Aurora era una joven hermosa, verdadera bella: dulce y bondadosa; todos la querían mucho.
Cuando Aurora cumplió quince años, descubrió algo en ella que la mortificaría el resto de sus días. Por eso decidió cubrirse el cuerpo lo más que podía: cuellos altos, mangas largas, faldas holgadas hasta el suelo, calcetines en sus pies.
El gran problema para Aurora era la llegada del verano, porque como explicar su atuendo invernal en plena época de calor. Parecía musulmana, porque hasta un gran pañuelo se puso en la cabeza, no se le veía el cabello rubio rizado que tenía.
Su gran atractivo y misterioso atuendo, logró que muchos jóvenes se acercaran a ella con fines amorosos, y ella aceptaba los requiebros seductores de sus galanes en turno. Permitía los escarceos normales en un noviazgo: besos y caricias por todo el cuerpo. Lo único que no permitía era que le vieran el cuerpo, ni siquiera los brazos o piernas.
El día que fueron a su casa a pedir la mano, ella accedió al igual que sus padres a esa boda consentida por todos.
Pero había que confesar la verdad al novio enamorado de ella.
Por razones atribuidas al estrés o a causas desconocidas, Aurora desarrolló unas manchas rosadas en las articulaciones de su cuerpo: codos, rodillas, y hasta en el cuero cabelludo. Manchas que eran molestas por el picor que causaban y por el aspecto desagradable a la vista.
Había épocas en que esas manchas rosadas le invadían con furor su cuerpo esbelto, y otras en que se apaciguaban casi por completo
Era muy vergozoso para ella mostrar las cicatrices que dejan esas manchas en la piel, era un tormento chino para ella convivir con otros sin poder explicar lo que le sucedía.
Lo único que pudo averiguar y la tranquilizó demasiado, es que lo de ella no es hereditario, ni es contagioso...porque ya sentía los movimientos de una criatura en su vientre.
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