Mercados y democracia
Orlando Delgado Selley
En un libro influyente publicado en 1991, Adam Przeworski escribió: Poder comer y poder hablar, no sufrir hambre ni represión, éstos son los valores que animan un afán mundial de democracia política y racionalidad económica”. Veinte años después ese movimiento generalizado por crear instituciones democráticas, que aceptó que los mercados podían funcionar mejor sin interferencias estatales, ha conducido a una situación en la que para enfrentar la crisis en naciones paradigmáticas los actores políticos han decidido renunciar al valor central de la democracia: celebrar elecciones para decidir quien gobierna y, con ello, aprobar cierto programa político.
En Grecia y en Italia, las fuerzas políticas enfrentadas a una crisis de dimensiones importantes han resuelto formar gobiernos de “unidad nacional”, encabezados por banqueros. Papademos y Monti llegan al gobierno sin compromisos partidarios, pero también sin responsabilidad frente a los electores. Han sido nombrados por su experiencia financiera, no por sus credenciales políticas. Les han aceptado sus acreedores, mientras a los ciudadanos se les conmina a aceptar que “es momento de decisiones no de elecciones”. Los mercados, es decir, los grandes inversionistas globales, concedieron una tregua de unos días a Grecia e Italia, lo que redujo marginalmente la prima de riesgo.
En España, en cambio, acosada por esos mismos mercados desde hace un año. y medio, la elección de los ciudadanos castigando al gobierno del PSOE y de Rodríguez Zapatero, fue recibida por esos grandes inversionistas con indiferencia. El lunes 21, un día después de la elección de Rajoy, la prima de riesgo subió 19 puntos base. Se le dijo al próximo Presidente español: “esta es una crisis de deuda y la deuda del viernes es la misma de hoy”. Se mantuvo la presión sobre la tasa de interés que paga el gobierno español y que se transmite a todos las empresas que requieren recursos para su operación, independientemente de la celebración de elecciones y de los resultados.
Así que los mercados reciben de distinta manera a quienes resultan electos en procesos democráticos y a quienes llegan al gobierno como resultado de acuerdos partidarios, asesorados por los acreedores y por la troika infernal: el Banco Central Europeo, el Ecofin y el FMI. Este equipo ortodoxo está ocupado esencialmente de que las deudas se paguen o que, en caso de no existir esa posibilidad como en Grecia, la quita de capital sea ordenada y administrada por los propios acreedores. A los electores, en cambio, les interesan otras cosas.
A veces, como en España, lo que parece importarles más no es quien los gobernará, sino castigar al grupo gobernante que decidió intentar resolver la crisis afectando las condiciones de vida del grueso de la población. De los 11.3 millones de ciudadanos que votaron por el PSOE en 2008, 4.6 millones ya no votaron por éste esta vez. De esos votos que perdió el PSOE un poco menos de un millón y medio fueron a otras opciones de izquierdas. El PSOE perdió 40 por ciento de sus votantes, en tanto que el PP arrasó, aunque sólo aumentó su votación en uno por ciento.
Lo cierto es que la crisis de deuda soberana está lejos de haberse resuelto. Grecia, pese a que los mercados confían en que un banquero logre lo que no consiguió un gobernante electo con toda la legitimidad democrática, podrá resolver su condición crítica luego de varios años. Los banqueros acreedores tendrán que aceptar reducir el valor de las obligaciones griegas en 50 por ciento, pero serán apoyados por sus gobiernos. Los griegos pagarán las consecuencias de la asociación corrupta entre banqueros y gobernantes, que durante 2008 y 2009 engañó a las autoridades europeas.
Italia vivirá una época en la que el habitual ruido parlamentario, lleno de discrepancias partidarias, se cambiará por el silencio impuesto por los acreedores. La divisa será cumplir los compromisos de la deuda pública, para lo que habrá que ajustar drásticamente el gasto. En consecuencia, los italianos pagarán por años de dispendio y mal gobierno. Ni en Grecia, ni en Italia pagarán los verdaderos acusantes de esta tragedia. De entre ellos ahora se imponen gobernantes. Ésta es la democracia de los mercados.
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