jueves, 18 de octubre de 2012

Las cooperantes, las otras misioneras.

Las otras misioneras

Algunos jóvenes encauzan su solidaridad bajo el paraguas del Domund

Son laicos y críticos pero quieren hacer de la cooperación un modo de vida

Misioneras laicas en su curso para salir como cooperantes. / LUIS SEVILLANO (EL PAÍS)

Estas chicas de la foto son misioneras. ¿Son monjas? No. ¿Religiosas? Alicia no va ni a misa y Lucía busca vías de reconciliación con la Iglesia a través de las misiones. Pero todas tienen algo interior que les mueve a la cooperación con los demás, “la necesidad de dar respuesta a la señal de los tiempos”, resume Teresa. Y a eso, dice, en su casa sí lo llaman “Dios”. Ese Dios les envía ahora a ella, a su marido y a sus cuatro hijos (aunque Teresa solo tiene 33 años) hasta México por tres años en los que no verán a su familia. “Siempre nos quedará Skipe”, se ríe, pensando en ese escape tecnológico para comunicarse y ver a los suyos durante ese tiempo.
 Dice Alicia, la más joven, de 23 años, recién licenciada en Psicología: “Desde pequeña sabía que quería hacer algo así, pero cuando supe que ser monja era no tener marido pensé: ni de broma, vamos”. Son misioneras laicas, un grupo que va creciendo en el seno de las tradicionales misiones católicas, pasito a pasito. Representan 900 de los 14.000 misioneros que España tiene por esos mundos, pero aportan juventud a un colectivo tan solidario como envejecido: el 74% de ellos tiene entre 70 y 90 años.
Fuente: Obras Misionales Pontificias. / EL PAÍS
La huchas del Domund saldrán este domingo a pedir para ellos. Y para ellos será la recaudación en las iglesias. No necesariamente para los proyectos que desarrollan, sino para atender a estas personas: una moto para andar por pistas de tierra, por ejemplo. Así fue durante años Carmen Sancho por la India, en una Lambretta. Ella sí es monja aunque prefiere que le llamen misionera a secas. Tiene 81 años consagrados a esa tierra, donde ya le tienen preparado un nicho para cuando muera. Ríe con ganas cuando lo cuenta, por teléfono. “Si he dejado lo mejor de mi vida en India, allí dejaré mis huesos”. Está en España para un reconocimiento médico y se irá el día de nochevieja, “porque el vuelo sale más barato”. Cuando ella decidió dedicarse a las misiones, hace muchas décadas, la despedida de los padres y hermanos era total, uno debía entender que no los volvería a ver o poco menos. Ahora las familias tienen más dinero para viajar y la Iglesia menos disciplina al respecto.
La mitad de los religiosos en misiones tiene entre 70 y 90 años
Pero vienen poco. Expedita Pérez ha vuelto unos meses de Egipto para ver a su gente en Canarias. Volverá en breve para seguir con sus niños de Sudán, refugiados en el país de las pirámides, donde los misioneros les prestan educación y les ayudan a salir de la marginación. Cuando Expedita vuelve a Egipto, dice sentada en un banco con su toca blanca y en su cálido acento grancanario, tiene un año entero de “depresión” hasta que logra reconciliarse con “la rabia del despilfarro en Occidente”. Porque los misioneros no son personas de paso, ni turistas ni cooperantes comunes: ellos viven siempre allí y hacen de aquello su vida.
Este latido está en todos ellos, laicos y religiosos. Lucía Pérez Carbajo, que sale arriba a la derecha de la foto, ha encontrado en el modo de las misiones la forma de cooperación que no halló en ONG tradicionales. “Las he conocido y he participado, pero he visto la incoherencia con la que viven algunos cooperantes, no va conmigo. Me chocaron temas inmorales, es como un imperialismo de segunda generación”, dice. Su madre cree que esta aventura suya de dejar el trabajo e irse a África, al lado de los pigmeos esclavizados, servirá de cura para volver a la vida común española. No tiene pinta de que la señora Carbajo vaya a salirse con la suya.
Todas están haciendo un curso de doscientas y pico horas antes de salir. Porque ser misionero no es una locura de un par de meses, avisan en las Obras Misionales Pontificias. Hay que encarar realidades muy duras y sobrevivir entre ellas sin perder la sonrisa. “No vamos a cambiar el mundo, al revés, ellos nos cambiarán a nosotros. Solo vamos a ver, oír y acariciar”, dice Teresa.

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