Leonora Carrington (1917-2011)
Teresa del Conde
Antes de iniciar trato personal con ella en la retrospectiva de Juan Soriano en el Palacio de Bellas Artes (1984), yo había visto un buen conjunto de pinturas suyas en el Instituto Anglo Mexicano de Cultura y luego en el Center for Interamerican Relations de Nueva York, además de las exhibidas en la Galería de Arte Mexicano.
Are you really Syrius?, el cuadro que perteneció a Edward James, estuvo por años, siempre a la vista, en el Museo de Arte Moderno. En un cierto momento fue devuelto a quienes lo reclamaban, debido a que no se consignó como presunta donación por parte del autor de Xilitla, personaje de la nobleza británica quien fue cercanísimo amigo suyo. Se encontraron en nuestro país, cuando James se estableció en Cuernavaca, ya era su coleccionista entonces. James la admiró sin reservas y quizá la entendió como nadie.
Gracias al British Council asistí a la retrospectiva en la Serpentine Gallery, en Londres, el edificio es de tinte neoclásico, con amplios espacios de exhibición, es un recinto oficial y cultural, no de ventas, no muy accesible al peatón, sobre todo cuando llueve, ya que se encuentra en los Kensington Gardens. Su entonces directora y curadora, Andrea Schlieker, logró reunir unas 77 obras, lo cual fue proeza, pues casi todas estaban en colecciones particulares.
Algunos de los numerosos asistentes a la inauguración se presentaron disfrazados con atavíos alusivos a sus personajes, pero a ella no pudo vérsele en persona. Se dijo entonces que no le complacían los viajes aéreos y el trayecto entre Chicago, donde al parecer se encontraba entonces, y la capital del Reino Unido toma su tiempo si se realiza en tren y en barco.
Leonora solía producir toques visionarios en sus pinturas, posiblemente sin que ella estuviera rigiendo conscientemente la estructura del cuadro, no obstante las composiciones le salían naturalmente, pues su entrenamiento retiniano era vasto así como su conocimiento de los Old Masters.
Su iconografía solía perseguir bien asimilados símbolos alquímicos, alusivos a las transformaciones que sufren los cuerpos o bien formulando hibridaciones. Una de sus composiciones más relevantes en ese sentido, AB EO QUOD (1956), está inspirada en cierto fragmento de un texto alquímico, el Asensos Nigrum.
Así como en sus narraciones ilustra la moción de crear vocablos compuestos a partir de fonemas existentes, en su pintura y en sus objetos sucede un poco lo mismo.
Entre todo lo que pintó, yo tengo mis cuadros predilectos y uno es The Burning of Bruno, con el que rindió tributo al filósofo ajusticiado por la inquisición en Campo dei Fiori en 1600. El título echa a girar la hoguera sin que la autora acudiera a la obviedad de representar la escena, como ocurre en el conocido cuadro cuatrocentista de la quema de Savonarola.
Leonora Carrington en imagen de 2007Foto Carlos Ramos Mamahua
En uno de sus óleos, que después litografió, representó su casa de infancia: Crookney Hall, cerca de Lancaster. Allí existían vestigios que datan de la época de Adriano. Leonora me relató que en la parte superior de la torre que termina en pináculo “habitaba” (es un decir) Lady Bird, la esposa de uno de los antiguos poseedores de la mansión. ¿Era un fantasma?, le pregunté. “No puede saberse a ciencia cierta”, respondió.
Pensaba que existe un paradigma de la cordura, mismo que establece el código que nos hace decir: “esto es normal”. Pero de hecho las creencias dependen del país en el que se forma el código. Así, le comentaba yo que en México realmente existe “La Llorona” y que la leyenda pudo haber tenido un remoto origen que se conservó hasta convertirse en son. Se mostró muy de acuerdo en eso.
La fotografía de Penrose sobre las cuatro durmientes: Leonora, la más joven y hermosa en primer término bajo las presencias de la fotógrafa Lee Miller, la también bella Nush Eluard y la bailarina Ady Fidelin, fue tomada en Inglaterra hacia 1937. Recientemente fue tomada como glosa en una obra teatral. Por entonces Leonora ya estaba inserta en el círculo surrealista, pero abominó, y con razón, la idea bretoniana de que las mujeres del surrealismo fuesen primordialmente musas, mediums, mujeres flor o femmes enfant.
No obstante sí mantuvo algún vínculo con Breton, quien la incluyó en dos de sus antologías, la del humor negro y la del “arte mágico”.
Sí llegó a percatarse de la aparición del libro de Elena Poniatowska, quien conversó con ella varias veces, por décadas.
El pésame a sus hijos Gaby y Pablo va por consabido. La presencia póstuma de Leonora Carrington será muy rica. Si cierra o no el ciclo surrealista es cosa por verse, porque el surrealismo es también una filosofía.
(Dadas anteriores e infructuosas pesquisas, aprovecho este espacio para solicitarle a mi ex alumno Daniel la devolución de los volúmenes y catálogos sobre Leonora que le presté, con la intención de coadyuvarlo en su trabajo de tesis sobre el drama Penélope.)
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