La voz y la furia de Stieg Larsson
Javier Aranda Luna
Los hombres que no aman a las mujeres son más de los muchos que nos muestra Stieg Larsson en su trilogía Milenium. Son más y desgraciadamente más reales aunque sus métodos sanguinarios sean los mismos.
Como es sabido, Larsson no conoció el éxito de su trilogía que no sólo renovó al género negro sino a la novela misma: con Milenium demostró que la novela puede seguir dándonos novedades del mundo que no hemos visto con suficiente atención y construir personajes francamente memorables como la hacker Lisbeth Salander que combate jueces corruptos, sicólogos maniáticos, policías que sirven más a los intereses de las mafias que a los del ciudadanos, espías que son asesinos seriales, empresarios fascistas.
Larsson tampoco supo que siete años después de publicarse su trilogía, que salió a la luz poco después de su muerte, sus amigos periodistas de la revista Expo –muy parecida a la revista Milenium de su novela por su afán justiciero y su precaria economía– decidieron publicar algunas de sus crónicas y reportajes para seguirlo escuchando: “Sin él todo es más silencioso. Ésta es nuestra manera de devolverle la voz”, escribe en el prólogo Daniel Poohl.
La voz y la furia es el título de esta antología periodística, que nos permite conocer a Stieg Larsson como un periodista, como un escritor de pocos temas, de una prosa intensa y con una capacidad para retratar personas tan asombrosa como la que tuvo para crear los personajes de Milenium.
Más aún, no es una locura afirmar que algunos de los protagonistas de este conjunto de reportajes, convencieron a Larsson para escribir su novela: Fadime Sahindal y Melissa Nordell, dos jóvenes vitales, extrovertidas y subordinadas a un hombre mayor que ellas: en el caso de Fadime, su padre y en el de Melissa, su novio. Dos jóvenes que también compartieron las consecuencias extremas de la gana del control masculino: la violencia minuciosa y la muerte.
No se trata de dos casos criminales aislados, perpetrados por dos locos solitarios, escribió Larsson en uno de los textos de La voz y la furia. Los asesinatos de ese estilo “no son nada raros en Suecia. La estadística anual oscila entre los quince y los veinte, cuyos ingredientes más destacados coinciden en las amenazas, la dependencia de otra persona, los abusos y la violencia”.
Dijo alguna vez Stieg Larsson que decidió escribir sobre el maltrato a las mujeres por un sentimiento de culpa. No por haber engrosado las hordas de los misóginos, sino por no haberse atrevido a combatirlos desde pequeño. Testigo de una violación tumultuaria no se atrevió el pequeño Sietg Larsson a defender a la víctima.
Periodista justiciero como el célebre personaje masculino de Milenium, Mikael Blomkvist, comparte con él algunos de los temas que están marcando la agenda urgente del nuevo siglo: la readaptación de los grupos neofascistas en las democracias modernas, logrando escaños en los parlamentos, en 25 de los 37 países europeos según una investigación periodística realizada por su revista Expo; la normalidad democrática del maltrato a las mujeres del tipo “ella se lo buscó por vestirse así o por buscar emociones fuertes con un tipo violento” y, el odio y el racismo disfrazado con el concepto de “cuestiones culturales” para atacar, rechazar, maltratar, expulsar y asesinar a migrantes musulmanes, negros, homosexuales y judíos.
Aunque la extrema derecha ha moderado sus abiertos ataques contra los judíos siguen regodeándose con “chistes” como éste rescatado por Larsson: “¿que hace un judío mirando la ceniza que hay en el cenicero? ¡Estudiar su árbol genealógico!”
A Larsson le preocuparon los neonazis que vestidos de militar desfilaron en el centro de Estocolmo en 1977, pero también los que vestidos de Armani se infiltran en los parlamentos; la doble moral de muchos neofascistas que se olvidaban de la “superioridad racial” cuando buscan prostitutas no arias; la neoderecha que sólo conoce la cultura del odio contra los diferentes y se proclama dueña de la verdad única y, naturalmente, los hombres que no aman a las mujeres porque las consideran un ser tan de segunda que sólo merece ser dominado.
De vivir en nuestro país, ¿qué no le habría preocupado a Sietg Larsson en materia de migrantes, feminicidios, crímenes de odio y campañas políticas de odio emprendidas por una derecha francamente cavernaria?
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