viernes, 12 de octubre de 2012

La derecha argentina.

Iguales y diferentes
Óscar González *
Para desconsuelo de la derecha argentina, que viajó a Venezuela con la ilusión de traerse de regreso un triunfo opositor o, cuanto menos, una denuncia altisonante de fraude, la contundente victoria de Hugo Chávez en elecciones impecables ratifica que el proceso de transformaciones protagonizado por los pueblos latinoamericanos goza de buena salud.
Esa misma derecha es la que viene proclamando, con ánimo descalificatorio, la similitud entre los procesos políticos venezolano y argentino. Ambos regímenes –chavismo y kirchnerismo–, sostiene, representan algo así como la nueva encarnación del mal absoluto, gobiernos que no trepidan en sofocar la libertad de expresión y la libertad de empresa mientras soliviantan a las masas populares contra la minoría selecta que se aferra a los poderes económicos y mediáticos.
Más allá de esta paranoia impostada, cuyo único propósito es detener los potentes cambios que experimenta la región y restaurar sus añorados tiempos neoliberales, lo cierto es que las semejanzas entre ambos procesos son tan evidentes como lo son sus diferencias. Eso no sucede sólo con Venezuela sino también con Bolivia, Brasil, Ecuador, Uruguay o el mismo Paraguay, hasta que un golpe institucional puso las cosas en su lugar. Son procesos asimilables en cuanto a que todos tienen objetivos de redistribución del ingreso y ampliación de derechos ciudadanos, pero también distintos en la medida que tienen un itinerario histórico propio, se encarnan en liderazgos de diverso tipo, despliegan metodologías particulares y asumen distintas formas organizativas. Una diversidad que, lejos de debilitar, fortalece la dimensión regional de los cambios.
Lo que se verifica simultáneamente en todos esos países, con mayor o menor profundidad y cada uno según sus propias tradiciones, es una idéntica recuperación de la capacidad de decisión nacional frente al capital financiero internacional y los organismos que lo representan, del papel del Estado en la regulación de la economía y la promoción de condiciones de vida más dignas para las grandes mayorías. En todos esos procesos, en fin, se convierte a la política en herramienta de transformación.
Hace un tiempo, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner dijo que los gobernantes de Latinoamérica se parecen cada vez más a sus pueblos. Tal es, precisamente, lo que enerva a los destituyentes que dan rienda suelta a sus odios ancestrales para reclamar que todo vuelva a ser como era entonces.
Como aquella cacerolera de Barrio Norte que no soportaba que su empleada hubiera obtenido un terrenito para hacerse la casita, recelan de todo aquello que huela a búsqueda de la equidad social y la participación política. Precisamente lo que están protagonizando los pueblos suramericanos, como los de Argentina y Venezuela que, en eso, sí son la misma cosa.

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