El nacionalismo cobra fuerza en países de Europa
Por años, en Europa han vivido preocupados por los extremistas islámicos. A la sombra de esta inquietud surgió otro peligro, más cercano, pero ignorado: los extremistas que, como muestra el caso de Noruega, también asesinan
MADRID.— El 22 de julio, el ultraderechista cristiano Anders Behring Breivikm, de 32 años, protagonizó la peor matanza ocurrida en la historia de Noruega desde la Segunda Guerra Mundial. Colocó un coche-bomba en una de las sedes del gobierno y luego tiroteó a cientos de jóvenes militantes del gobernante Partido Laborista (que defienden la integración y la multiculturalidad), mientras esperaban a su líder en la isla de Utoeya. Murieron 77 personas.
Behring justificó sus actos argumentando que lo hizo “para evitar que Noruega y el resto de Europa cayeraN en manos del Islam y de los inmigrantes”. La matanza, además de conmocionar a la opinión pública europea por su alta cifra de víctimas en uno de los países más seguros del mundo, provocó indignación por las ideas que impulsaron al asesino a cometerla y porque demostró que no sólo los radicales islámicos son capaces de matar por una idea: también los ultraderechistas blancos, católicos y sin antecedentes penales pueden hacerlo.
Antes de los brutales asesinatos que cometió, Breivik fue miembro del derechista Partido del Progreso e incluso llegó a ser responsable local del movimiento juvenil de esta formación entre 2002 y 2004. Allí se empapó de un discurso islamofóbico y ultranacionalista que llevó a sus últimas consecuencias en un documento de mil 500 páginas que plasmó en internet. Titulado Una declaración de independencia de Europa, en él refleja los postulados que defiende la derecha populista de su país: islamofobia, endurecimiento de la política de inmigración y una depuración racial y religiosa del continente.
Los atentados de Noruega han evidenciado, al mismo tiempo, una realidad: cómo, en estos últimos años, el país ha sido testigo del avance de formaciones como el Partido del Progreso, que con mensajes xenófobos ha pasado de ser una fuerza minoritaria a convertirse, en las elecciones legislativas de 2009, en la segunda formación del país, con 22% de los votos.
¿Cómo se explica que en este país, uno de los más ricos del mundo, con uno de los mejores estados de bienestar, modelo de convivencia religiosa y de tolerancia multicultural, la derecha populista esté sumando votos con un discurso en el que califica al Islam de retrógrado e incompatible con los valores occidentales?
Tras los atentados terroristas de 2001 en Estados Unidos, atribuidos a la organización terrorista islámica Al-Qaeda, representantes de fuerzas derechistas, en un arrebato populista, empezaron a pregonar la necesidad de defender la genuina identidad nacional, alentando conductas violentas y odios hacia las minorías inmigrantes.
El historiador Xavier Casals recuerda que la derecha populista no es nueva en los países escandinavos, sino que surgió hace varias décadas. En concreto en Dinamarca, de la mano del abogado experto en derecho fiscal Mogens Glistrup, quien en una entrevista televisada en 1971 exhortó a la insubordinación fiscal, anunció que no iba a pagar una corona más a un sistema impositivo “rapaz e inicuo” y comparó a los evasores de impuestos con “héroes como los que se unieron a la resistencia durante la ocupación alemana”. Un año después fundó el Partido del Progreso y obtuvo 15% de los votos.
Meses más tarde, en Noruega, el criador de perros Anders Lange fundó el Partido del Progreso. Según Casals, igual que Glistrup, “Lange sintonizó con un clima de desapego a los partidos tradicionales por su carácter antipolítico y de protesta fiscal, y criticó que la inmigración se beneficiara del Estado de bienestar”. Ese año obtuvo 5% de los votos.
También Suecia y Finlandia han experimentado una creciente expansión del populismo y de los sentimientos contrarios a la inmigración, en contraste con el talante históricamente receptivo de esas democracias avanzadas hacia los extranjeros. En estas regiones, partidos que años atrás obtenían escasos votos, constituyen hoy una pieza clave en la política nacional de todos.
Es el caso del Partido del Progreso noruego, pero también Partido Popular danés, de los Demócratas suecos y de los Verdaderos Finlandeses, cuyo ascenso fue el caso más reciente en las legislativas de principios de año, al saltar de la condición de partido más minoritario del Parlamento a la de tercera fuerza. Unos meses atrás, en septiembre de 2010, fue Suecia —el país donde por tradición el radicalismo ultra ha arraigado especialmente, más incluso que en Noruega—, donde la ultraderecha regresó al Parlamento tras dos décadas de ausencia.
También en otros países europeos ha habido un aumento de voto xenófobo. En España, algunos miembros del opositor Partido Popular (conservador, PP) han mostrado su cara más dura contra la inmigración con un gran resultado electoral. Y en las más recientes elecciones municipales, la Plataforma per Catalunya, con un rechazo a la inmigración como único argumento electoral, multiplicó sus votos por cinco frente a 2007, logrando 66 mil votos y 67 concejales. En la localidad de Vic se convirtió en la segunda fuerza política por delante de los socialistas.
En Bélgica, Bulgaria, Austria, Italia (donde el primer ministro Silvio Berlusconi llegó a proponer detener la llegada de inmigrantes a cañonazos), Francia (donde se prohíbe la expresión religiosa en espacios públicos), Grecia, Suiza (donde se prohibió la construcción de minaretes) y Eslovaquia, la ultraderecha ha sumado votos.
En la mayoría de los países, el resto de la clase política se ha esforzado en aislarlos y no negociar con ellos y, tras lo ocurrido en Noruega, la extrema derecha se ha apresurado a distanciarse de la masacre, temiendo que les perjudique en las próximas elecciones.
El periodista Kyrre Nakkim se pregunta qué habría pasado si el autor de la masacre noruega hubiera sido musulmán, como especularon muchos medios de comunicación durante las primeras horas. El efecto habría sido el contrario. “Si el autor hubiera sido un musulmán, se habría organizado un tremendo debate político”, aventura. “Y ser musulmán en Noruega se habría convertido en algo verdaderamente complicado”, dice, “pero como ha sido un ultraderechista no habrá tantas consecuencias”, concluye.
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