domingo, 28 de octubre de 2012

Entra la peste china a Europa.

Diarrea china en la UE

La invasión de alimentos baratos asiáticos dispara las alertas sanitarias en Bruselas

Una partida de fresas contaminadas acabó en comedores escolares alemanes

Trabajadores de una fábrica de noodles (pasta) en Nanjie. / J. LEE (REUTERS)

Una nube negra pende sobre las ciudades del corazón de China; los camiones circulan a toda mecha por carreteras recién asfaltadas cargados de carbón de las minas y de vigas de hierro procedentes de las fundiciones de la zona. Mientras, en los campos acaba de terminar la recolección de la guindilla y el algodón; dentro de dos semanas le toca el turno al arroz. Y en abril al ajo. Miles de campesinas se afanan ahora poniendo la semilla que impulsará un crecimiento, extraordinariamente lucrativo, de las exportaciones de productos alimenticios. China ha inundado Europa de mercancía hasta el punto de acaparar mercados como los del ajo o la miel. Pero las primeras voces de alarma han surgido ya por el nivel de contaminación de algunos de esos alimentos y la falta de controles adecuados. Hace unas semanas, escolares alemanes sufrieron diarreas y vómitos tras devorar unas fresas de Qufu, la patria de Confucio.
El país donde ya se cose nuestra ropa, se ensamblan nuestros teléfonos inteligentes y se fabrican los juguetes de nuestros niños se lanza ahora a convertirse en un importante proveedor de comida. El valor de sus exportaciones de productos alimenticios casi se ha duplicado entre 2005 y 2010, llegando a alcanzar los 41.000 millones de dólares. Como comentaba un experto del ramo, “China ha entrado en este mercado de forma asombrosamente rápida e impetuosa”.
Pero como la imagen de esta nación de sueldos bajos no goza de mucho predicamento entre los consumidores, generalmente el ramo de los productos alimenticios calla acerca del origen de sus mercancías. Mucha gente empezó a tener claro qué porcentaje de la comida que tiene en el plato ha sido cosechada y producida en China cuando hace tres semanas miles de escolares del este de Alemania fueron víctimas de las fresas chinas contaminadas con norovirus.
Fabricantes chinos han vendido guisantes teñidos de verde, orejas de cerdo falsas o aceite de mesa usado
Como siempre, China se ha adaptado rápidamente a las necesidades del mercado. Si antes llegaban a Alemania fundamentalmente especialidades, hoy en día existe un mercado en expansión de productos básicos baratos e ingredientes preelaborados, como, por ejemplo, las fresas cortadas en cubos de 10 kilos que fueron a parar a los comedores escolares alemanes.
Hay dos cosas que hacen de China un país muy interesante para los grandes consorcios como Nestlé, Unilever o Metro: el precio y las cantidades. “Naturalmente, también podríamos comparar nuestras cebollas y setas a 10 proveedores diferentes, pero eso supone un despliegue inmenso”, explica el director de un consorcio. Las empresas tienen que instruir, atender y controlar a cada uno de sus proveedores.
Las tierras de labranza chinas son inmensas, como lo es también la cantidad de mano de obra barata. “Cosechar fresas, lavarlas y cortarlas supone mucho trabajo porque apenas se puede utilizar ninguna máquina”, explica Félix Ahlers, director de la empresa de productos congelados Frosta. Por eso surtirse de fruta en Europa, como hace su consorcio, resulta caro. Pero hay fabricantes que solo tienen en cuenta el precio.
La variedad de la mercancía que ofrece China parece prácticamente ilimitada. Por ejemplo, el país se ha convertido en el mayor exportador de miel del mundo. Además, ha intensificado la fabricación de productos elaborados: los márgenes de beneficio en el mercado son aún mayores que los de las materias primas. Una parte considerable de las capturas mundiales de salmón se procesan en China para obtener, por ejemplo, salmón ahumado.
“El ajo se come en todas partes”, explica Wu Wiuqin, de 30 años, jefa de ventas de una empresa agrícola cuyo nombre, Success [éxito], es toda una declaración de principios. “Nosotros vendemos ajo en los cinco continentes”. Más del 80% del ajo comercializado en todo el mundo procede de China. Wu dice que en las ferias de alimentación comprueba que ningún país del planeta puede medirse con ellos.
Pegatinas para el transporte de animales en China. / K. PFAFFENBANCH (REUTERS)
Con el tiempo, la patria del pato a la pekinesa ha llegado a producir también pizzas congeladas para el mercado mundial (por la quinta parte de su precio en Alemania). Este servicio de reparto de pizzas a escala mundial no resulta demasiado preocupante medioambientalmente. Según los cálculos del Instituto Ecológico de Friburgo, el transporte de productos congelados empeora poco el equilibrio ecológico. Por supuesto, “lo mejor es comer siempre productos locales y de temporada”, puntualiza Moritz Mottschall, miembro del Instituto Ecológico. Pero si uno tiene ganas de comer fresas en otoño, el suministro de 10 toneladas de mercancía por barco desde China produce unas emisiones de 1,3 toneladas de CO2. Ahora bien, si se acarrea en camiones esa misma cantidad de Alicante a Hamburgo se emiten 1,56 toneladas.
El mayor problema que entrañan los productos alimenticios chinos son las prácticas cotidianas de producción sobre el terreno: la carga de productos tóxicos debida al empleo de pesticidas o las dosis excesivas de antibióticos en la cría de animales, unido a veces a una total falta de escrúpulos. En 2008, un producto químico, la melamina, dañó la salud de 300.000 bebés. Los comerciantes chinos habían conseguido que la leche en polvo les cundiera más añadiendo este producto que, entre otras cosas, es perjudicial para los riñones.
Fabricantes chinos han vendido también guisantes teñidos de verde que pierden el color cuando se cocinan, orejas de cerdo falsas, col con una sustancia cancerígena como es el formaldehído y aceite de mesa usado, procedente de restaurantes, recogido en los desagües, reprocesado y vuelto a embotellar. El periódico estatal China Daily ha informado incluso de la existencia de huevos de gallina falsificados, cosa que solo resulta chistosa si uno está seguro de que jamás va a tener que comerse alguno.
En China, donde la gente no tiene esa seguridad, el activista Wu Heng se ha convertido en toda una estrella. La pasada primavera Wu leyó algo sobre un extraño polvo que los comerciantes añadían a la carne de cerdo para venderla como cara carne de vacuno. Decidió crear una página web con un mapa en el que se localizaban los escándalos de la industria alimentaria china a partir de la información facilitada por los medios de comunicación.
La supervisión de los productos vegetales es muy laxa. La mayoría llega a la UE sin pasar ningún control
Zhou Li, docente de la Universidad Renmin de Pekín que investiga la seguridad de los productos alimenticios, ha observado que, antes, los propios campesinos también comían lo que vendían. Pero ahora, una vez que han tomado conciencia de las consecuencias perjudiciales de los pesticidas, abonos, hormonas y antibióticos, producen una parte de los productos agrícolas para el mercado y el resto lo cultivan a la manera tradicional para abastecer a su familia. Hay informes que hablan de terrenos de labranza acotados donde se cultivan los vegetales que adquieren los funcionarios de alto rango.
Es cierto que en 2009 el Gobierno chino introdujo una nueva ley de seguridad alimentaria y en 2010 creó una comisión de seguridad alimentaria. Además, en el futuro, los consumidores que denuncien prácticas ilegales recibirán una recompensa.
Ahora bien, con solo volver la vista hacia Bruselas queda claro que todavía hay muchas cosas que están manga por hombro. Allí, un sistema de alarma rápida para productos alimenticios y forrajes avisa a todos los países de la UE cuando aparece un producto contaminado. Pues bien, China tiene un protagonismo desproporcionado: este año, hasta el mes pasado, se contabilizaban en Bruselas 262 avisos referentes a productos chinos. Entre ellos había pasta infestada de gusanos, gambas contaminadas con antibióticos, cacahuetes malolientes o frutas escarchadas con un contenido excesivo de azufre.
Ulrich Nöhle conoce a fondo la producción de alimentos en China. Este profesor de química alimentaria trabaja desde hace muchos años como auditor por cuenta propia en China verificando la calidad de los productos para comerciantes alemanes. Dice que lo que se recibe de China es “lo que uno ha pedido previamente”. Se debe “especificar a los socios comerciales cómo deben criar o cultivar el producto o, por ejemplo, qué requisitos implica el sello bio”. Si uno se limita a encargar en China mercancías lo más baratas posibles, sin sujeción a controles de ningún tipo, es responsable de no recibir los productos esperados.
Una vez que los productos están en camino, apenas se efectúan más controles. En el puerto de Hamburgo, donde se desembarcan la mayoría de los productos alimenticios procedentes de ultramar con destino al mercado europeo, más del 15% de los envíos con productos animales y del 20% de las mercancías vegetales proceden ya de China.
Cuando se trata de pescado, carne, miel o productos lácteos, antes de la llegada de la mercancía el importador debe registrarla en la Oficina de Control Veterinario e Importación del puerto de Hamburgo y presentar la documentación de importación. A continuación, dicha oficina decide si la mercancía se puede introducir en el país sin examinar. Los contenedores precintados solo se abren en caso de duda. Entonces los veterinarios analizan si funciona la refrigeración y si la mercancía ha sido transportada a la temperatura adecuada. A partir de ese momento, las ulteriores inspecciones son competencia de las instancias locales encargadas del control de productos alimenticios que están más familiarizadas con los chiringuitos de comida rápida y las granjas que con los flujos globales de mercancías.
Una explotación de fresas en Matou. / FANG DEHUA (AP)
La supervisión de los productos alimenticios vegetales es aún más laxa. La mayoría de las veces llegan a la UE sin pasar ningún tipo de control, a excepción de un pequeño número de productos especiales que ya han resultado problemáticos en el pasado o están bajo sospecha actualmente, como cacahuetes, soja, arroz, pasta, pomelos y té.
Este control insuficiente dificulta también la investigación de las causas cuando surgen problemas. En casi la mitad de los 3.697 casos en los que la UE lanzó advertencias durante el año pasado, los defensores de los derechos del consumidor “no pudieron rastrear la mercancía hasta llegar a sus productores originarios”, explica Nöhle, el experto en China. Por lo menos sí se ha llegado a saber quién es el proveedor de las fresas contaminadas. Estas frutas fueron cultivadas, cosechadas y congeladas en la provincia de Shandong y embarcadas rumbo a Hamburgo por la empresa Foodstuff.
Una vez en Europa, la empresa de alimentos congelados Elbfrost, un intermediario, se hizo cargo de las 44 toneladas de fruta y pagó las tasas aduaneras. Un día después, la empresa transportó las fresas en camiones hasta Mehltheuer en Sajonia. El principal cliente de Elbfrost era Sodexo, una empresa internacional de catering con sede en Francia que gestiona 65 cocinas regionales en Alemania. Funcionarios del Instituto Federal de Valoración de Riesgos y fiscales de Darmstadt investigan ahora laboriosamente en qué lugar se contaminaron las fresas.
La gerencia de Elbfrost declara que no volverá a importar mercancías de China en el futuro. La empresa dice que no puede garantizar que los proveedores chinos envíen “mercancía de calidad impecable”. Pero si la calidad es dudosa hasta ese punto, ¿por qué Elbfrost hacía pedidos a China? Hasta ahora la empresa sajona no solo ha adquirido allí fresas, sino también setas y espárragos. Elbfrost afirma que se ve abocado a importar por el “precio económico” de las mercancías chinas. El año pasado Alemania importó más de 31.000 toneladas de fresas procesadas procedentes de China a un precio medio de 1,10 euros el kilo.
Las cadenas comerciales más grandes del mundo, Walmart, Carrefour, Tesco y Metro, pero también fabricantes como Coca-Cola, Unilever, Barilla, Campbell’s o Nestlé, han reconocido que no pueden fiarse ni de los proveedores ni de los controles estatales. Pero tampoco se pueden permitir poner en circulación productos alimenticios contaminados; eso supondría un perjuicio inmenso para su imagen. Por eso los grandes del sector se han unido en la Global Food Safety Initiative [Iniciativa Mundial para la Seguridad de los Alimentos] para desarrollar controles de calidad propios.
En general, China está plenamente capacitada para fabricar productos de alta calidad, explica un controlador de productos alimenticios de Hamburgo, “pero uno recibe lo que paga”.
Artículo firmado por Susanne Amann, Charlotte Haunhorst, Udo Ludwig, Maximilian Popp, Sandra Schulz, Andreas Ulrich y Bernhard Zand.
© 2012 Der Spiegel. Distribuido por The New York Times Syndicate. Traducción: Newsclip.

El insípido ajo morado

VIDAL MATÉ
El sector agrario, la industria alimentaria y, a la postre, los consumidores españoles, tampoco han sido ajenos a los efectos de la avalancha de las exportaciones chinas de productos alimentarios. El hecho de ser España el principal productor de frutas y hortalizas de la UE, con unas exportaciones de unos 10 millones de toneladas y con unas producciones competitivas, debería haber supuesto una barrera para la invasión china. Pero no ha sido así.
Uno de los productos más afectados ha sido el ajo. España es el principal productor comunitario, con unas 170.000 toneladas, de las que se exportan, aproximadamente, 65.000 toneladas. La invasión de ajos chinos en todo el mundo ha supuesto un freno a las exportaciones españolas. Tal ha sido su impacto, que en zonas donde tradicionalmente se cultivó el ajo morado autóctono de Las Pedroñeras, hoy se ha impuesto el llamado ajo chino, con un toque morado, de mayor tamaño, pero con un sabor muy inferior.
En miel, la UE es netamente deficitaria, con unas necesidades de importación de unas 150.000 toneladas. En el pasado, ese hueco se cubría especialmente con miel argentina. Hoy, de ese volumen, más de 60.000 toneladas proceden de China. En España, la producción de unas 30.000 toneladas, este año mucho menos por la sequía, sería suficiente para las necesidades de la demanda. Hace varios años, Bruselas prohibió temporalmente la entrada de miel china tras encontrar restos de productos fitosanitarios prohibidos. Hoy se importa a unos precios de entre 1 y 1,20 euros el kilo, casi la mitad de lo que vale un kilo de miel nacional.

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