¿Cuál es el relato del nuevo PRI?
Llega el PRI a Los Pinos vacío de la antigua retórica social
Políticos, analistas y periodistas emplean cada vez con mayor
frecuencia las palabras “relato” o “narrativa”, comodines un tanto
cursis, pero útiles para expresar la visión, interpretación o
explicación de la historia o proyecto político que condensa el consenso
básico de una sociedad. La crisis española ha erosionado hasta la
alarma, por ejemplo, la narrativa sobre la transición democrática y la
europea está poniendo contra las cuerdas la certidumbre, ilusión para
sus críticos, de un espacio común anclado en el centro político, con el
ascenso del autoritarismo populista, sea de extrema derecha, de matriz
nacionalista o de la izquierda callejera.
En México, de momento a salvo de la crisis global, con una situación económica y financiera estable y saneada, el problema parece ser otro: a poco más de un mes para el regreso del PRI a la presidencia después de 12 años, ¿cuál es su relato del país? Enrique Peña Nieto insistió durante la campaña en pragmatismo-eficacia-resultados, tres condiciones necesarias pero que no parecen suficientes. También aseguró que venía un nuevo PRI. No podía ser de otra manera: la sociedad mexicana ha cambiado en estos años profundamente y los escombros del viejo partido hegemónico no sirven para construir en el siglo XXI de las redes sociales y de la dispersión horizontal del poder.
Llega el PRI a Los Pinos vacío de la antigua retórica social, pero orgulloso de ser aún el partido de la negociación, para sus críticos del “incumplimiento selectivo de la ley”, como ha escrito el sociólogo Fernando Escalante. Llega con un proyecto de modernización y un plan de reformas, las mismas que se frustraron o quedaron a medias durante los dos sexenios panistas, y que ya estaban previstas en la agenda de Salinas de Gortari hace un cuarto de siglo. Llega cómplice de algunos de los sectores más retrógrados de la sociedad mexicana y con el establishment intelectual y la calle en contra. Pero llega fuerte y unido frente a una oposición de derechas e izquierdas muy divididas.
El catálogo de tareas que tiene por delante es amplio. En seguridad, el problema número uno de los mexicanos según las encuestas, el objetivo prioritario será la reducción de la violencia y un nuevo enfoque que prime la razón de la víctima sobre el espectáculo del victimario. Aquí el pragmatismo podría dar resultados a medio plazo. En política exterior, tras las giras de Peña Nieto por Sudamérica, Europa y próximamente EE UU, podría abrirse la posibilidad de una diplomacia más diversificada y multipolar, más alineada con aquellos países que comparten los problemas de México como el narcotráfico y la desigualdad. En la prometida reforma de Pemex habrá que esperar para ver si el modelo elegido es la venezolana Pdvsa o la brasileña Petrobras y en la fiscal –México ocupa el último lugar de la OCDE en presión impositiva- para saber si se va más allá de una mera subida del IVA.
De momento, la primera señal real emitida por el PRI en estos meses de larguísima transición no invita al optimismo. La reforma laboral ha quedado congelada hasta mejor ocasión al rechazar el partido las cláusulas que obligaban a los sindicatos –sus viejos, corruptos y opacos aliados- a democratizar su vida interna y hacer transparentes su cuentas. Y en la educativa –México también ocupa aquí el último lugar de la OCDE según el Informe Pisa- tendrá que negociar con Elba Esther Gordillo, la Maestra, quien acaba de otorgarse otros seis años más –ya serán 28- al frente del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Enseñanza (SNTE).
Peña Nieto ha prometido crecer al 6% pero México también necesita una nueva imagen y reclama a gritos una agenda de inclusión, sobre todo de los jóvenes. La narrativa política por antonomasia es el sueño americano. En el caso mexicano, el nuevo relato no puede ser un cuento y mucho menos que su estribillo sea un repetitivo “te lo dije”.
En México, de momento a salvo de la crisis global, con una situación económica y financiera estable y saneada, el problema parece ser otro: a poco más de un mes para el regreso del PRI a la presidencia después de 12 años, ¿cuál es su relato del país? Enrique Peña Nieto insistió durante la campaña en pragmatismo-eficacia-resultados, tres condiciones necesarias pero que no parecen suficientes. También aseguró que venía un nuevo PRI. No podía ser de otra manera: la sociedad mexicana ha cambiado en estos años profundamente y los escombros del viejo partido hegemónico no sirven para construir en el siglo XXI de las redes sociales y de la dispersión horizontal del poder.
Llega el PRI a Los Pinos vacío de la antigua retórica social, pero orgulloso de ser aún el partido de la negociación, para sus críticos del “incumplimiento selectivo de la ley”, como ha escrito el sociólogo Fernando Escalante. Llega con un proyecto de modernización y un plan de reformas, las mismas que se frustraron o quedaron a medias durante los dos sexenios panistas, y que ya estaban previstas en la agenda de Salinas de Gortari hace un cuarto de siglo. Llega cómplice de algunos de los sectores más retrógrados de la sociedad mexicana y con el establishment intelectual y la calle en contra. Pero llega fuerte y unido frente a una oposición de derechas e izquierdas muy divididas.
El catálogo de tareas que tiene por delante es amplio. En seguridad, el problema número uno de los mexicanos según las encuestas, el objetivo prioritario será la reducción de la violencia y un nuevo enfoque que prime la razón de la víctima sobre el espectáculo del victimario. Aquí el pragmatismo podría dar resultados a medio plazo. En política exterior, tras las giras de Peña Nieto por Sudamérica, Europa y próximamente EE UU, podría abrirse la posibilidad de una diplomacia más diversificada y multipolar, más alineada con aquellos países que comparten los problemas de México como el narcotráfico y la desigualdad. En la prometida reforma de Pemex habrá que esperar para ver si el modelo elegido es la venezolana Pdvsa o la brasileña Petrobras y en la fiscal –México ocupa el último lugar de la OCDE en presión impositiva- para saber si se va más allá de una mera subida del IVA.
De momento, la primera señal real emitida por el PRI en estos meses de larguísima transición no invita al optimismo. La reforma laboral ha quedado congelada hasta mejor ocasión al rechazar el partido las cláusulas que obligaban a los sindicatos –sus viejos, corruptos y opacos aliados- a democratizar su vida interna y hacer transparentes su cuentas. Y en la educativa –México también ocupa aquí el último lugar de la OCDE según el Informe Pisa- tendrá que negociar con Elba Esther Gordillo, la Maestra, quien acaba de otorgarse otros seis años más –ya serán 28- al frente del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Enseñanza (SNTE).
Peña Nieto ha prometido crecer al 6% pero México también necesita una nueva imagen y reclama a gritos una agenda de inclusión, sobre todo de los jóvenes. La narrativa política por antonomasia es el sueño americano. En el caso mexicano, el nuevo relato no puede ser un cuento y mucho menos que su estribillo sea un repetitivo “te lo dije”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario