viernes, 25 de noviembre de 2011

Un español que razonaba.

Érase una vez un español que razonaba
Un ensayo traza por primera vez la historia de las ideas literarias en España - El pensamiento estético se ha debatido entre el casticismo y el cosmopolitismo



"Soy un español que razona", respondía Juan Gil-Albert cuando lo acusaban de afrancesado. Las palabras del poeta republicano dos veces exiliado, fuera y dentro, ilustran bien la presunta incompatibilidad entre las palabras España y pensamiento. No digamos pensamiento relacionado con las artes. Esa presunción queda ahora en entredicho con la aparición de las 900 páginas de Las ideas literarias (1214-2010), un volumen coordinado por José María Pozuelo Yvancos. Escrito por el propio Pozuelo, que se encarga del siglo XX, y por cuatro estudiosos más -Fernando Gómez Redondo, Gonzalo Pontón, Rosa María Aradra Sánchez y Celia Fernández Prieto-, el libro es el tomo octavo de la Historia de la literatura española dirigida por José-Carlos Mainer y publicada por la editorial Crítica.

"Siempre hubo un diálogo difícil con Europa", dice el coordinador, Pozuelo
Las ideas literarias es una rareza por lo que recoge y por el hecho de recogerlo. Lo más parecido habría que ir a buscarlo al periodo que va de 1883 a 1891, años en que Menéndez Pelayo redactó su Historia de las ideas estéticas. "Un libro como este estaba sin hacer", explica Pozuelo Yvancos.

El catedrático de teoría de la literatura de la Universidad de Murcia y autor de títulos como Poética de la ficción o Teoría del canon y literatura española añade que, en lugar de por el término teoría, optaron por el más amplio de ideas. Y fueron a buscarlas "allá donde estuvieran", fueran prólogos (el Marqués de Santillana en el siglo XV), comentarios (Herrera sobre Garcilaso en el XVI), discursos (Lope de Vega en el XVII), cartas (Feijoo en el XVIII), críticas (Clarín en el XIX) o ensayos filosóficos (Ortega y Gasset en el XX).

Si en otras tradiciones los conceptos salían de manos de los maestros de retórica y poética, en el caso español son "los escritores son los que han ido abriendo camino teórico", dice Pozuelo. "Durante la posguerra, escritores como Benet, Gil de Biedma o Valente se adelantaron a los profesores de su tiempo". En los últimos cien años, un narrador juega un papel fundamental en el terreno de las ideas literarias, la de su tiempo y las del pasado: Azorín, que entre 1911 y 1913 publica Lecturas españolas, Al margen de los clásicos y Clásicos y modernos. "Es el gran creador de la tradición castellana. Hace como escritor lo que en términos filológicos estaba haciendo Menéndez Pidal en el Centro de Estudios Históricos". Así, el Centro impulsa la edición de grandes clásicos españoles de los que, como El Buscón, no existía un texto fiable. "Azorín lee a esos clásicos buscando construir una tradición nacional que estaba sin hacer. Más tarde, en un libro como Castilla, la vincula al paisaje".

La introducción a Las ideas literarias destaca que si hay una continuidad en los ocho cambiantes siglos que recoge, esa es la espinosa "cuestión nacional". ¿Existe una escuela española en literatura como se dice que existe en pintura? "Ha querido crearse", responde el responsable del volumen. "Lo curioso es que fueron los institucionistas los que fueron conscientes de esa necesidad". De entrada, no existía una historia de la literatura española.

La primera escrita por un español fue, en 1865, Amador de los Ríos, el maestro de Menéndez Pelayo. No pasaba del siglo XV. "La Institución Libre de Enseñanza quiso dar cauce a una tradición española, y para eso había que historiarla", argumenta Pozuelo, que recuerda la lectura que Pidal hace de la épica castellana buscando la idiosincrasia de española: "Fija así una serie de caracteres de lo español. Por ejemplo, el realismo, que considera determinante en la historia de nuestra cultura. Quería subrayar aquellos elementos con los que España había intervenido en Europa, básicamente, la picaresca".

Si Azorín es el haz de la teoría, el envés (o viceversa) es Ortega y Gasset, que con La deshumanización del arte (1925) instala la cultura local en las polémicas de la vanguardia internacional. Para Pozuelo, Ortega es "la gran figura universal" del pensamiento estético de un país, este, que durante siglos ha vivido la tensión entre lo propio y lo ajeno, lo vernáculo y lo extranjero. Esa es la otra gran continuidad hispánica, la que va del italianizante Garcilaso a los afrancesados del siglo XVIII. "Siempre hubo un diálogo difícil con Europa", dice el profesor Pozuelo. "En eso la literatura no ha ido por un camino muy distinto que la política o la filosofía".

Tras la Guerra Civil, el franquismo triunfante mutiló el árbol de los estudios literarios. De ahí que la teoría literaria tardara en asentarse sin recelos en la universidad. No por casualidad, la antología de textos que cierra el nuevo volumen culmina con dos maestros que son un símbolo: Fernando Lázaro Carreter y Claudio Guillén. En el álbum gráfico que completa el texto, el primero aparece retratado junto a Roman Jakobson; el segundo, junto a George Steiner. El estructuralismo y la literatura comparada al máximo nivel. Las dos fotografías se tomaron en España.

El autor ha muerto, viva el autor
El volumen dedicado a las ideas en la Historia de la literatura española dirigida por José-Carlos Mainer coincide con la resurrección editorial de 1616, el Anuario de Literatura Comparada. Si el nombre de la revista alude al año de la muerte de Cervantes y Shakespeare, su director, Darío Villanueva, analiza en ella el realismo de Zola, Galdós y Henry James. No todas las comparaciones son odiosas. A ese anuario y al nuevo tomo de la Historia le acaba de seguir otro aún más nuevo: Razón y sentimiento, consagrado al siglo XVIII y redactado por María-Dolores Albiac Blanco.

Si el tomo histórico combate los prejuicios sobre la creatividad de las letras española durante el Siglo de las Luces, el teórico subraya lo que la idea actual de la literatura debe a esa centuria. En ella se fijan los géneros literarios por necesidades pedagógicas y comienza la profesionalización de los escritores y de la crítica. "Entre la imprenta e Internet está la prensa", explica Pozuelo Yvancos. "El siglo XVIII vive la eclosión de la comunicación intelectual fuera de los espacios académicos: revistas, tertulias...

Nacen la vida literaria y el mercado". Las ideas literarias es, de hecho, un registro de nacimientos y defunciones. La imprenta mata la epopeya pero impulsa el ensayo y la novela, género al que le costó adquirir el pedigrí de la poesía. ¿Y hoy? "La Red lo va a cambiar todo", dice Pozuelo. Puede, por ejemplo, retocar la idea de autor, alguien que en la Edad Media era menos importante que el recitador. "El autor no estuvo y posiblemente llegará a no estar. Tuvimos que inventarnos a Homero con una imagen que es muy posterior. No pasará nada distinto de lo que ha pasado: la disolución de muchas categorías. Es posible que hayamos entrado en el inicio del final". O en el final del inicio.

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