La página en blanco
Bárbara Jacobs
Contra el bloqueo del escritor, he echado mano de diferentes recursos, como estos juegos de infancia a los que hoy recurro.
Uno de ellos consiste en ponerme de pie y alinearme de lado a la mesa
ante la cual estoy tratando de trabajar sin ningún resultado. Luego, se
trata de adelantar un pie casi sin despegarlo del piso y sólo para
colocarlo pegado delante del otro, primero el talón del derecho sobre el
piso y pegado contra la punta de los dedos del izquierdo, y después el
talón del izquierdo sobre el piso y pegado contra la punta de los dedos
del derecho, una y otra vez. No hay que hacer nada más que eso,
abandonar la página en blanco y ponerse de pie, acto seguido, dedicarse a
adelantar los pies de esta manera, adelantarlos o quizás sería más
exacto decir simplemente colocarlos. La idea no es desplazarse ni
tampoco llegar a ningún lado. Sólo alejarse un rato de la página en
blanco. En sí no es un juego de competencia, se juegue solo o
acompañado, porque no es un juego que se juegue para ganar. O tal vez
sí, porque si vuelves a escribir significará que has ganado. En todo
caso, el único que pierde es el que no lo juega, pero no es que pierda
nada, más que, si bien le va, vencer el miedo a la página en blanco.
Este juego carece de reglas, o no recuerdo ninguna que hoy le pudiera
aplicar, que me ayudara a retomar pronto el lápiz y atacar la hoja de
papel hasta dominarla.El otro juego que practico, que me ha aliviado de la desesperación ante la página en blanco, se parece al primero, sólo que se juega con los dedos de las manos. Consiste en pegar la punta del pulgar derecho con la punta del índice izquierdo para, acto seguido, pegar la punta del pulgar izquierdo con la punta del índice derecho y volver a empezar, una y otra vez, sin ninguna intención salvo la de jugar para no desesperarse, rápidamente o despacio, pero sin detenerse. Bueno, también sin equivocarse. Y quizás el que se equivoca pierde, pero tampoco es que pierda nada. Aunque este segundo juego no es tan eficaz como el primero, porque supongo que si te pones a contar las equivocaciones en un lapso determinado, lo conviertes en un juego de competencia, aún si sólo lo juegas contigo mismo, pero entonces esto implica que a veces pierdes y a veces ganas, y sea lo que sea, hoy lo único que quiero hacer con los dedos es dejar de jugar con ellos y retomar el lápiz hasta vencer la página en blanco. Este de los dedos es un juego casi eficaz, en todo caso más parecido al de adelantar los pies sin querer ir a ningún lado que, por ejemplo, el de ponerse a pronunciar trabalenguas, que se parece a los dos, el de los pies y el de los dedos de la mano, porque no deja de ser un juego, pero que se diferencia de ellos porque al aparecer la palabra reaparece la desesperación ante la página en blanco.
Yo misma estaba por alejármele cuando vi que sus labios me sonreían. Así que me acuclillé ante la cabeza con cuello. Y de la manera más natural, trabamos conversación. La voz la identificaba como mujer. Las facciones de su cara eran muy finas. Su piel era entre rojiza y dorada. Si tuviera que calificarla, diría que era muy bella. Hablaba con un volumen bajo y su voz era aguda. Parecía apenada de ser sólo que era, de no ser igual a los demás, de no saber cómo conducirse entre los invitados al ser apenas lo que era, una cabeza con voz.
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