Fracasos colectivos
Como en el tsunami de Japón, la crisis española se debe a prácticas culturales que debemos revisar
¿Cómo hemos llegado hasta aquí? ¿Qué errores se han cometido? En el informe encargado por el Parlamento japonés sobre el desastre de la central nuclear de Fukushima, que hemos conocido esta semana, se hacía un planteamiento que, salvando las distancias, tiene muchísima relevancia para el caso español. El terremoto y el posterior tsunami, dice el informe, fueron los accidentes que generaron las condiciones para el desastre. Pero, advierte con toda crudeza, no busquen en un fenómeno natural externo las causas de la crisis y, sobre todo, no busquen en los aspectos accidentales la exoneración de sus responsabilidades, colectivas e individuales. El accidente, concluye el informe, lo causaron acciones concretas y decisiones concretas de individuos e instituciones, y como tales podían haberse evitado. Pero sobre todo, el informe incide con particular dureza en los que denomina “aspectos culturales”. Con ello se refiere a aquellos elementos de la cultura japonesa (sentido de la jerarquía, deferencia hacia la autoridad o incapacidad para la crítica a las normas establecidas) que hicieron que la respuesta al terremoto fuera tan tardía e inadecuada que, en la práctica, fuera la responsable última del accidente.
En un sentido parecido, el informe independiente sobre el 11-S identificó muy claramente y con suma dureza los fallos institucionales que llevaron a EE UU a uno de los momentos más críticos de su historia. Algo parecido podemos decir de la situación española. Es cierto que el euro ha demostrado no estar bien preparado para resistir crisis como la generada por la caída de Lehman Brothers y que ha generado desequilibrios importantísimos entre sus miembros. Pero como en el caso del tsunami, esos choques no son los causantes de nuestra situación actual ni podemos por tanto escudarnos tras ellos: en España tenemos prácticas culturales y diseños institucionales que debemos revisar en profundidad si queremos entender cómo hemos llegado hasta aquí. Por eso, ahora que toda la política económica española se hace en Bruselas, las Cortes Generales disponen de abundante tiempo para encargar un informe similar donde se explique a la ciudadanía, sin partidismos ni pasiones, las razones de esto que indudablemente es un fracaso colectivo.
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