Las elecciones en España y la gran promesa del 15-M
Guillermo Almeyra
Como en los años 30 en Europa los desocupados y los trabajadores precarios se radicalizan y politizan aceleradamente mientras, simultáneamente, otros sectores de los trabajadores son tragados por el racismo y el conservadurismo extremo.
En efecto, en los países escandinavos, en Holanda, en Bélgica y hasta en Francia con el apoyo mayoritario entre los obreros a la fascista Marine Le Pen, crece rápidamente una ultraderecha xenófoba y racista. En las últimas elecciones en el Estado español ésta aparece incluso en el parlamento de Catalunya y, al mismo tiempo que aumenta en la juventud el hartazgo y el odio al sistema capitalista y el hambre de democracia, como en el País Vasco o en la Plaza del Sol, la derecha clerical fascista de Berlusconi, Bossi y Fini, en Italia, o la corrupta derecha clerical franquista del Partido Popular de Rajoy y José María Aznar, en España, canalizan la mayor parte del repudio a la política recesiva y reaccionaria de gobiernos de centroizquierda, mientras otra parte, menor, se pierde en la abstención o el voto nulo (aunque éste, en cierta medida, es un voto crítico).
Por lo tanto no hay que mirar sólo un lado del cuadro social saltando de legítimo júbilo ante los “acampados” españoles, el magnífico triunfo de Bildu en el País Vasco o la derrota de Berlusconi y la Liga en la elección de autoridades municipales, ni tampoco cayendo en el pesimismo ante el gran avance de las derechas en todo el Viejo Continente. Ni hay que hablar de comuna en el caso del M-15, porque éste ni cuenta con el apoyo del proletariado de toda Madrid ni está aislado en una sola ciudad.
Por el contrario, hay que apreciar el cuadro en su conjunto y ver en qué medida y en cuáles plazos la contratendencia radical de izquierda que se apoya en un sector minoritario de la juventud –que a su vez es muy minoritaria en la envejecida sociedad europea– podrá influir sobre el conservadurismo de la mayoría de los trabajadores que aún siguen a las direcciones sindicales y políticas de la izquierda tradicional o, peor aún, saltan de la sartén a las brasas apoyando a la derecha racista y xenófoba que es el principal sostén del gran capital.
En España uno de cada cinco trabajadores está fuera de la producción y de la posible protesta colectiva y está obsesionado por cómo sobrevivir. La desocupación afecta a los jóvenes de menos de 35 años en 44 por ciento, como en el sur de Italia, es decir, los condena inexorablemente, si tienen suerte, a trabajos precarios y mal pagados, insuficientes para vivir.
Los jubilados –cada vez más numerosos dado el envejecimiento de la sociedad– están igualmente marginados, al igual que los millones de inmigrantes superexplotados que carecen de todo derecho y son los primeros en ser despedidos. Por lo tanto, no es de extrañar que la Plaza del Sol y las otras plazas en otras ciudades estén ocupadas sobre todo por jóvenes precarios, informados y preparados, pero sin inserción real y permanente en la producción ni futuro en la misma, y por jubilados (los inmigrantes todavía no han aparecido en gran número porque tienen miedo). Tampoco sorprende que la mayoría de los trabajadores activos que no han dado al derechista PP su voto de castigo al PSOE se aferren a éste o voten, en menor proporción, a Izquierda Unida, su secundón, aunque muchos presten oídos a las consignas y el ejemplo de los “acampados” .
Precisamente éstas son las que llevan a la extensión del movimiento de los “acampados” del M-15 a diversos países de Europa, donde hay la misma proporción de jóvenes con título y grandes capacidades pero con trabajos precarios y de cerca de 600 euros.
La exigencia de imitar a Islandia y hacer un referéndum para no pagar la deuda, de estatizar los bancos y cajas, de asegurar a todos un ingreso igual a la canasta familiar, la lucha por la República, contra la discriminación y por la igualdad de las mujeres y de los inmigrantes, el rechazo a la corrupción de empresas, gobierno y partidos y a éstos mismos, la decisión de autorganizarse autónomamente, preparan luchas del futuro. Frente a la extrema derecha xenófoba que crece y al magma reaccionario que amenaza ser mayoría en muchos países y que reproduce en buena medida el pasado de los años 30, ellos son la esperanza de una superación anticapitalista de la actual crisis provocada por el capital y sus servidores.
El año 1968, en todos los países, marcó el fin de una época de prosperidad capitalista y expresó la resistencia ante la gran ofensiva contra la democracia y los derechos y conquistas de los trabajadores y las guerras colonialistas y dictaduras que, a partir de mediados de los 70, impusieron la política neoliberal del capital financiero en Europa y en el resto del mundo.
Hoy, por el contrario, los “hijos del Sol”, como sus antecesores del 68, son también creativos y dicen “no nos dejan soñar, no les dejaremos dormir” o “una barricada cierra una calle pero abre un camino”, pero su rebelión se da dentro del mundo del trabajo y contra el sistema y no tanto contra la estructura de la familia, las costumbres, el poder estatal, y demuestran que es necesario y es posible superar el neoliberalismo e instaurar otra economía, otras concepciones, comunitarias y colectivas, solidarias, otro Estado basado en la autogestión.
Por otra parte, mientras en el 68 los partidos comunistas francés e italiano consiguieron frenar los movimientos radicales en sus respectivos países porque controlaban la mayoría del apoyo obrero, hoy los jóvenes de la Puerta del Sol, como los tunecinos o los egipcios, se autoconvocan y se organizan apoyándose teóricamente en la Resistencia antinazi o en el radicalismo teórico de Daniel Bensaïd y no en el maoísmo o el estalinismo, y atraen a los obreros jóvenes, que aún son minoritarios pero son un extraordinario estímulo a un cambio radical.
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