En medio de la crisis
Para superar una recesión de cinco trimestres sobran ligerezas como las de la ministra Báñez
Puede dudarse de si la ministra de Empleo, Fátima Báñez, peca de
ingenuidad o de irresponsabilidad. El caso es que anunciar que España
está “saliendo de la crisis” y que hay “señales esperanzadoras”, justo
cuando el desempleo alcanza el récord histórico de 5,7 millones de
parados, el 25% de la población activa, constituye un desatino. Más aún
si todos, incluido el Gobierno al que pertenece, prevén que esas cifras
empeoren, y mucho, en los próximos meses.
Esta ministra que tantas tardes de gloria viene augurando desde que espió y difundió el alcance exacto de la regulación de empleo del partido rival al suyo, es mucho menos precisa a la hora de justificar los supuestos brotes verdes. Fía el síntoma de mejora al aumento del autoempleo; ignora que en circunstancias recesivas, el principal factor del mismo no es tanto el súbito descubrimiento de vocaciones empresariales ocultas cuanto la desesperación por no encontrar empleo, e incluso la opción de refugiarse en la economía sumergida.
Aunque la oposición ha denunciado la desafortunada expresión de la ministra, el que ha reaccionado de forma más taxativa es su compañero de partido, el presidente gallego, Alberto Núñez Feijóo: “Un país con un 25% de paro tiene una profunda crisis económica; mientras eso no levante, no podemos decir cosas que nos gustaría decir a todos”.
Por desgracia, la economía no atraviesa una discreta fase de desaceleración. La recesión es profunda y se prolonga ya cinco trimestres. Situará el PIB a fin de año en al menos 1,5 puntos por debajo del anterior, lo que tiene bastante de desplome, aunque sea inferior al de otros países periféricos de la UE.
Que el tercer trimestre haya arrojado una reducción del PIB de tres décimas, en vez de cuatro, significa solamente una suavización del drama, no una salida del mismo. Que además alberga bastantes posibilidades de ser un dato efímero, por cuanto ese empeoramiento menos malo es resultado en buena medida de una circunstancia temporal: el adelanto de ciertas compras para sortear el anunciado incremento del IVA.
También la ejecución presupuestaria se beneficia del efecto de ese aumento impositivo, de forma que el déficit del Estado en septiembre bajó del 4,77% de agosto al 4,39%. Pero el ministro Montoro haría bien en morigerar su tendencia a la alharaca: para cumplir, el déficit de los tres últimos meses del año solo debería aumentar una décima larga. Algo hercúleo, o milagroso, si se consideran los costes de la reconversión bancaria y el desvío del gasto de la Seguridad Social.
A los mencionados desequilibrios macroeconómicos se le añade el nuevo dato de una inflación desorbitada —3,5%— para una economía que no crece, sino que mengua. Este fenómeno, peor aún que la estanflación, nos advierte de que salir de la crisis supone un serio empeño en el que sobra toda frivolidad.
Esta ministra que tantas tardes de gloria viene augurando desde que espió y difundió el alcance exacto de la regulación de empleo del partido rival al suyo, es mucho menos precisa a la hora de justificar los supuestos brotes verdes. Fía el síntoma de mejora al aumento del autoempleo; ignora que en circunstancias recesivas, el principal factor del mismo no es tanto el súbito descubrimiento de vocaciones empresariales ocultas cuanto la desesperación por no encontrar empleo, e incluso la opción de refugiarse en la economía sumergida.
Aunque la oposición ha denunciado la desafortunada expresión de la ministra, el que ha reaccionado de forma más taxativa es su compañero de partido, el presidente gallego, Alberto Núñez Feijóo: “Un país con un 25% de paro tiene una profunda crisis económica; mientras eso no levante, no podemos decir cosas que nos gustaría decir a todos”.
Por desgracia, la economía no atraviesa una discreta fase de desaceleración. La recesión es profunda y se prolonga ya cinco trimestres. Situará el PIB a fin de año en al menos 1,5 puntos por debajo del anterior, lo que tiene bastante de desplome, aunque sea inferior al de otros países periféricos de la UE.
Que el tercer trimestre haya arrojado una reducción del PIB de tres décimas, en vez de cuatro, significa solamente una suavización del drama, no una salida del mismo. Que además alberga bastantes posibilidades de ser un dato efímero, por cuanto ese empeoramiento menos malo es resultado en buena medida de una circunstancia temporal: el adelanto de ciertas compras para sortear el anunciado incremento del IVA.
También la ejecución presupuestaria se beneficia del efecto de ese aumento impositivo, de forma que el déficit del Estado en septiembre bajó del 4,77% de agosto al 4,39%. Pero el ministro Montoro haría bien en morigerar su tendencia a la alharaca: para cumplir, el déficit de los tres últimos meses del año solo debería aumentar una décima larga. Algo hercúleo, o milagroso, si se consideran los costes de la reconversión bancaria y el desvío del gasto de la Seguridad Social.
A los mencionados desequilibrios macroeconómicos se le añade el nuevo dato de una inflación desorbitada —3,5%— para una economía que no crece, sino que mengua. Este fenómeno, peor aún que la estanflación, nos advierte de que salir de la crisis supone un serio empeño en el que sobra toda frivolidad.
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