del Instituto Federal Electoral (IFE). Menciono estos ejemplos porque otra vez el velo de la grisura en la que trabajan nuestros intelectuales orgánicos ha producido esa idea de una presidencia imperial, un nombre atractivo para vender libros, pero que es una distorsión mayúscula.
P. Pero esas reformas fueron reacciones a grandes crisis, el sistema crujía...
R. Claro que crujió el sistema político en México con la elección de 1988, no fue capaz de dar resultados el mismo día de la elección y permitió que hubiera una comprensible incredulidad en amplios grupos de la población sobre el resultado final. Lo que digo es que hubo una respuesta constructiva frente a eso, que no buscó ampliar los poderes presidenciales sino, al contrario, fortalecer las instituciones.
P. Participación ciudadana contra los riesgos a los que se enfrenta México. ¿Cuáles son?
La idea de la presidencia imperial es atractiva para vender libros, pero es una distorsión mayúscula
R. Son de dos tipos, externos e internos. En lo externo, somos vecinos de la nación más poderosa del mundo, y no solo perdimos la mitad de nuestro territorio con ellos, sino que en el siglo XIX hubo más de dos intervenciones directas. Hemos tenido que buscar una manera constructiva de relacionarnos, como fue el Tratado de Libre Comercio (TLC). En el entorno internacional hay dos problemas fundamentales, el primero es que estamos viviendo desde 2008 la crisis del capitalismo especulativo en el que se busca la utilidad instantánea. El segundo, es que a finales de los años 90 se entregó el sistema de pagos mexicano a los extranjeros y hoy hay bancos en México, pero no bancos mexicanos. Fue un error de dimensiones históricas.
P. ¿Y los internos?
R. Internamente hay desencanto y temor. Como no se generan suficientes fuentes de empleo, mucho menos con una remuneración adecuada, tenemos más de seis millones de jóvenes que ni estudian ni trabajan. El desencanto viene de esa imposibilidad de contar con oportunidades creativas para participar en la transformación económica del país. Y el temor viene de la violencia que hoy padece el país, pero la violencia más severa y cotidiana es la de la pobreza, porque afecta a más de la mitad de la población.
P. ¿No se actuó a tiempo contra el crimen organizado? ¿Se miró para otro lado?
R. Déjenme contarle mi experiencia desde la presidencia de la República. Nosotros encontramos un problema serio de narcotráfico, pero era un problema policiaco, no de seguridad nacional, y como tal lo enfrentamos porque sabíamos que si no lo combatíamos frontalmente íbamos a pasar de ser país de tránsito a ser país de consumo. De tal manera que durante mi Gobierno sucedieron dos cosas: detuvimos a capos de todos los carteles —el Chapo Guzmán, los Arellano Félix…— todos quedaron en prisión al final de mi Gobierno y además se hizo el decomiso más grande de cocaína en la historia del país. Luego hubo un elemento importante y es que a partir de 1995-1996, EE UU cierra la ruta del Caribe de abastecimiento de droga a su territorio, pero comete un error muy grande al no disminuir su consumo interno, y esta mercancía encontró el camino a través de México para llegar el mercado más grande de consumo de drogas, que sigue siendo EE UU. Así que no es un problema de que alguien mirara para otro lado, es que cambiaron las circunstancias de forma drástica y dramáticamente.
P. ¿Está de acuerdo con la apertura de Pemex a la iniciativa privada?
R. Si se mantiene el principio soberano de que la propiedad y el control sobre los hidrocarburos de México deben quedar en manos mexicanas, me parece muy acertado la propuesta de buscar la participación de particulares, e incluso veo que hay sectores mexicanos que han recibido muy favorablemente la idea de participar con una empresa como la brasileña Petrobras, que ha tenido enorme éxito en la perforación en aguas profundas.
P. ¿Ha perdido México protagonismo internacional?
R. Es verdad que en los BRIC no está la M de México. En general sí se siente una presencia exterior disminuida de México, en parte porque, para ir afuera, primero hay que arreglar adentro.
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