Democracia a prueba
Tras una campaña
electoral breve pero intensa, marcada por las denuncias sobre las
tradicionales prácticas de distorsión de la voluntad popular y opacidad
–sobre todo en su etapa final–, pero también por la irrupción de
movilizaciones ciudadanas saludables y vigorizantes –principalmente las
protagonizadas por jóvenes–, la ciudadanía asiste hoy a una nueva cita
con las urnas. La trascendencia de ésta se mide no sólo por el número de
cargos de elección popular en disputa –la Presidencia de la República,
500 diputaciones y 128 senadurías federales; seis gubernaturas y la
jefatura de Gobierno del Distito Federal; 579 curules legislativas
estatales, 876 ayuntamientos y 16 jefaturas delegacionales–, sino porque
en ella se juega buena parte de la vigencia y la credibilidad de la
institucionalidad democrática en el país, que actualmente se debate
entre el innegable proceso de avance y modernización que ha
experimentado la sociedad en los años recientes y la persistencia de
inercias autoritarias, antidemocráticas y turbias de gobiernos, partidos
y poderes fácticos.
Si la presencia de las segundas tuvo el efecto de ensuciar el proceso
electoral de hace seis años, y legó un gobierno deficitario de
legitimidad, un conjunto de autoridades cuestionadas y un sentir de
retroceso respecto de lo que se había avanzado hasta entonces en materia
de democracia, la aparición de esos mismos elementos en los comicios
actuales es un factor indeseable de incertidumbre, que amenaza no sólo
con la posibilidad de un nuevo conflicto poselectoral, sino también de
provocar un cisma en la actual institucionalidad republicana. La
democracia del país asiste hoy, pues, a una de sus pruebas decisivas.Precisamente por ello, es necesario que la ciudadanía, en vez de sentirse desmotivada, acuda hoy a las casillas a expresar su voluntad soberana, en la inteligencia de que una emisión masiva y libre de sufragios es el mejor antídoto contra las prácticas de compra, coacción o conducción corporativa del sufragio, y el mejor método del que dispone actualmente la población para elegir el rumbo por el que el país habrá de caminar los próximos seis años. Cabe esperar asimismo que, llegado el momento de emitir su voto, las y los electores se sobrepongan a los vicios observados en este proceso, que hayan aprovechado el tiempo de veda electoral para reflexionar e informarse sobre los distintos proyectos políticos en pugna y que tomen, en consecuencia, la mejor decisión para el país, es decir, aquella que brinde mejores garantías de enfrentar los problemas más acuciantes: la desigualdad social, la corrupción institucional, la vulneración sistemática de derechos básicos, la inseguridad pública y la pérdida del estado de derecho, así como el estancamiento del tránsito nacional hacia una democracia plena.
Finalmente, cabe hacer votos porque, en el curso de este día, se mantenga la tranquilidad y el espíritu cívico, que todo intento de presión y distorsión de la voluntad popular sea oportunamente denunciado y sancionado y que los propios ciudadanos utilicen el conjunto de recursos y mecanismos de denuncia creados para defender su sufragio y contribuir a la transparencia de la elección. Si los electores, los partidos, los candidatos y las autoridades cumplen cabalmente con sus respectivas obligaciones, se podrá vencer la perspectiva indeseable de la duda, la polarización y el retroceso, y el país, sus instituciones y su democracia saldrán fortalecidos.
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