Alimentos transgénicos y daños a la salud, una disputa ética
Julio Muñoz Rubio*
El recientemente publicado estudio en el Journal Food and Chemical Toxicology acerca
del daño a la salud y a la vida de una población de ratas alimentadas
con maíz genéticamente modificado (en un grupo de investigación
encabezado por el doctor Gilles-Eric Seralini) ha reavivado el debate
acerca de la comercialización de alimentos genéticamente modificados
(OGM). Al respecto de este hallazgo es imprescindible señalar lo
siguiente:
El modelo hegemónico de metodología científica tiene como base la
concepción inductivista propuesta en el siglo XVII por Francis Bacon.
Según este modelo, el conocimiento científico debe comenzar con la
observación de algún fenómeno en la naturaleza, observación que debe
hacerse reiteradamente en condiciones similares para, a partir de una
acumulación de evidencias de casos particulares, inducir un principio
general, que eventualmente pueda convertirse en ley científica.Esta metodología tiene grandes ventajas, pero una de sus deficiencias más relevantes es que por muchas observaciones que se hayan hecho en el sentido de corroborar la existencia de un cierto fenómeno, siempre habrá la posibilidad de que la siguiente observación arroje un resultado opuesto al de todas la anteriores. La afirmación
todos los cuervos son negros, elevada al estatus de ley, siempre podrá ser refutada y echada abajo si el siguiente cuervo que se observe sea blanco.
¿Qué importancia tiene esto en el debate generado por los hallazgos de Seralini y sus colaboradores? Mucha. El hecho de que estos científicos hayan encontrado que las poblaciones de ratas alimentadas con maíz transgénico hayan desarrollado tumores cancerosos no significa automáticamente que todas las ratas y organismos alimentados de esa manera vayan a desarrollar los mismos tumores ni a ver reducidas sus esperanzas de vida de la misma forma. Los mismos autores, han sido cautelosos al señalar esto. Es decir, de la observación del caso particular de esas ratas no se puede inferir una ley general.
Sin embargo, el hecho de que no se pueda inferir una ley general no puede anular el hallazgo hecho por estos científicos: la ingesta de maíz transgénico puede causar daños a la salud. El estudio en cuestión quizá tenga deficiencias (tamaño de la muestra, tipo de animales utilizados, etcétera). En ciencia ningún diseño experimental es perfecto. Los defensores de los OGM exigen a sus detractores diseños experimentales casi perfectos cuando se señalan los riesgos de la utilización de esos organismos, pero se caracterizan por la falta de rigor en sus propios estudios, y los financiados por las empresas biotecnológicas transnacionales, como lo denuncia la periodista Marie-Monique Robin en su extenso ensayo El mundo según Monsanto (Ediciones Península, Barcelona).
Reitero lo expresado en otras ocasiones en estas mismas páginas: lo que los defensores de los OGM deben mostrar no son solamente las eventuales fallas de los estudios de sus detractores. No es suficiente con que demuestren que no hay pruebas de que esos organismos causen daños a la salud (cosa que ya no se puede hacer después de los estudios aquí mencionados), sino que demuestren claramente que esos organismos no ocasionan daño. Eso es lo que una metodología científica adecuada debe hacer.
Mientras eso no se muestre y subsista un razonable margen de duda acerca de la validez de unos y otros estudios, debe prevalecer el elemento ético por encima del criterio ultra cientificista de los datos, números, y magnitudes. Para eso existe un principio fundamental: el principio precautorio. Ante una razonable duda sobre los efectos de la aplicación de una determinada tecnología, lo que debe hacerse es no usarla. Aplicar una moratoria a la comercialización de los alimentos transgénicos y el principio precautorio son exigencias impostergables en todo el mundo y especialmente en México.
*Investigador de la UNAM, miembro de la UCCS
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