domingo, 1 de julio de 2012

México, las asignaturas olvidadas.

Las asignaturas olvidadas
Rolando Cordera Campos
La vida política y social de México ha estado sujeta a cambios de fondo en los últimos treinta años, en relativa consonancia con el cambio del mundo y de la estructura económica nacional, con que se buscó adecuar el Estado nacional a dicha mudanza global. Los veredictos de tales transformaciones están sobre la mesa y no son favorables para la convivencia de los mexicanos y acosan la evolución política democrática en la que nos embarcamos también en los lustros recientes. Se trata, sin duda, de grandes tendencias, pero debía ser claro ya que en conjunto han aterrizado en una coyuntura hostil para el desarrollo de la economía y de la estabilidad política y social. Y la supervivencia del Estado tal y como lo hemos vivido y conocido.
De estos y otros deslizamientos debía haberse hablado y discutido durante la pasada campaña electoral, para por lo menos pasar revista de lo ocurrido y arriesgarse a su evaluación para poner ante la ciudadanía el tema de la alternativa, de un nuevo conjunto de transformaciones que se consideren necesarias para encarar las grandes carencias o cursar las asignaturas pendientes, sin lo cual el país quedara a la deriva y pronto. Poco de esto se hizo y menos se intentó para darle al discurso del cambio un contenido congruente con la circunstancia y su ominosa perspectiva.
La incertidumbre sobre los resultados de la jornada electoral le da vigor y hasta la vuelve atractiva, pero no debería impedirnos ver más allá de este primer día de julio y de sus veredictos para plantear algunos de los temas y los desafíos que habremos de encarar casi de inmediato. No es que el desenlace no importe, sino que el inventario de nuestros grandes problemas nos obliga a verlos como lo quisieron ver y enfrentar las generaciones anteriores, como grandes problemas nacionales cuya superación exige esfuerzos de esa envergadura, es decir, esfuerzos nacionales y colectivos sustentados en lo que Mariano Otero llamara, en la mitad del siglo XIX, un acuerdo en lo fundamental. Qué bueno que el Movimiento Regeneración Nacional (Morena) haya rescatado esa vocación, al bautizar sus jornadas reflexivas así como dedicadas a pensar sobre los grandes problemas nacionales.
Vilipendiada por mucho tiempo, la noción ha podido, sin embargo, conservar su capacidad de convocatoria, aunque, como se dijo, la sucesión presidencial no haya sido encauzada de ese modo. De aquí la urgencia de aprestarnos a exigir de los nuevos grupos dirigentes del Estado, en el Ejecutivo y en el Congreso de la Unión, así como en el contexto del salvaje pero poderoso federalismo, la conformación de un gran foro nacional que, cual convención virtual e itinerante, dé paso a la reflexión profunda que anteceda una jornada audaz y ambiciosa de decisiones nacionales.
Tres grandes cuestiones aguardan esta reflexión y reclaman de esas decisiones. En primer término, la de la seguridad convertida en inseguridad galopante y agresiva, cuando no criminal. En segundo lugar, la del estado de malestar que inunda las formas de vida y reproducción de regiones y comunidades, y que ha hecho de la subsistencia forma rutinaria e inercial de vida. Con más de la mitad de los ocupados haciéndolo en condiciones de informalidad y buena parte del resto sin trabajo seguro y digno, sólo un 30 por ciento de los mexicanos tiene garantizados sus derechos sociales e ingresos suficientes para, digamos, la buena vida. En estas condiciones es difícil imaginar formas de cohesión social que puedan invitar a una cooperación efectiva para acometer la empresa del desarrollo o la innovación. La tercera asignatura cruza las dos primeras y es, de hecho, el vector que hace que funcionen como vasos comunicantes de nuestra actual encrucijada. La cuestión juvenil se ha tornado tragedia para muchos y su abandono por parte del Estado y de la empresa redunda en la quema cotidiana del bono demográfico, que se desvanece en el aire y cancela todo tipo de futuros. Qué bien que los jóvenes habitantes de la cúspide de su pirámide hayan irrumpido en la política y exijan la democracia transparente y amplia. Pero debajo de ellos hay millones que se quedaron en la secundaria o no encuentran espacio en la buena educación superior pública. La mala ocupación de este contingente enorme no puede sino desembocar en formas perniciosas y destructivas de mala educación.
Con el futuro en juego, la llamada clase política tiene que demostrar su sentido y productividad, y dejar de ser ya una absurda clase para sí. Desdeñar recuentos como el aquí sugerido, con el pretexto de que se trata de problemas estructurales que requieren de mucho tiempo y recursos, no lleva sino a seguir evadiendo responsabilidades al soslayar el hecho de que en gran medida estos problemas se agudizaron y abultaron debido a las acciones y las omisiones de la política y los políticos. Es la hora de enmendar y asumir que urge cambiar el curso, ya no sólo del desarrollo

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