24 HORAS
Abrió los ojos, aun tenía esa extraña sensación de miedo combinada con emoción, la boca seca, en su mente imágenes que revoloteaban en el estomago de un adolescente en su primera cita.
Decidió que debía ya ponerse a terminar los pendientes, aun estaba a tiempo a pesar de ser las once de la noche.
Durante las primeras horas de ese día se sintió tan confortado, tranquilo, no había nada de que preocuparse, sin interrogantes, mejor aún le parecía que se así debió sentirse Aladino ante el genio, pues todo se le daba como por arte de magia.Conforme avanzó el reloj, el genio o se alejo o simplemente nunca estuvo, pues todo se fue complicando, primero se comenzó a sentir ligeramente invisible, solo, incomprendido, hasta algo irritable, al pasar los minutos esas sensaciones se hacían más intensas, cada tarea que llevaba a cabo era criticada, corregida, todos habían tenido algo que decirle.
- Que molestia!...¿ por qué no me dejan en paz?. Se preguntaba. Ya para la hora de la comida se sentía más tranquilo incluso decidió tomar un vaso de refresco, no sintió culpa alguna, ¡ya basta de cuidarse! Para que se vive si no para disfrutar cada instante, cada persona, cada vicio.
Mientras leía recostado en su sofá, sacó un cigarro que disfrutó lentamente, fumada tras fumada, al terminarlo cerró su libro, se dio un baño y siguió sus labores. Dos horas mas tarde cada movimiento le costaba más esfuerzo, el solo caminar ya le resultaba pesado, paso frente al espejo del recibidor echó un vistazo, sus ojos ya no tenían el mismo brillo que en la mañana, hizo a un lado el mechón de cabello del mismo color que la ceniza de cigarro que había terminado horas antes.
Estaba feliz a pesar del cansancio, todo lo que había hecho pagaba con creces el agotamiento, bien valía la pena al ver el resultado. Oía a los niños corriendo en el jardín, haciendo tanta bulla, la casa se sentía llena de vida.
Salió al jardín, los pequeños al verle corrieron a rodearlo, se sentaron a su lado en la vieja banca verde de herrería, Oscar era el que mas se le parecía, con sus ocho años, siempre sonriente, preguntando todo, después de un rato los vio alejarse, mientras les decía adiós con la mano, se encaminó muy lento hacia su viejo sofá, ahí estaba su libro esperándole, volvió a recostarse, iba a comenzar a leerlo pero sus ojos se negaban a hacerlo, sentía esa rara comezón que no te deja leer, ni ver y mucho menos rascarte, cerro los ojos para ver si así desaparecía la sensación y descansar un poco la vista, sin darse cuenta se durmió.
Al filo de las once abrió los ojos sobresaltado; aun podía percibir las imágenes en su mente -era mas joven, estaba en la feria, globos de todos los colores y tamaños, olor dulce de algodones azules y rosas, sus oídos invadidos por la música y las voces, niños, adultos, ancianos, unos corriendo otros solo caminando placidamente, ahí encontró a su madre, amigos y conocidos que hacia tiempo se habían adelantado en el camino, todos le sonreían, saludaban ya bien con un gesto o la mano. Un payaso casi en los huesos, corriendo detrás del perro malabarista que llevaba en el hocico la roja nariz que acababa de robar, distrajo su atención de las caras conocidas.
¡Que estampa tan extraña!
Había que continuar, terminar con los pendientes, ya habría tiempo para pensar en las imágenes de la feria. Cuando impulsó su cuerpo para levantarse, se sintió más ligero, sus pies ya no le dolían eran como peces en el mar de lozas, el cansancio había desaparecido, salió de la salita, al mirar hacia el lugar que antes ocupaba, no le sorprendió verse a si mismo, aparentemente dormido, apacible en el sofá, con una leve sonrisa cerró lentamente la puerta, dio media vuelta y siguió su camino.
Mary Bermudez.
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