domingo, 1 de julio de 2012

Mujeres al poder/Cine.

Mujeres al poder
Carlos Bonfil
Un feminismo en tonos rosa pastel. ¿Pueden las mujeres desempeñar en el mundo empresarial o en el político o, añadiríamos hoy, en una contienda electoral, algo más que un simple papel de comparsas decorativas?
Mujeres al poder (Potiche), la nueva comedia de François Ozon, parecería refutar esta maliciosa suposición misógina con el riesgo, sin embargo, de reforzar todavía más el prejuicio. Su punto de partida es una exitosa obra francesa del teatro de bulevar de principios de los años 80, Potiche, escrita por Pierre Barillet y Jean Pierre Grédy y estelarizada por toda una institución en ese género cómico, la vociferante y corpulenta Jacqueline Maillan, como una provinciana ama de casa, frívola y conformista, satisfecha de no tener en el ámbito doméstico más importancia que un jarrón decorativo (un potiche, en francés: personaje a quien se otorga un papel honorífico sin trascendencia), hasta verse súbitamente obligada a remplazar a su marido al frente de una fábrica de paraguas cuando sus obreros lo secuestran y hacen estallar una huelga.
La película de Ozon se atiene fielmente a la propuesta original, al punto de proponer algo muy próximo al teatro filmado, con más escenas en exteriores que su anterior comedia Ocho mujeres, donde la acción rocambolesca quedaba confinada en una sola casa, pero con idéntico apego al artificio decorativo y a una estética kitsch muy retro, como un tributo al teatro de bulevar y a sus mitologías populares.
En Mujeres al poder la trama picaresca transcurre en los años 70, en pleno septenato giscardiano, con referencias culturales a la música pop del momento, a la protesta social posterior a Mayo 68, y a las insistentes reivindicaciones feministas. El también director de Gotas de agua sobre piedras calientes combina con astucia humor ácido y recreación nostálgica en una suerte de visión paródica de la vida política y social en aquellos años en los que la esfera pública se confundía con el ámbito de lo privado bajo la firme convicción de que ambos aspectos eran indisociables.
El primer gran acierto de François Ozon fue su decisión de casting. Una comedia de bulevar vale ante todo por la solvencia de sus actores y los pa-peles principales de la cinta los tienen, con desempeño magistral, Gérard Depardieu y Catherine Deneuve, figuras emblemáticas del cine francés. Deneuve se despoja de entrada de todo el glamour que la ha vuelto un emblema nacional de elegan- cia y belleza, se enfunda ahora sin maquillaje en un traje de jogging y con una mascada reteniéndole el cabello, para personificar a Suzanne Pujol, una muy moderna y muy inútil ama de casa francesa. Robert (Fabrice Luchini, notable) es su marido histérico y prepotente, en amoríos y sexo exprés con su secretaria Nadège (Karine Viard), de vulgaridad irresistible. Cuando Suzanne acepta dirigir la fábrica, propiedad de su padre fallecido, desempeña su labor con brío insospechado, derribando las reticencias sindicales con un desparpajo chic que no admite réplicas ni cuestionamientos.
Seduce y controla a sus obreros como lo haría en su hogar con los invitados a degustar un pato a la naranja preparado con buen gusto y con esmero. Más aún, reduce al arrobo amoroso a un viejo pretendiente suyo, Maurice Babin (un Depardieu rebosante de carnes y talento), obligándolo a despojarse de su imagen de intransigente líder sindical comunista. Suzanne no entiende nada de política y sin duda consideraría un error aventurarse en terrenos tan pantanosos como ingratos; lo suyo es el arte de la seducción doméstica y amorosa, los enredos familiares con final feliz, la idílica conciliación de las clases sociales, la poesía que a ratos ella improvisa para matar el tiempo y cualquier asomo de talento, y el placer de sorprender a propios y ajenos, a burgueses y proletarios, con todas sus joyas y con su nuevo vestido vaporoso.
François Ozon tiene una prolífica y muy singular carrera en el cine francés. Alterna películas de autor con temáticas muy serias, a menudo con una obsesión por la muerte y la incomunicación sentimental (Tiempo de vivir, Bajo la arena, Swimming pool), y otras propuestas que sólo en apariencia son mucho más ligeras (Comedia de familia, Ricky, Ocho mujeres). Hay una destreza indiscutible en su manejo de grandes actores y no poca malicia en el modo en que expone, desarticula, recompone y juega con los géneros narrativos tradicionales. Sus películas son por lo general un placer para el cinéfilo por sus múltiples referencias cifradas, pero sobre todo por el placer con que sabe relatar una historia. ¿Quién, sin esos atributos, podría aventurarse a llevar una comedia de bulevar a la pantalla sin fracasar en el intento?
Se exhibe en los complejos Cinépolis y otras salas comerciales.

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